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Columna
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Catarata de demagogia y propaganda

Miguel Ángel Fernández Ordoñez

Cuando, en lo peor de la crisis del Prestige, el presidente del Gobierno anunció una catarata de iniciativas gubernamentales, se pudo pensar que no hay mal que por bien no venga, que uno de los bienes de la democracia es que, para ganar electores, los gobiernos se ven espoleados a buscar aciertos para ocultar errores y que alguna de esas iniciativas le caería a la política económica, que tan necesitada está de abandonar la actitud pasiva ante nuestros problemas y salir de la inacción en la que languidece estos años.

La elección de las pensiones como área para lanzar iniciativas está bien fundamentada. Según los últimos informes de organismos internacionales, el principal fracaso de la política económica actual es, en el corto plazo, el de la inflación; pero, en el largo plazo, el problema que se sigue sin afrontar es el de las pensiones públicas. El último informe de la Comisión Europea considera que el primero de los retos de la política económica española es el de "la sostenibilidad a largo plazo de las finanzas públicas, especialmente la reforma del sistema de pensiones". Y el FMI coincide en destacarlo como el problema principal a medio plazo y recomienda emprender un "proceso gradual y ambicioso de reforma de la Seguridad Social".

Pero, desafortunadamente, la anunciada catarata de iniciativas no ha vertido más que propaganda y demagogia. La propaganda no sirve para avanzar en la resolución de los problemas, pero, al menos, no los empeora. En la sección de propaganda de la catarata hay que incluir la campaña de publicidad Del Dicho al Hecho, así como la llamada Ley de Igualdad de las pensiones contributivas, que no introduce más igualdad que la que había y que no limita el gasto, sino que sólo limita la denominación del gasto. Pero la demagogia es peor que la propaganda, pues no sólo no resuelve los problemas, sino que dificulta las reformas necesarias.

En el apartado de demagogia hay que incluir las declaraciones sobre la "hucha" de la Seguridad Social en la que ya nadie podrá "meter la mano". Con ello se intenta transmitir la idea de que el déficit de la Seguridad Social en el pasado se debió simplemente a que se utilizaron sus recursos para otros propósitos. Sucede que, muy al contrario, aquellos gobernantes tuvieron que completar los insuficientes recursos procedentes de las cotizaciones, aportando a la "hucha" un dinero que no pudieron emplear en otros fines, y justamente es ahora cuando se está utilizando el superávit de la Seguridad Social para otros usos. Para comprobar en qué cantidad se está "metiendo la mano" ahora, basta comparar las cifras de superávit con las incluidas en el llamado Fondo de Reserva o restar del gasto total el dedicado a pensiones contributivas.

La demagogia con las pensiones no sólo es inmoral, sino que impide que la gente se dé cuenta de que el superávit actual del sistema se debe a afortunadas coincidencias demográficas, a que estos años estamos asistiendo al menor crecimiento del número de pensionistas de la historia de la Seguridad Social y a que están incorporándose a la fuerza de trabajo las mayores cohortes de población de la historia de España. La expresión de la "hucha" es nefasta, porque transmite la idea de que en estos años hemos resuelto nuestro principal problema cuando, por el contrario, lo estamos incubando. El exceso que hoy hay en la caja -la hucha- refleja, más que la solución, la magnitud de los compromisos de gasto que se generan para el futuro.

La propuesta del secretario de Estado de la Seguridad Social de calcular la pensión con arreglo a lo cotizado en toda la vida laboral ha sido la única auténtica iniciativa, no novedosa pero útil para la resolución de los problemas siempre que no se aplique brutalmente a quienes, por estar cerca de la jubilación, poco podrían hacer ante ese cambio legal. Pero la demagogia del "teníamos un problema en la Seguridad Social y lo hemos resuelto" ha hecho imposible avanzar en la discusión de la propuesta, el secretario de Estado ha tenido que tragársela y, como ha sucedido con otras reformas necesarias, al final el Gobierno se ha visto obligado a jurar que no hará reformas. La demagogia acaba actuando como una vacuna contra las reformas. Por eso, cuando un partido en el Gobierno decide ejercer la demagogia, lo mejor para la economía es que, cuanto antes, pase a ejercerla desde la oposición.

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