Viaje a la gran nada
De muy niño, en Orio, donde he nacido, mi abuelo solía llevarnos de paseo a la playa. Yo sentía una enorme atracción por unos grandes hoyos que había en la parte más interior. Solía ocultarme en uno de ellos, acostado, mirando el gran espacio sólo del cielo que quedaba sobre mí, mientras desaparecía todo lo que había a mi alrededor. Me sentía profundamente protegido. Pero ¿de qué quería protegerme? Desde niño, como todos, sentimos como una pequeña nada nuestra existencia, que se nos define como un círculo negativo de cosas, emociones, limitaciones, en cuyo centro, en nuestro corazón, advertimos el miedo -como negación suprema- de la muerte. Mi experiencia de niño en ese hoyo en la arena -ustedes habrán vivido momentos muy semejantes- era la de un viaje de evasión desde mi pequeña nada a la gran nada del cielo en la que penetraba, para escaparme, con deseo de salvación. En esa incomodidad o angustia del niño despierta ya el sentimiento trágico de la existencia que nos define a todos de hombre y nos acerca de algún modo a uno de estos tres caminos de salvación espiritual que son la filosofía, la religión y el arte. Que son tres disciplinas, podemos decir, de las relaciones del hombre con Dios, que se mezclan y conjugan en nuestro corazón, pero que técnicamente son distintas e independientes. El que se ha decidido concretamente en la vida por una de ellas, y el que no se ha decidido también, hallará en los recuerdos de su niñez datos de una espontánea elección o inclinación por uno de esos caminos.
Fragmento del libro de Jorge Oteiza Quosque tandem...! Ensayo de interpretación estética del alma vasca (Pamiela y Txertoa).
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