El artista y la Bestia
Cuando preparábamos El día de la Bestia, sentía una fuerte necesidad de mostrar a su protagonista a través de arquetipos, de iconos culturales. No me pregunten por qué, probablemente por ser todavía un adolescente y tener la universidad demasiado cerca. El padre Berriartúa era profesor de Teología en Deusto, llevaba boina y sotana, como Barandiaran, y probablemente fuese un alumno aventajado de Julio Caro Baroja. Por eso yo quería empezar la película en Aranzazu, uno de los pilares de la cultura vasca, una escultura -siempre la he considerado así, antes que un edificio-, un dolmen inmenso levantado, al abrigo de los montes, por los absolutamente geniales, por los brujos Sáenz de Oiza y Oteiza. Aranzazu es parte de mi pueblo, creo que representa Euskadi de alguna manera. ¿Rodar un día en el norte, trasladar a todo el equipo para rodar un solo plano? Mis productores pensaban que estaba loco. Eso es un capricho estúpido, me dijeron. Y tenían razón. Era un capricho, como el hecho mismo de rodar la película, o de dedicar mi vida al cine. Son caprichos, como ser escultor, como disfrutar con la obra de Oteiza. Así que decidí rodar ese día por mi cuenta, un fin de semana. Invité a todos los que quisieron venir a un asador cuyo nombre no se me olvidará jamás, el Saltxipi, en Donosti, y rodamos el único plano necesario, ni uno más. Álex Angulo entra en Aranzazu para confesar sus intenciones, bajo la hermética mirada de las esculturas de Oteiza. ¿Por qué esa obsesión con Aranzazu? ¿Por qué Oteiza esculpió, en su fachada, más apóstoles de los que debía? ¿Por qué el hormigón? ¿Por qué esa fuerza, esa desmesura en las formas? No sé. Es un misterio, como la cueva de Zugarramurdi, como los aquelarres. Oteiza, el brujo, el genio, me gusta, me preocupa, me angustia, me fascina. Sólo puedo contarlo. No puedo explicarlo.
Álex de la Iglesia es director de cine.
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