_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Recuperar el castillo para recuperar la historia

La voluntad de recuperar totalmente el castillo de Montjuïc para la Administración municipal es insistir en la recuperación de nuestra historia. También es un ejercicio para recordar la capacidad que, a veces, ha tenido la capital de Cataluña de superar determinadas situaciones políticas de adversidad histórica. La ciudad no solamente es la gran cautivadora: también está cautivada por el sentido de la propia dignidad y de la autoestima responsable. Este hecho tan poco común la ha conducido a integrar en su memoria colectiva lo mejor de lo mejor de las glorias del pasado junto a los malos recuerdos con determinación y coraje. Quizá por todo ello podemos afirmar que Barcelona es una ciudad elegante y con identidad.

No lo es porque sea más o menos guapa -que lo es bastante- ni porque esté más o menos bien diseñada o construida -que lo ha estado tradicionalmente. Lo es de una manera mucho más profunda y sólida porque tiene una personalidad tan bien definida que nunca deja de perderse el respeto. Libre o dominada, Barcelona no olvida quién es, qué es, y vive la historia con sorprendente dignidad y plenitud. Quizá no sea necesario recordar que después del asedio de 1714, en el que todos los ciudadanos que quedaban en Barcelona -no únicamente barceloneses- la defendieron hasta el último respiro, el día siguiente de la dura derrota recibieron a los ocupantes del ejército francoespañol con un gesto de esta elegancia a la que me refería hace un momento, abriendo los comercios y volviendo al trabajo, casi con indiferencia ante el desastre, con justificada altivez y terca confianza consigo misma. O quizá tampoco sea necesario que me refiera a la fina ironía con que los ciudadanos de Barcelona modificaron, en el siglo pasado, el nomenclátor de las calles de la ciudad alterando, desde entonces, los nombres oficiales de dos vías principales de Ciutat Vella. Las calles Ferran VII y la de su nieta la princesa Isabel de Borbón fueron desnudadas de sus caracteres distintivos de inequívoca sumisión al régimen español posterior a la invasión napoleónica. Hoy las conocemos sencillamente como las calles de Ferran y de Princesa, y ya nadie recuerda su procedencia porque nadie la quiere para su memoria. Modificando todo aquello que se precise, bien sea poco o mucho, pero sin conflictos innecesarios o indeseables, Barcelona asumía su pasado histórico sin grandes aspavientos, pero también sin renuncias.

Aunque determinadas fuerzas políticas españolas permanezcan todavía instaladas en la incapacidad intelectual de asumir que el franquismo ya forma parte del pasado, si el castillo de Montjuïc ya no sirve para bombardear periódicamente la ciudad de Barcelona ni para asegurar la sumisión de los catalanes al Estado español, entonces será preciso también que sea algo más que la sede de un museo militar del que, como mínimo, podríamos decir que tiene hoy una orientación ideológica excesivamente partidista con un cierto tuf de conquista. Si, por ejemplo, en la ciudad de Toledo, el famoso alcázar, utilizado mediáticamente por parte de la hagiografía franquista, hoy en día se ha convertido por la acción del Gobierno de José Bono en la sede de la Biblioteca de Castilla-La Mancha, ¿qué tendríamos que hacer en Barcelona con nuestro castillo, convencidos como estamos de vivir en una de las ciudades más civilizadas e ilustradas del mundo?

En el Fòrum 2004 de les Cultures, a uno de los pensadores internacionales más celebrados sobre la utilización pública de los espacios monumentales, Ralph Appelbaum, se le ha pedido su opinión para la exposición Veus, con que contará la fiesta de la cultura de Barcelona y que a mi entender es sin duda la más emblemática y la que recoge mejor el espíritu del Fòrum.

Quizá podríamos pedirle, en su condición de experto y foráneo no vinculado a los conflictos que tuvieron como escenario el castillo de Montjuïc, que nos ayudara a pensar en un proyecto civil que recuperase el espacio actual para todos los habitantes de la ciudad -conjuntamente con nuestros propios expertos-, tal como ha sucedido en la exposición Veus. Se le podría encargar que hiciese una propuesta que integrase el recinto al proyecto de las cotas de Montjuïc y que definitivamente fuera un espacio en el que se reflejara lo que somos y queremos ser. Esta iniciativa tendría, al menos, un aire democrático integrador, respetuoso con la plena asunción de nuestro patrimonio. Una novedad, que no tendría que serlo, en el recinto del museo militar del castillo de Montjuïc.

Jordi Portabella es tercer teniente de alcalde de Barcelona.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_