Roberto Verino y Jesús del Pozo retocan la realidad posindustrial
El uso y manipulación de las pieles se impone en la Pasarela Cibeles
¿Estamos viendo colecciones invernales? No lo parece. Trajes cortos sin mangas, looks de destape, y a veces, un abrigo sobre los hombros desnudos. Es una manera un tanto peculiar de entender el invierno y el arroparse, y al delirio climático hay que sumar el de la altura: tacones imposibles que acaban en las manos de las modelos. En la segunda jornada de Cibeles, Roberto Verino y Jesús del Pozo mostraron colecciones maduras y actuales.
Modesto Lomba estuvo más cauto, aunque abusó de las minis; por la tarde, Roberto Torretta se mostró lineal, sin sobresaltos. Un Schlesser más suelto que de costumbre se apoyó en un excesivo uso de las transparencias y en el encadenamiento de los mismos motivos formales. La sensación, aunque de irreprochable factura, era de estímulos bajos, cercano al aburrimiento.
En el último desfile de anteayer Elio Berhanyer dio un ejemplo de buen hacer convencional, con toda una sección de costura aderezada por las espléndidas joyas de Chopard. El resultado: un desfile tan irreal como bonito. Pero hay que decirlo: al César lo que es del César. Todo estaba tan bien cosido y resuelto que ese ensueño tardío y elitista ha llenado un creciente vacío que se va abriendo paso en Cibeles: la conciencia que se firma entre manufactura y estilo.
Ayer Modesto Lomba abrió la jornada con un desfile bien estructurado, acentos en el color caqui, algodones gruesos, cuellos generosos de piel y minifaldas, dejándose llevar por la fiebre de las minifaldas, el raso y el negro, esta vez ribeteado en violeta o rojo. Lomba volvió por un instante a la esencia asimétrica de sus propia historia con series de cortes atrevidos y soluciones asimétricas.
Ángel Schlesser viajó del negro al gris sin solución de continuidad. Algo más desenfadado que de costumbre, y abusando de las imposibles transparencias, Schlesser nos trasladó a un lujo frío y austero que se nota está muy por la labor de favorecer a la mujer desde lo ponible, si bien, también se olvidó del invierno: la mayoría de las prendas son para uso en ambientes de calefacciones muy altas. Nótese sus abrigos de zorro, el uso de la pana rayada, los estampados en gasa y los trajes de fiesta con bordados de cristal rosa. Todo maravilloso, siempre que no venga un frente frío como el de hoy.
Roberto Torretta es hombre de oficio y de olfato. Su paleta es estrecha: negro, blanco, crudos y bronces. Su largo oscila entre el rodillero y la mini provocativa; su opción peletera es el uso gentil del cuero muy rebajado hasta adquirir la ductilidad de un tejido, lo que le permite formalizar chaquetas muy armadas, pantalones sastre de pata estrecha y hasta un abrigo corto años sesenta (lo lució con gallardía una mujer pantera: Eugenia Silva).
Roberto Verino mezcló el lujo nocturno con el sport, todo barnizado por el brillo desafiante del raso, golpes de purpurina y líneas de lentejuelas que sugerían poéticamente esa unión no tan natural, pero posible en el mundo globalizado. Hubo negro sobre negro, pantalones de hombre (al cabaré con chándal), de mujer estilo militar, pieles maltratadas por un deseo de vivir y un azul noche que vale para todos los sexos. A continuación, Jesús del Pozo se inspiró en los años treinta: talles bajos, pantalones japoneses, lanas decoradas y collages donde el fieltro se unía a la pana lisa en planos que recuerdan a Sonia Delanuay. Su estilo es el mismo, pero su evolución se adecua al mercado; la imaginación está contenida en el producto, que no traiciona al modista, sino lo recrea, hasta llegar al visón. Los peleteros se han implicado con una fuerte inversión en la moda española.
Babelia
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