Bush da a Sadam 48 horas para que se exilie
El presidente de EE UU culpa a la ONU de no estar "a la altura de su responsabilidad"
Sadam Husein, sus hijos y sus colaboradores más directos disponen de 48 horas para abandonar Irak. Más allá de ese breve plazo no hay más que guerra. El ultimátum planteado esta madrugada, hora española, a través de la televisión por el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, es el último paso antes del inicio de una invasión que sólo podría evitarse si el presidente iraquí tomara la improbable decisión de exiliarse con los suyos y el ejército permitiera "la pacífica entrada en el país de las fuerzas de la coalición". El discurso de Bush equivale prácticamente a una declaración de guerra. Cuando se produzca el próximo mensaje presidencial, quizá tan pronto como el miércoles o el jueves, el conflicto ya habrá comenzado.
Bush se dirigió directamente a los iraquíes durante buena parte de su discurso para prometerles que su país sería pronto "próspero y libre" y que "el tirano" vivía sus últimas horas. El presidente de Estados Unidos dio una indicación sobre el destino que podía esperar Sadam Husein al asegurar que, de no exiliarse inmediatamente, sería "una enemigo a muerte hasta el final". E hizo saber a los militares iraquíes que tras el estallido del conflicto no debían destruir pozos de petróleo o utilizar armas de destrucción masiva, por tajantes que fueran las órdenes, porque esas acciones serían consideradas crímenes de guerra por el gobierno de Washington. "Nadie podrá alegar que se limitaba a cumplir órdenes", advirtió. Y agregó: "No combatáis por un régimen agonizante; si tomáis la honorable decisión de no luchar, las fuerzas de la coalición os dirán claramente qué debéis hacer".
El presidente Bush afirmó que el Consejo de Seguridad de la ONU no había estado "a la altura de su responsabilidad" al no respaldar la guerra, y culpó de ello a "un miembro permanente", en clara referencia a Francia. Justificó de nuevo su decisión de acabar con el régimen iraquí en el hecho de que constituía "un peligro claro" para la paz.
Tras el discurso, el Departamento de Seguridad Interior anunció que aumentaba el nivel de seguridad al color naranja, e decir, el segundo más alto en el que se puede colocar a la población. La medida fue justificada ante el peligro de ataques terroristas ante una inminente acción contra Irak.
Con la aparición presidencial en las pantallas de televisión, a la hora de mayor audiencia, concluyó una jornada densa en acontecimientos en la que, sobre todo, se consumó el fracaso diplomático de Washington, Londres y Madrid, los gobiernos copatrocinadores de la fallida "resolución final" del Consejo de Seguridad. La administración estadounidense reconoció que no había conseguido los apoyos necesarios y renunció a solicitar una votación de los 15 países miembros. El embajador John Negroponte afirmó que el resultado habría sido "reñido", aunque la mayoría de los observadores estimara que, en realidad, el recuento habría arrojado sólo cuatro votos a favor de la resolución (los tres de los copatrocinadores, más Bulgaria) y la derrota habría sido, por tanto, de gran calado.
La arrogancia con que Bush había prometido, sólo una semana atrás, que exigiría una votación pasara lo que pasara, con el fin de que todos se vieran obligados a "mostrar sus cartas", quedó enterrada en una marea de frustración. Powell admitió sentirse "decepcionado" por la derrota y sólo pudo escudarse en que su Gobierno nunca consideró necesaria una nueva resolución para "legalizar" la guerra. Las últimas fases de la batalla diplomática, las que desembocaron en las amenazas de veto francesas y rusas y en la tenaz resistencia de seis gobiernos supuestamente indecisos (Pakistán, México, Chile, Guinea Conakry, Camerún y Nigeria) a las presiones de Estados Unidos, se libraron en nombre de los aliados de Londres y Madrid. "Las resoluciones 1.441, 678 y 687 nos conceden suficiente autoridad para cualquier acción militar que sea necesaria", afirmó el secretario de Estado.
Powell tampoco ocultó su irritación contra Francia, compartida por la administración republicana en pleno y por buena parte de la ciudadanía, influida a su vez por una prensa muy dada últimamente a la francofobia. Acusó al Gobierno de París de basar su oposición a la guerra en "intereses comerciales" y de boicotear Unmovic después de que la anterior agencia de inspectores fracasara en 1998. "A nuestro juicio, Francia trabajó activamente durante meses (cinco años atrás) para debilitar ese régimen de inspecciones. Y al final, cuando se habían alcanzado compromisos y todos esperábamos un buen resultado, Francia se abstuvo de votar", explicó el jefe de la diplomacia estadounidense, refiriéndose a un episodio ocurrido bajo el mandato de Bill Clinton.
La alocución presidencial empezó ya a redactarse en el avión que llevó a Bush de regreso a Washington tras la brevísima cumbre de las Azores. Dos de los escritores de discursos de la Casa Blanca fueron embarcados en el Air Force One para que no se perdiera un minuto.Bush se reunió por la mañana con su "Gabinete de guerra", compuesto entre otros por la asesora de seguridad nacional, Condoleezza Rice; el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld; el fiscal general, John Ashcroft; el secretario de Seguridad Interior, Tom Ridge; y el director del FBI, Robert Mueller. Más tarde convocó a la Casa Blanca a los cinco miembros más destacados de la Cámara de Representantes y el Senado, para informarles oficialmente de que el inicio de las hostilidades ocurriría en las próximas jornadas, con un anunciado "bombardeo abrumador".
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