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Un libro da voz a los supervivientes del Gernika que combatieron en la II Guerra Mundial

El historiador Mikel Rodríguez resalta el "olvido" que sufren de las instituciones vascas

El historiador Mikel Rodríguez (Oiartzun, 1967) ha dado voz, por vez primera, a los supervivientes de la única unidad militar vasca que combatió en la Segunda Guerra Mundial, el Batallón Gernika. Y lo que ha encontrado es "abandono y olvido" y un profundo dolor por la división política que separa hoy en día a la sociedad vasca. Diecinueve entrevistas personales con casi 50 horas de conversación han dado como fruto la publicación del libro Memoria de los vascos en la II Guerra Mundial. De la Brigada Vasca al Batallón Gernika, editado por Pamiela.

Citado en multitud de obras, el Batallón Gernika participó en los combates por la liberación de Burdeos, en abril de 1945, donde murieron cuarenta de sus doscientos integrantes. Apenas quedan hoy, dispersos por el mundo, unos 25 combatientes y sólo una veintena acude cada 14 de abril a la ceremonia de la fortificación de Pointe-de-Grave, en Burdeos, para recordar el triunfo sobre las tropas nazis y visitar las tumbas de sus compañeros. Las flores y el traslado en autobús lo pagan los propios supervivientes.

Rodríguez ha encontrado una pluralidad política y social en los 200 hombres "mal armados y peor comidos", que se enrolaron en el Gernika. Muchos nacionalistas, pero también nutridos grupos de socialistas y anarquistas, algún comunista y antifascistas de toda índole. Como Andrés Prieto, memoria viva del batallón, eibarrés de 84 años, nacido en una familia de comerciantes de sólida tradición socialista, que facilitó a Rodríguez, documentación inédita.

Algunos de los protagonistas de la investigación fallecieron después de recordar su "segunda derrota": el "olvido implacable y afilado" y la mala conciencia de muchos "resistentes imaginarios".

Porque la historia del Batallón Gernika, es también la historia "de los que no estuvieron", explica el investigador, y ahora salen en los homenajes. Mientras tanto, sentencia Rodríguez, "los veteranos siguen gestionando por su cuenta, sin apoyo institucional alguno, sus solicitudes de pensión y sus papeles. No se sienten representados por ningún estamento a pesar de haberse jugado la vida por las libertades y la democracia".

De hecho, muchos miembros del Gernika fueron enviados por los estadounidenses, en el mayor de los secretos, al château Rothschild, en los alrededores de París, para formar el embrión de la oficialidad de un hipotético ejército vasco. La instrucción recibida, de la que el libro de Rodríguez ofrece detalles inéditos y fotografías, no sirvió para nada cuando finalmente EE UU perdió todo interés por derribar a Franco, disolvió el grupo de Rothschild y desmovilizó el batallón en septiembre de 1945.

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"La mayoría fueron a combatir a una guerra que no era la suya, pensando que después les ayudarían a derrocar a Franco. Se ganaron los honores de la victoria en el campo de batalla y se perdió en las cancillerías occidentales, engullidos por la pesada sombra de la guerra fría", explica el historiador.

Los gudaris del Gernika nunca fueron un recuerdo dulce. Su presencia mísera ("tenían aspecto de mendigos", resalta Rodríguez), incomodaba.

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