El reparto de ayuda humanitaria se convierte en un caos en el sur de Irak
Los habitantes de Safwan se pelean por la comida distribuida por la Media Luna Roja
Encaramarse el primero no fue garantía de éxito. Abrió violentamente la puerta del remolque, saltó sobre la carga y se agarró a una caja. Sólo consiguió esa presa. Cayó al suelo, y con él, su triunfo. Una mujer de negro se hizo con la codiciada caja de cartón con pan árabe, queso y agua, y huyó. Corrió todo lo deprisa que sus fuerzas y sus harapos le permitían. Desapareció entre el polvo y el gentío. Del joven que llegó el primero, pisoteado por una multitud febril y violenta, no quedaba ni rastro.
Sobre la caja de la disputa de decenas de personas, un símbolo: el logotipo de la Media Luna Roja, sección regional perteneciente al Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR).
El segundo convoy de una mal llamada ayuda humanitaria cruzó ayer por la mañana la frontera de Kuwait con Irak. Un zumo, unas galletas, 250 mililitros de leche, pan árabe, quesitos de marca francesa y una botella pequeña de agua. Metido todo ello en bolsas de plástico. Veinte bolsas de plástico conformaban una caja. Su destino: pequeñas aldeas del sur de Irak, zona liberada por las tropas británicas y norteamericanas tras más de una semana de guerra. Sus destinatarios: una población iraquí desesperada y asustada. Y que ayer se volvió agresiva. Desesperada porque no tiene nada. Asustada porque lleva días en guerra.
Aunque esto no es nuevo. En realidad, su miedo y su exasperación se remonta a haber vivido en dos décadas dos guerras. Sometidos bajo un régimen que los ha condenado a la pobreza pero que defienden porque le tienen pánico. Ésta es su tercera guerra. Ayer, incluso con las tropas británicas estacionadas a la entrada de su pueblo, sus corazones no estaban con los libertadores. Cantaban a Sadam. Alababan a Sadam. Y decían odiar a España por su apoyo a la ofensiva que ahora les bombardea.
Lo que tenía que haber sido un reparto ordenado de ayuda alimentaria fue un caos. Y una vergüenza. Jóvenes iraquíes lanzaban las cajas desde los camiones a conocidos que las esperaban abajo con los brazos abiertos. Éstos se las pasaban a terceros que corrían con ellas. Lejos. Corrían todo lo lejos que podían. Algunos se tropezaban en su huida. Se caían. Entonces alguien le arrebataba la caja de cartón marrón al caído y escapaba con ella. Para entonces la botella de agua ya se había reventado. Como el zumo y como la leche.
A veces las cajas volaban por el aire. Una de ellas impactó contra uno de los trabajadores de la Media Luna Roja. Entonces, estos hombres, tan neutrales como la propia organización y con chalecos blancos impolutos en medio de un paisaje sucio, se retiraron a posiciones más seguras. Pegados a las ambulancias que formaban parte del convoy. Nadie explicó la función de aquellas ambulancias. Quizá preveían heridos a los que atender. Desde luego entre su propia gente. Porque heridos del bando iraquí hubo. Y hubo unos cuantos. Pero nadie los atendió.
Un joven se rompió la pierna al ser desalojado por otro más ágil del camión y luego ser pateado. Al que fracasa se le aparta. Se le quita de enmedio, parecían decir los que le miraban desde encima del camión con cara de reprobación, de haber fracasado. Se quitó él solo arrastrándose como pudo. Un niño que no levantaba un metro del suelo se rajó la palma de la mano de parte a parte al engancharse con un hierro del camión del que intentaba obtener alguna bolsa de comida. Su pequeña estatura le facilitaba las cosas para colarse entre los más grandes y fuertes. La mano le sangraba profusamente. Se la miró y, como si ya hubiera previsto que aquello podía pasar, sacó un rollo de esparadrapo y se vendó la herida con él. Volvió a la carga en cuanto cortó con los dientes el esparadrapo.
A puñetazos
Dos jóvenes se pegaban a puñetazos por ver quién se llevaba una bolsa con comida. Pero se pegaban todos. A veces incluso pegaban a los periodistas que acompañaron el convoy porque no les gustaba lo que filmaban. Un cámara de la británica ITN recibió un golpe con un palo en su equipo de trabajo. Le rompieron la lente. Al redactor, una mujer decidió darle en la cabeza. Estaban filmando cómo se llevaban decenas de cajas en un carro.
Los más viejos del lugar se mostraban indignados ante un espectáculo bochornoso. Impotente, un hombre muy delgado lloraba con amargura. Señalaba con el dedo a los responsables kuwaitíes que habían organizado el envío de ayuda y les acusaba de humillarles. "No queremos este tipo de ayuda. No la necesitamos. Insultáis a nuestro pueblo y hacéis que luche entre sí nuestra gente", les increpaba desde su rabia.
Los kuwaitíes de la Media Luna Roja se mostraban imperturbables. Alertas. Pero inamovibles. Entre ellos comentaban que eso era lo que se podía esperar de un pueblo salvaje. "¿No lo ve?", decía un médico de la Media Luna Roja, "están muertos de hambre, por eso se desesperan cuando ven la comida". Al hombre delgado y su indignación se sumaron otros iraquíes de mediana edad. También delgados e indignados. "No necesitamos comida. Necesitamos agua. Antes de la guerra teníamos comida y teníamos agua. La guerra y los ingleses nos han traído sed y desesperación", gritaba uno de ellos. "Esto es un acto de propaganda del Gobierno de Kuwait", denunciaba otro iraquí. "Quieren mostrar al mundo que estamos desesperados y que debemos ser salvados". Desesperados están. Y ayuda necesitan.
Hasta que empezó la guerra, al puerto de Um Qasr llegaban cada día 3.500 toneladas de ayuda humanitaria procedente de Naciones Unidas. El 60% de los 22 millones de iraquíes sobrevive con la ayuda exterior que dona el exterior. Pero la vergüenza y la desorganización que ayer se vivieron en Safwan se hacen dobles cuando las mismas imágenes, el mismo pánico y el mismo caos se habían repetido tan sólo dos días antes, el pasado miércoles.
El vicepresidente de la Media Luna Roja reconocía ayer que el primer envío de comida había sido un auténtico "desastre". Llegó a reconocer que la ayuda había sido "secuestrada" por jóvenes iraquíes que luego traficaron con ella y que nunca llegó a sus beneficiarios.
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