Una desinhibida variedad
Suiza es un país cuyas enormes montañas y cerrados valles, cubiertos de nieve durante los largos inviernos, ha posibilitado que históricamente su población haya vivido en un cierto aislamiento, lo que les ha permitido preservar algunas costumbres y rasgos idiomáticos particulares durante siglos. Frente a la actividad vanguardista experimentada en las grandes metrópolis, tales como París o Múnich, el arte suizo tal vez no parezca muy significativo; sin embargo, buena parte del arte contemporáneo no hubiera sido posible sin la inestimable existencia de los marchantes y los coleccionistas helvéticos, que han sabido consolidar increíbles colecciones, en las que se atesoran importantes obras que abarcan desde el impresionismo hasta las manifestaciones más actuales.
En las obras que ahora presentan los suizos, tanto en las exposiciones institucionales como en las galerías comerciales que están instaladas en Arco, no se aprecia ni un rasgo que haga referencia al país de origen o a alguna de sus particulares circunstancias culturales o geográficas; por el contrario, los artistas suizos están inmersos en un intento de sacudirse el ancestral aislamiento, y las obras que aquí se pueden contemplar responden a los patrones más convencionales de lo que se ha dado en llamar el arte internacional, ofreciendo una amplia gama de generos, tendencias y técnicas. Esta imagen de desinhibida variedad no es una consecuencia de la pluralidad lingüística ni de la diversidad de las concepciones vitales en el seno de la Confederación, sino que se apoya en la condición posmoderna del arte actual.
Sin embargo, la pretendida renuncia a unas señas de identidad cultural pone en evidencia la dependencia que los artistas suizos actuales sufren de los patrones marcados por el comercio internacional del arte que termina obligando a crear unos productos homologados, como si el arte actual no respondiera a criterios vitales, sino a pautas de mercadotecnia. Ciertamente, este fenómeno de la banalización del arte actual no es un problema exclusivo de Suiza; sin embargo, es en un país tan tradicionalmente exclusivista donde se hace más evidente esta deriva hacia lo convencional.
Pero, puestos a buscar qué define el carácter del arte helvético, éste parece emerger de la larga experiencia comercial y del poder económico, lo que permite a Suiza ser una buena plataforma para sus artistas, ya que disponen de consolidadas infraestructuras comerciales, como lo muestra el alto número de galerías importantes afincadas en Zúrich o el prestigio internacional conseguido por una feria como la de Basilea, que es un referente para el comercio del arte mundial.
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