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AMENAZA DE GUERRA | Los No Alineados
Columna
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Pulsos bajo la luna

Andrés Ortega

La UE tiene razón en su afirmación del pasado lunes: "La forma en que se trate el desarrollo de la situación en Irak tendrá importantes repercusiones para el mundo en las próximas décadas". No es sólo por la cuestión de la proliferación de las armas de destrucción masiva, pues como señala Fareed Zakaria, "el debate no es realmente sobre Irak, sino sobre Estados Unidos. Muchos en Europa están más preocupados por América que por Irak".

Con cada guerra, salvo la de Vietnam, Estados Unidos ha ido aumentando su poder. Montado en torno a las armas de destrucción masiva, el conflicto con Irak versa sobre el poder en esa región donde EE UU ha ido instalándose; sobre el poder en las instituciones internacionales que, de no acomodarse a Washington, se convertirán en "irrelevantes", según Bush; y sobre el poder en el mundo, incluso por el control de la globalización, como indican ahora los jefes de los servicios de inteligencia. Algunos en Europa así lo han visto, e intentan preservar una cierta autonomía. Hay, pues, otro pulso entre el eje B-BBA (Bush, con Blair-Berlusconi-Aznar), que física o telefónicamente se concertó en el rancho tejano de Crawford, y el París-Berlín, para ver quién manda en Europa. De momento, los primeros han logrado hacer de Chirac el gran líder europeo. ¿Se convertirán Blair y Aznar en los grandes líderes transatlánticos? No es lo mismo, ¿no?

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En Bruselas, la pólvora que hubiera podido hacer estallar la UE se mojó el lunes, pero se secó rápidamente. La posición del B-BBA en Crawford no facilita el consenso europeo. En esta Europa no hay liderazgo común, que es el único posible. Todo puede aún dar muchas vueltas, con los europeos desunidos, y Bush empujando al Consejo de Seguridad a unas "deliberaciones finales". En Nueva York, las tornas han cambiado. Antes EE UU y el Reino Unido no querían una segunda resolución. Y Francia, la exigía. Ahora es París el que la frena mientras siga progresando la labor de los inspectores y vacíe de sentido o demore la agresión, y Bush el que la quiere para ir a la guerra, pues, como indica una encuesta de Gallup, el apetito para atacar a Irak sin apoyo del Consejo de Seguridad se ha reducido en los últimos días. Quizás haya contribuido el ridículo en que ha quedado el forcejeo para que la OTAN comenzase a planear la defensa de Turquía, con la imagen de cambalache de bazar entre Ankara y Washington para compensaciones económicas y otras a cambio de dejar a EE UU su territorio para abrir un frente norte en Irak. En pocos conflictos se habrán puesto de forma tan impúdica los intereses puros y duros de cada cual.

La incapacidad de Bush para forjar una coalición internacional significativa, en comparación con su padre en 1990-1991, es preocupante. Los motivos de aquella guerra eran explícitos; los de ésta, implícitos. La actual Administración puede creer que puede hacer la guerra sola, o con el primo británico. Pero para la posguerra necesitará a esos buenos reconstructores que son los europeos, aunque la UE puede tener dificultades para reconstruir Irak si EE UU lo destruye en una guerra no avalada por la legalidad internacional.

"El tiempo es corto", repitió Bush en Crawford. La lógica de las inspecciones lleva a prolongarlas. La de la guerra a acortarlas. El guirigay es colosal, incluido el de las manifestaciones y la opinión pública -la global y la de EE UU-, las desavenencias entre aliados y el malestar en la economía y en los mercados. Bush puede acallarlo lanzando el ataque. La diplomacia y los pulsos de poder se mezclan con los análisis de la luz de la luna. Entre el 27 de febrero y el 4 de marzo habrá luna nueva, oscuridad nocturna que favorece el tipo de ataque inicial en que piensa EE UU para aprovechar al máximo su superioridad tecnológica. Esas condiciones se vuelven a dar -¿fatídicamente?- a finales de marzo. ¿Influirán las fases de la luna? Uno tiene la sensación de que la decisión está tomada y que ahora sólo se trata de escenificarla.

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