De indispensable a imparable
Pase lo que pase y acabe como acabe la crisis respecto a Irak, el daño a las relaciones transatlánticas ya está hecho, y quizás la OTAN tocada de muerte, aunque como gran organización siga, como un zombi. Los distintos puntos de vista sobre la respuesta a dar a EE UU pueden hacer imposible encontrar hoy en Bruselas una postura europea significativa sobre Irak. La crisis daña a Europa, cuando más se la necesitaría. Europa tiene que ganar un peso hacia afuera, en consonancia con el que tiene hacia adentro. Al menos como contrapoder para, al menos, moderar a EE UU, en un mundo totalmente desequilibrado en su unipolaridad militar. Como se ha dicho en Davos, EE UU ha pasado de ser la "potencia indispensable" de los tiempos de Clinton, a convertirse en la "imparable" con la Administración de Bush.
¿Qué pide Bush a los europeos? Pues que incluso si está equivocado, unos buenos aliados lo tienen que seguir y que apoyar. Y Europa no está dispuesta a eso, aunque pueda llegar a amoldarse, especialmente Francia, si se ve ante la guerra. Frente a Washington, Blair juega a policía malo, y Francia a policía bueno. Pero la gran preocupación para los europeos y los americanos no es Francia, sino Alemania, pues, aunque con un Gobierno débil, es el país central de la UE por mucho que el viejo Rumsfeld diga que esa es la "vieja Europa". Sin esa "vieja Europa" no habrá una nueva. El Gobierno de Aznar podría haber jugado otro papel, pero prefiere unirse al eje anglosajón. Y en Davos muchos preguntan extrañados por las razones del pleno apoyo del Gobierno español. A esta nueva Europa pertenece también Eslovenia, cuyo presidente Drnovsek, teme que una guerra contra Irak afecte negativamente al referéndum sobre el ingreso en la OTAN que se celebrará en marzo con una sociedad dividida al respecto.
EE UU va a dar un poco de tiempo, no mucho, porque también lo necesita antes de lanzarse a la guerra. Pero eso no bastará para recomponer el daño a las relaciones entre EE UU y la "vieja Europa". Frente a lo que ocurría cinco años atrás, los desacuerdos, como recientemente recordaba el comisario europeo Pascal Lamy, los principales escollos entre Europa y EE UU no atañen sólo a cuestiones de interés nacional sino a valores: la guerra; las decisiones multilaterales (que son la esencia de la construcción europea); los derechos de los palestinos; los organismos genéticamente modificados; la pena de muerte (que dificulta las extradiciones hacia EE UU); o el mundo que queremos dejar a las siguientes generaciones preservando el medio ambiente (el protocolo de Kioto). Y también un cierto cambio generacional que hace que se estén perdiendo las vivencias de los orígenes de esta relación. Estamos ante un divorcio. Se puede recomponer la pareja, entre otras razones porque ambos deben cooperar en la lucha contra el terrorismo, pero nunca volverá a ser igual. El ruso Gregori Yavlinski planteó en Davos lo que llamó un "ejercicio mental": "¿Si de repente desapareciera Estados Unidos del mapa, sería el mundo más seguro?" La respuesta puede llevar a pensar que Europa no se va a construir políticamente contra EE UU, aunque necesita ampliar su margen de maniobra -lo que costará voluntad y dinero- so pena de que le asfixie lo que está apareciendo como "el imperio de mayor alcance de la historia", en un mundo paradójico en el que cuando más fuerte es EE UU más ilegítimo se puede volver, y sin embargo, en coincidencia con unas Naciones Unidas que parecen sacar legitimidad de su debilidad.
Para ganar legitimidad EE UU tendría que aceptar compartir su poder. Escuchando ayer al "moderado" Powell, no parece que esté por la labor. Ni en EE UU se oyen realmente no ya voces, sino propuestas alternativas por parte de los aspirantes demócratas a reemplazar a Bush en la Casa Blanca. ¿Será Bush -persona o fenómeno- el imparable?
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