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Francisco Ayala recupera sus profundas raíces en el periodismo de combate

La Asociación de la Prensa de Madrid nombra miembro de honor al escritor granadino

Juan Cruz

Francisco Ayala tiene 96 años y sigue tan campante. Siempre dijo que la curiosidad había alentado su vida, y los lectores de EL PAÍS -y de otros medios- han tenido a lo largo de los años testimonio de su forma de mirar la realidad. Porque ha sido, y desde muy joven, un periodista, que además ha reflexionado sobre el oficio con tino polémico. En junio de este año, la Asociación de la Prensa de Madrid quiso rendirle homenaje y le concedió el diploma que le acredita como miembro de honor de la entidad. Este mediodía recibe el homenaje de sus colegas de siempre.

Ayala tuvo una extraordinaria ocasión de hablar de su pasión y de sus ideas sobre el periodismo cuando ingresó en la Academia de la Lengua, en noviembre de 1984, cuando él tenía 78 años. Mucho después, en 1999, con ocasión de la entrega de los premios de Periodismo Ortega y Gassett, que otorga la empresa editora de este diario, Ayala volvió sobre este ejercicio. En un caso habló el académico, y en el otro lo hizo el implacable lector -y escritor- de periódicos. Para el académico, el periódico "no deja de ser un negocio sui generis como parte que es de la industria tipográfica, pues no sólo vende ideas, sino que, al hacerlo, se convierte en un órgano de opinión pública, es decir, un señaladísimo instrumento de acción política".

Los incontables peligros

Claro que, siendo un "instrumento de acción política", el periódico está acechado por incontables peligros. Y de ellos hablaba, cuando participó como conferenciante en la entrega de los Ortega, el lector de periódicos. Fue, decía él, "una ligera admonición" dedicada a los periodistas, y tuvo este calado: "En cuanto al deber de atenerse a un código de rectitud moral, siendo conscientes siempre del poder que los medios de comunicación confieren al periodista, toda insistencia es poca. Ciertas desviaciones de este deber, tan flagrantes algunas, como esa conducta periodística a la que se denomina amarillismo, habrá existido más o menos extendida en otras épocas, pero en la actual resulta de alcance y consecuencias mucho más dañinas, a la vez que de más difícil control". Capacitación profesional, decía Ayala, y conciencia cívico-moral son "los requisitos básicos exigibles para quien quiera dedicar su vida al ejercicio de la profesión periodística".

Pero el académico no podía obviar, en ese discurso ligeramente admonitorio, su condición de vigía de la lengua: "De la limpieza o deterioro de nuestra lengua son, pues, responsables quienes diariamente se dirigen al público, sea verbalmente o por escrito, desde las diversas tribunas".

Ayala es periodista, como escritor, prácticamente desde su adolescencia. En ese discurso que hizo ante la Academia que le recibía, el gran escritor granadino recordó los meses en que trabajó en la redacción de El Debate. "Estuvo asignado mi trabajo", decía, "a las horas de la noche, y esa nocturnidad, a la que siempre he sido refractario, se me hizo soportable en la breve temporada de forzosa vela gracias a las delicias del verano madrileño, tan injustamente vituperado con frecuencia, en el que las ventanas abiertas dejaban pasar a aquellas horas el aire templado y un silencio agradable de la calle".

Hizo de todo. El novelista gallego Manuel Rivas recuerda que la primera crónica que tuvo que inflar tenía en el original borroso que recibió simplemente la palabra patata. Ayala cuenta que en su adiestramiento tuvo que inventar, e hinchar, muchas noticias cuyo carácter sucinto requerían la imaginación del novelista que en seguida fue: "Ahí, en la sala de redacción, me adiestré yo en aderezar -hinchar- los sucintos telegramas y en darle vuelta -como se decía-a noticias obtenidas de segunda mano, sacadas de fuentes menos directas, para de ese modo disimular su origen, y todo ello, bajo la orientación maestra de un compañero tísico, astroso y desaseado, a quien divertían mis comentarios mordaces, sobre todo si apuntaban contra nuestros jefes".

La biografía periodística de Ayala siguió en El Sol, prosiguió en el largo exilio de su vida de republicano comprometido con la realidad civil de su tierra y se ha mantenido luego en la democracia española con la prontitud, la exactitud y la mordacidad que ya ensayó entonces y que jamás ha abandonado. Durante su exilio residió sucesivamente en Argentina, Brasil, Puerto Rico y Estados Unidos, países en los que compatibilizó dos de sus vocaciones más constantes: la docencia y las colaboraciones en diarios y revistas. Como profesor, enseñó en diversas universidades y regresó por primera vez a España en 1960, para volver a Norteamérica para ejercer la actividad docente hasta su jubilación, en 1976, residiendo a partir de entonces en Madrid. En 1968 se publica en España Muertes de perro, que había tenido problemas con la censura. Un año después, varios periódicos españoles publican un documento de Salutación a F. Ayala; lo subscribían: Vicente Aleixandre, Dámaso Alonso, Buero Vallejo, José Luis Cano, Camilo José Cela, Miguel Delibes, Paulino Garagorri, Carmen Laforet, Pedro Laín Entralgo, Rafael Lapesa, F. Yndurain y Alonso Zamora Vicente. Y en 1972 recibirá el Premio de la Crítica por El jardín de las delicias.

Mordacidad granadina

Se ha dicho que la mordacidad de Ayala es granadina, como su origen, pero también se afirma que tiene que ver con una inteligencia de radical al que los años no han podido limar ni el estilo, ni la memoria, ni la capacidad de mandoble. Ésas han sido las armas con las que ha escrito en los diarios. Aunque en los últimos tiempos ha guardado silencio público, sus reflexiones sobre lo que pasa siguen siendo como rayos sobre la actualidad del mundo. Cuando en abril de este año recibió el premio Fernando Abril Martorell, Ayala trazó así un panorama de lo que nos pasa: "Ciertamente, nos encontramos en un periodo crítico en que la confusión de ideas ocasionada por el desorden mundial desanima la reflexión ecuánime". Ese desánimo en el que él ve sumido el mundo le ha detenido por un tiempo su pluma: para qué pensar y para qué escribir. No es escepticismo: es rabia.

Francisco Ayala.
Francisco Ayala.MIGUEL GENER

La memoria del curioso

A Ayala no se le escapa nada. Cuando quiere referirse a él, su colega Mario Vargas Llosa siempre cuenta cómo mira y cómo camina Ayala a los 96 años: "Va saltando, ágilmente, llega siempre antes que tú y después te mira con los ojos azules, fijos e irónicos, como si estuviera adivinando no lo que vas a decir, sino incluso lo que aún no has pensado tú mismo". Todos los que hablan de él destacan su memoria, pero sobre todo la curiosidad con la que pasea esos ojos por la vida. Ejerce esa curiosidad desde niño; hace unos años, cuando el pintor Juan Vida presentó en la Biblioteca Nacional el intenso retrato que pintó de su paisano, Ayala pronunció un discurso muy íntimo y muy pausado sobre los recuerdos de su infancia, y fue tan vívido lo que contó que por un momento todos los que estábamos allí nos trasladamos al desfile que él narraba, como si estuviera en ese instante transportado por la emoción a una edad que jamás ha dejado de tener. La edad de su memoria. El alimento de su literatura.

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