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AMENAZA DE GUERRA
Columna
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Descolonizar Irak

El alto consejero del presidente Bush, Richard Perle, conocido como el Príncipe de las Tinieblas por su tétrica distinción a lo conde Drácula, dijo recientemente a la BBC que Irak "encerraba enormes posibilidades de democratización", mientras abundaba en que ése era el gran objetivo de la futura intervención norteamericana en la zona. Si nos atenemos al grado de democracia que reina hoy en el país del Tigris y el Éufrates, semejantes posibilidades no tienen parangón. Cien de cien. Pero, seguramente, la declaración de quien, hasta la fecha, se había preocupado mucho más de los intereses de Israel que de la democratización del mundo árabe, merecen ulterior cualificación.

Irak fue inventado como mandato británico en 1922; alcanzó una independencia de forma, severamente acotada por un tratado con la potencia británica en 1930, e ingresó en la ONU en 1932. Era una monarquía encarnada en el rey Faisal, hachemí de La Meca, costa oeste de la península arábiga, y hermano de Abdullah, a quien le tocó en la rifa, que organizó Churchill, el trono de Jordania.

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Aunque de la falta de democracia siempre serán los primeros responsables los naturales del lugar, no se tiene conocimiento de que Londres deseara otra cosa en Irak que un Estado títere, apiezado en el mapa de forma que una minoría suní -la misma que hoy sostiene a Sadam Husein- cabalgara sobre una cordillera de inestabilidad tal que hiciera del poder local un mero tributario de la antigua metrópoli. Y así ocurre que, cuando dejó de cotizarse el fiat de Londres, en lugar de producirse una limpia transferencia de la surrogación semicolonial del país a Washington, como pretendía la creación del pacto de Bagdad en 1954, un golpe militar ejecutado el 14 de julio de 1958 acababa con toda la familia real, emplazando al país en un difuso no alineamiento, que sólo podía apoyarse en la Unión Soviética para subsistir.

Nadie sabe si esa primera independencia habría acabado, en otras circunstancias, por desarrollar algún pluralismo político nativo, pero, desde entonces, al igual que Siria, Líbano, Jordania, Arabia Saudí y los demás Estados de la península Arábiga, esa parte del mundo ha sido en alguna medida rehén de una pugna en la que Washington ha tratado de controlar la región, la más rica en petróleo del mundo, por intermedio de regímenes dictatoriales, feudalizantes, o ambas cosas a la vez. Por ello, las, indudablemente también, descomunales posibilidades de democratización de Arabia Saudí siguen estando inéditas.

Y la realidad de fondo es bastante simple. En 1830 comienza la agresión contemporánea contra el mundo árabe, cuando Francia invade Argelia; entre esa fecha y las independencias del periodo 1945-1960, el mundo árabe vive una situación colonial, y, en especial el Machrek, u Oriente, es considerado demasiado rico y estratégico para que Occidente se desentienda de su evolución política. Por añadidura, la creación de Israel en su flanco mediterráneo en 1948 no es, sin perjuicio de los derechos del pueblo judío a disponer de un Estado propio, un elemento desestabilizador más, percibido por la inmensa mayoría de los habitantes de la región como un hecho colonial. Ni el Reino Unido o Francia, en su momento, ni Estados Unidos, desde los años cincuenta y sesenta, han permitido que esa parte del planeta buscara sus propias soluciones a problemas que también eran sólo suyos. La responsabilidad de esos errores corresponde, principalmente, a quienes han regido los destinos de esos países, pero es igualmente verdad que la agresión colonial se halla en la raíz misma del fanatismo criminal islamista; de la última guerra de Argelia; de la existencia de Al Qaeda; de régimenes como el de Sadam Husein, que ha seguido colonizando desde dentro a su pueblo, y lo que ahora se pretende es extender y profundizar esa sujeción con el establecimiento de un protectorado norteamericano sobre las ruinas del Irak pos-Sadam.

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Es tarde para llorar por la leche derramada, y las consecuencias del colonialismo han de ser asumidas por las dos partes, sin que Occidente deba sentirse por ello culpable sin remisión. Pero muy distinto es patentar esa actitud disfrazándola con una retórica de madre redentorista. Mientras no se pruebe a dejar a la gente en paz, no se sabrá qué posibilidades de desarrollo democrático tiene Irak.

El Consejo de Seguridad debatía ayer sobre la crisis iraquí.
El Consejo de Seguridad debatía ayer sobre la crisis iraquí.AP

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