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La colección de André Breton se vende por 46 millones de euros

El Estado francés compra el 25% de lo subastado en París

Los diez días de subasta dedicados a la colección de André Breton en París han permitido batir numerosos récords -de precio para las pinturas de Jean Arp, Maruja Mallo o Clovis Trouille; las fotos de Hans Bellmer o Manuel Álvarez Bravo; los manuscritos de Breton; las artes primitivas de Nueva Irlanda-, al tiempo que han confirmado al Estado francés como gran coleccionista del surrealismo: del montante total subastado -46 millones de euros-, casi el 25% (1,5 millones) ha sido desembolsado por los poderes públicos.

Entre lo inesperado también está el que más de 50.000 personas hayan acudido entre el 7 y el 17 de abril al hôtel Drouot para descubrir todo lo que el llamado Papa del surrealismo había llegado a reunir en su estudio del 42 de la rue Fontaine.

Para los locales de Drouot y el estudio responsable de la subasta -Calmels Cohen-, la dispersión del legado bretoniano supone también un éxito para la plaza de París, tradicionalmente relegada por Nueva York y Londres a las ventas subsidiarias de mobiliario y objetos de los siglos XVII, XVIII y XIX. El hecho mismo de que el surrealismo sea el último gran movimiento artístico con origen en la capital francesa sin duda ha ayudado al éxito de la operación, pues de éxito hay que hablar cuando las ventas han aportado más de un 50% suplementario a las estimaciones y cuando el Estado se ha servido de su derecho de prioridad sobre la última oferta en 335 oportunidades y, entre ellas, la relativa al manuscrito de Arcane 17, texto mítico del propio Breton adquirido por 848.072 euros, el más alto jamás pagado por ese tipo de objeto si dejamos de lado el Viaje al fin de la noche de Celine. Los poderes públicos, ya fuese el Ministerio de Cultura, el de la Educación Nacional o diversos ayuntamientos, de París a Colliure pasando por Nantes, la otra ciudad de la que Breton decía "siempre puede ocurrirte allí algo inesperado", se han hecho con cerca del 25% de lo subastado.

Las críticas contra la disgregación de lo guardado en la rue Fontaine se han ido acallando a medida que avanzaba la subasta. El hecho mismo de querer crear un museo Breton o museo del surrealismo, de fijar en el tiempo y en un lugar lo que el poeta siempre mantuvo en movimiento y transformación, ha ido apareciendo como más y más contradictorio. Edgar Morin ha insistido en la crítica pero en otra dirección, sugiriendo que en vez de un museo había que haber puesto en marcha un "palacio" del surrealismo, un lugar encantado abierto a todas las sorpresas. Para el ministro de Cultura, Jacques Aillagon, era importante salvar para el patrimonio francés una serie de obras pero convenía "evitar otro museo monográfico", sin duda escarmentado ante el coste de mantenimiento de decenas de centros de ese tipo que, una vez pasada la curiosidad o la fama del artista desaparecido, malviven en medio del olvido general.

La subasta ha tenido momentos que no hubieran desagradado al grupo surrealista, como el ver cómo diferentes personas e instituciones pujaban por la bola de cristal que Breton utilizaba para sus ensoñaciones de vidente, o cómo el Uli de Nueva Irlanda era adquirido por 1.239.000 euros. Pero sin duda la ironía definitiva para un movimiento que propugnaba la "emancipación integral del hombre", que se situaba "más allá de cualquier preocupación estética", que quería poner "el arte al servicio de la Revolución" y existir "al margen de todo control ejercido por la razón, la estética o la moral", habrá sido el interés que hoy despierta en el odiado Estado y en sus menospreciadas instituciones. Definitivamente, el surrealismo no ha podido "cambiar la vida", tal y como se proponía, pero sí "oxigenarla notablemente", según formula Julien Gracq, uno de los últimos surrealistas vivos.

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