Adversario de sí mismo
Por delante de cualquier otra consideración acerca de Jorge Oteiza, en este momento en que le ha llegado lo que a menudo dijo anhelar, la muerte, lo primero que debe resaltarse es que durante los años cincuenta fue uno de los escultores más avanzados, interesantes y fértiles del mundo. Sintetizador del arte del siglo XX, poca gente lo supo entonces, pero hoy es un reconocimiento general y, en breve tiempo, irá a más.
En su mejor momento, Oteiza buscó el vacío escultórico y el olvido histórico. Tras constituirse en un revulsivo innovador del arte español de la posguerra y lograr algún significativo triunfo internacional, no dudó en frenar su trayectoria cuando consideró que ya no podía seguir evolucionando como escultor sin repetirse, a pesar de que era el momento en que mayor rendimiento pudo haber extraído a sus investigaciones espaciales. Coherente con su radical pensamiento ético, abandonó la creación artística y se entregó al ensayismo y a la política, lo cual, sin embargo, para él era lo mismo que hacer arte. No esculturas, pero sí un tipo de ser humano que, educado desde y por la estética, daría lugar a una sociedad distinta, por supuesto, mejor y más libre. Tras dejar el diseño de formas en el espacio, alentó la creación de grupos de vanguardia (artística y política, a la vez), concibió una utopía histórica "a la vasca" e intentó materializarla. El uso de la violencia organizada no se excluía.
Escribió textos de investigación antropoestética y forjó proyectos educativos para que los niños vascos se conviertiesen en los "nuevos hombres" del futuro. Para ello, Quosque tandem (1963) fue un libro decisivo, pues lo leyeron muchos que, tras abandonar sacramentos y seminarios, andaban a la deriva en busca de un sustitutivo de la religión católica. Decisivo, pues dio un vuelco a los banales análisis artísticos que hasta los años sesenta eran habituales en España, pero también porque orientó a algunos hacia otra religión, con las consiguientes dosis de intolerancia y perversión que comportan toda fe y todo intento de "construir" un individuo o una sociedad o una patria o un dios desde la geometría dogmática de ideologías redentoristas. En esto Oteiza fue un genuino hijo de su tiempo. Otros muchos también creyeron durante buena parte del siglo XX que se podían habilitar mundos mejores a golpe de doctrina política.
Decepcionado y harto (con o sin motivos), desengañado y engañado por aduladores que se aproximaron hasta él con la mirada puesta en el beneficio personal, Oteiza malgastó generosidad y energía en las dos últimas décadas de su vida, se dejó engatusar por políticos populistas, crió variedades de cuervos y se convirtió en su peor adversario. Azuzado por éstos, espoleado por aquéllos, ebrio de su propia inteligencia, insultó y desdeñó a muchos que nos acercamos a él con respeto, pero sin el agasajo que otros le obsequiaban. Le rodearon personajes de escasa calidad que querían a Oteiza rodeado de enemigos para erigirse en defensores de quien, en verdad, no necesitaba defensa alguna y por ello, le inventaron enfrentamientos donde no los había. Ojalá hubiera llegado a saber que, a pesar de sus desaires, se le apreciaba de verdad y que hubo entonces y hay ahora sinceros deseos de demostrarlo. Tenía un carácter difícil de llevar, pero en conjunto fue un tipo excepcional. En el fondo, despreciaba a los que babeaban su mano y necesitaba a quienes se le oponían. Luz y sombra, ángel y demonio, a la vez.
En este mismo momento deberían ponerse fin a las hostilidades dentro de su fundación, pues en ambos lados existen personas que tienen (en realidad, lo tenemos todos) la obligación de proyectar su obra hasta donde él en vida, por las razones que fueran, no quiso. Pónganse de acuerdo de una vez en lo sustancial y aparquen ya las diferencias de ideas. Puede ser difícil, teniendo en cuenta que quien hoy les aglutina en Alzuza dedicó buena parte de su vida a sembrar vientos, pero éste ha de ser su principal empeño ahora: que tales tempestades amainen y Oteiza, por fin, pueda descansar en el seno del vacío (la muerte) que tanto amó.
Javier González de Durana es director de Artium, Museo de Arte Contemporáneo de Vitoria.
Babelia
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