_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Un mal año

"¿Democracia? Yo no quiero democracia", dice Zerzan, cabeza pensante del anarquismo actual. En realidad, según él, casi nadie la quiere. De ahí al certificado de defunción media un paso y eso es una grave exageración, pero no un invento. La democracia está enferma y el pronóstico es reservado. Gobernantes y gobernados se alejan unos de los otros cada vez más, es observable. Para los pueblos, los políticos "son todos lo mismo", opinión y talante que al poder le viene de perlas; pues dimitido el electorado sólo hay que estrujar la astucia, tirar de asesores y poner en juego los medios de comunicación "propios" y los afines. De este modo, la desmayada opinión pública es cada día menos opinión y menos pública. "Son todos lo mismo" termina convirtiéndose en una muletilla con la que se sale del paso y se enfilan asuntos más serios. Se ha inoculado un resquemor lánguido, amodorrado, pasivo.

Se hunde un petrolero y causa la ruina de todo un extenso y rico litoral. La culpa no la tiene el Gobierno español, la tiene una UE carente de unas leyes del mar semejantes a las que puso en vigor Estados Unidos después de la tragedia de Alaska. Si la UE carece de esa legislación es debido, al menos en gran parte, al sabotaje de algunos Estados miembros, como el Reino Unido y Holanda, ambos con grandes intereses en el negocio del petróleo. Claro que ante un abuso tal como la unanimidad del voto, a un Estado seriamente damnificado le asiste el derecho moral, e incluso la obligación, de interceptar cualquier barco delincuente y proceder luego como se tercie. No habría declaración de guerra por eso ni más daños colaterales que el pataleo. La maraña de dueños que se oculta tras un petrolero más debería ser debilidad que fuerza. Aunque tarde, así parece haberlo entendido Francia; pero el país vecino cuenta con un arsenal de medios técnicos y humanos, mientras que aquí los petroleros pueden limpiar tranquilamente sus tanques en el Mediterráneo, pues la vigilancia es simbólica. Lectores avisados podrán objetarme que todo este párrafo es una simplificación. Bien lo sé, el asunto es más complejo y uno podría transcribir textos aparecidos en este diario sin necesidad de ir más lejos. Pero hecha mi pequeña encuesta particular, apenas si me he topado con votantes conscientes de qué países europeos se oponen a medidas preventivas contra el uso y abuso de los petroleros desahuciados para todo menos para surcar los mares con su carga mortífera.

España carece de medios técnicos, carece de suficientes inspectores, carece de todo. Y si acaece un caso como el del Mar Egeo y después otro, el del Prestige, los gobiernos se agarran al clavo de la fatalidad. ¿Acaso tiene el ministro de Fomento la culpa de que un barco se parta en dos? Primera victoria ante un electorado dimitido. El Gobierno no tiene la culpa de que un montón de chatarra con fuel en sus entrañas navegara frente a las costas gallegas y allí acabara sus días. Frente a un electorado escasamente proclive a involucrarse en su deber ciudadano, el poder, entre otras cosas, dormita. Y cuando despierta, porque el cielo se desploma, recurre a su arsenal de evasivas, de medias verdades, de silencios, de promesas y de chivos expiatorios; pues sabe que el pueblo adormilado beberá lo que le ofrezcan las fuentes gubernamentales, muy superiores en número a las críticas. No se puede hablar estrictamente de democracia cuando la interacción entre gobernantes y gobernados está viciada. Lo está aquí y en todas partes. En unas, porque la miseria es tal (caso de América Latina) que importa poco quien mande; en otras, porque el mercado impone su ley. No es precisamente el Estado mínimo la mejor garantía para un orden social justo, como después del 11-S se está viendo por doquier. Ninguna empresa privada se dotará de los medios necesarios para actuar contra los modernos corsarios del océano; no es tarea rentable y el Estado no debe hacer dejación de la misma.

De modo que, al final, la plaga caída sobre Galicia será obra del destino y del PSOE (o al menos de Caldera). Eso parece creer el Gobierno o una parte del mismo. A Mariano Rajoy empieza a vérsele poco menos que exultante, pensando acaso que él solito, armado de su palabra, ha contenido y hecho retroceder la gran marea de quién sabe qué color, aunque el negro le hace torcer el gesto; con todo, los votantes del partido se inclinan todavía por Mayor Oreja. Personalmente, no tengo la más remota idea de cómo va a repercutir este asunto en las urnas. Que el partido gobernante perderá votos en Galicia, es bastante profetizable; pero a nadie engañen los grupos de voluntarios llegados de toda España a Galicia ni las efusiones sentimentales a euro la pieza. Benditos sean todos ellos, pero no les confundamos con cruzados de una causa. El grueso de la población no se ha manifestado por las calles, excepto en Galicia. Y tampoco está claro que allí se haya producido un despertar civil masivo y duradero, como ha escrito algún cronista. La bella durmiente es ahora menos bella, pero está por ver si es también menos durmiente. Uno, de adolescente, vio vitorear a un patrono voraz cuando en el turno de noche les traía café a sus obreros para mantenerlos despiertos.

Con todo, sí creo que el Gobierno tiene motivos de preocupación. La catástrofe de Galicia ha trascendido a pesar de todos los pesares y es difícil de creer que, con el tiempo, todas las culpas recaigan sobre el a veces lenguaraz Caldera. Como mínimo, Galicia puede ser agregado a la lluvia fina que tiempo hace viene cayendo: el paro, la inflación y la delincuencia no son las únicas gotas, pero sí las más gruesas, las más sensibles; pues eso sí lo nota el votante más desmotivado. El trabajo es inseguro y escasea y la vida se está poniendo imposible, señor Aznar, le diría uno al presidente del Gobierno. En este año que muere los productos básicos de la cesta de la compra se han encarecido entre el ocho y el treinta por ciento. Y conozco el caso -sin duda extremo, pero por ahí van los tiros- de una joven a la que le hicieron un contrato de trabajo de ¡dos horas!. Nadie es rico sin saberlo y contra esa verdad puede que el señor Rajoy no prevalezca.

Aunque en estos momentos sólo sé que me duele Galicia más de lo que me dolería, por ejemplo, Bretaña; y que eso nada tiene que ver con el patriotismo constitucional. Las vísceras, son las vísceras. Si agonizo lentamente, tal vez entonces sepa de una vez quién soy, como dice un amigo.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_