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EL DEFENSOR DEL LECTOR
Columna
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Final de etapa

El 24 de noviembre de 1985, Ismael López Muñoz inauguró en este periódico la figura del Defensor del Lector en nuestro país. Más de diecisiete años después llegamos a un final de etapa.

El estatuto que rige esta figura establece para ejercerla un máximo de cuatro años, que se agotan justamente la semana que ahora empieza. Cumple, pues, despedirse tras tanto tiempo de contacto directo con los lectores del periódico.

Acepten, por una vez, que utilice la primera persona, la única que permite pedir disculpas y asumir responsabilidades directamente, ante cualquiera que haya sentido defraudada su confianza en el defensor.

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Doy por cierto que más de un lector se ha creído burlado en sus aspiraciones de protesta, y me excuso por ello.

El mes de diciembre pasado se celebró en Guadalajara (México) un seminario latinoamericano sobre el Defensor del Lector. Germán Rey, que lo fue de El Tiempo, de Bogotá, reflexionaba sobre esta figura, señalando que "parece ser un oficio de soledad", porque, más allá de los libros de estilo, de los estatutos que rigen su actuación y de sus investigaciones sobre asuntos concretos, "el defensor se queda ante la soledad de su conciencia. Al final, los juicios morales remiten a declaraciones y decisiones muy personales".

Así es, afortunadamente, porque supone la máxima expresión de su independencia. El propio Germán Rey señalaba que los defensores no tienen "ni dependencia hacia arriba ni autoridad hacia abajo".

Y eso es así, aunque más de un lector pueda mostrarse excéptico sobre la autonomía en el actuar y aunque muchos se muestren perplejos ante la repetición de errores que el defensor denuncia en sus columnas.

Estamos simplemente ante un continuo tejer y destejer que sirve para mantener una cierta tensión hacia abajo -como advertencia a la redacción- y una asunción explícita de errores que, en la realidad, apunta hacia arriba, ya que el último responsable de cualquier contenido del periódico es su director.

El defensor de este periódico tiene el compromiso escrito de no poder ser despedido ni sancionado "por motivos relacionados con el ejercicio de su cargo", pero, mucho más allá de esta salvaguarda, la figura sólo tiene sentido si se mantiene la voluntad política de la empresa y de la dirección de otorgarle la "total autonomía e independencia" que proclama su estatuto.

En estos cuatro años la cláusula se ha cumplido escrupulosamente; por eso los posibles errores habrán sido estrictamente personales. Como las disculpas.

Rigor y encuestas

El domingo pasado se criticó en esta columna la información publicada el 24 de diciembre sobre un sondeo de la cadena SER -El pulsómetro- en torno a la crisis provocada por el hundimiento del Prestige. Se recogía la queja de un lector por haber ofrecido datos sobre posibles resultados electorales en Galicia, cuando la propia información aseguraba que en aquella comunidad sólo se hicieron setenta entrevistas, lo que otorgaba escasa fiabilidad al pronóstico.

Desde la dirección de la cadena SER se ha hecho saber al defensor que tanto en sus programas informativos como en su página web se advirtió "una y otra vez que los datos referidos a Galicia eran meramente indicativos" y que se trataba de datos "de intención directa de voto, y no una estimación real para unas hipotéticas elecciones". Justamente eso es lo que denunciaba la columna: la falta de una explicación sobre el valor de los datos.

El mismo lector protestaba por un error del periódico, como era decir que la valoración del secretario general del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, "no mejora", mientras se aseguraba que bajaba del 54,7% al 34,4% el porcentaje de quienes aplaudían su trabajo respecto a la crisis del Prestige.

Resultaba sorprendente el eufemismo "no mejora" ante una caída tan acusada como la que publicó el periódico. Pues resulta que además había una errata, porque el dato real de la encuesta señala que la aprobación de Rodríguez Zapatero había descendido del 55% al 47%", y no al 34%, como se escribió, y que explicaba la extrañeza y la queja del lector.

En cualquier caso, las dos cuestiones que abordaba el defensor afectaban exclusivamente al periódico y al modo de transmitir a sus lectores la información sobre el sondeo radiofónico que, como queda dicho, hizo las advertencias que aquí se echaban en falta.

El defensor se despide con una queja larga, recurrente, sobre las informaciones del periódico en torno a la situación de Venezuela. La última, de Jordi Mata Solanes, por teléfono, desde Ondara (Alicante).

Casi todas creen ver en mucho de lo que se escribe un sesgo exageradamante antichavista. El problema es que casi todas las protestas incluyen una defensa política del presidente Chávez, de su actuación y un ataque a sus detractores. Eso lleva al defensor a mantener una duda razonable sobre la politización -legítima, desde luego- de las quejas y su auténtico significado respecto a la labor del periódico.

La primera columna de esta etapa, enero de 1999, se tituló Los labios de las gallinas. Allí se comentó la recomendación de un psicólogo estadounidense, en una reunión de Ombudsman de periódicos para que no perdiesen el tiempo con lectores que plantean problemas parecidos a por qué las gallinas tienen el pico tan duro, cuando a ellos les gustaría que tuviesen labios.

Terminaba la columna animando a los lectores a dialogar con el periódico a través del defensor, "incluso sobre el pico de las gallinas". Se mantiene la invitación. Tengan la seguridad de que casi nada cae en saco roto.

Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector por carta o correo electrónico (defensor@elpais.es), o telefonearle al número 91 337 78 36.

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