"Ni todos los camaradas eran buenos ni todos los franquistas malos"
Con casi 17 de años de cárcel sobre sus espaldas, varias condenas a muerte y diversos consejos de guerra, el militante comunista Miguel Núñez (Madrid, 1920) ha sido uno de los mitos de la izquierda -sobre todo catalana- bajo el franquismo. Estrenó su experiencia penitenciaria en el Madrid de 1939, con apenas 18 años, y pasó por el penal de Ocaña, donde el cura participaba en las palizas y tenía debilidad por dar los tiros de gracia tras las ejecuciones. Concluyó su carrera en la universidad de los presos políticos: la prisión central de Burgos. A pesar de esa dura España que vivió, aprendió a huir de maniqueísmos: "Nunca fue todo blanco o negro; siempre hubo matices; ni todos los camaradas eran buenísimos ni todos los franquistas malísimos". Ahora ha reunido su peripecia vital en La revolución y el deseo, unas memorias que acaba de publicar Península.
"Los falangistas enviaron mi ropa interior ensangrentada a mis padres"
Sus memorias son un ejemplo de aprecio por esos matices y, al tiempo, un estupendo muestrario de la barbarie franquista. En 1939, por ejemplo, los falangistas lo apaleaban sistemáticamente en la madrileña comisaría del pasaje de Cordón. "Allí presencié algunas muertes por paliza; los falangistas tuvieron incluso la macabra idea de enviar mi ropa interior ensangrentada a mis padres, quienes pensaron que me habían matado, se presentaron en la comisaría y nadie les dijo nada. Yo me enteré unos días después por un guardia, que además se ofreció a ayudarme y a hacerles llegar carta a mis padres", dice Núñez en un ejemplo de que la compasión puede florecer en páramos inmisericordes. En otra ocasión, en abril de 1958, el temible comisario Antonio Juan Creix se encargó de interrogarle. Como nadie sabía de su detención, amenazó a Miguel Núñez con hacerlo desaparecer mientras le torturaba en la última planta de la Jefatura Superior de Policía de Via Laietana de Barcelona. Estuvo colgado de una esposa en una tubería con el hombro dislocado. "En un momento en que Creix y los suyos me dejaron colgado y se fueron, ocurrió algo insólito, oí una voz que decía a mi lado: 'Aguanta, Miguel, que los tienes vencidos; mi compañero y yo hemos sido guardias de asalto con la República y nos han incorporado después de la depuración. ¿Podemos hacer algo por ti?'. Les di un número de teléfono y a los dos días Radio París y Radio Londres daban cuenta de mi detención", recuerda, y, por tanto, su vida no corría peligro al saberse públicamente que estaba en manos de la policía. Tampoco faltaron episodios negros. Uno de los capítulos menos compasivos de su vida lo halló en el penal de Ocaña. Allí coincidió en 1941 con un ya débil Miguel Hernández, y en las clases de poesía de la prisión escribieron, con la guía del maestro, un poema dedicado al cura verdugo de Ocaña. "La Luna lo veía y se tapaba / por no fijar su mirada / en el libro, en la cruz / y en la Star ya descargada. /¡Más negro, más, que la noche, / menos negro que su alma, / el cura verdugo de Ocaña". A propósito de esta estrofa, Núñez saca a colación la dignidad del preso. "Cuando luchas por la libertad formas parte de un grupo de valientes, que por sus ideales pone en peligro su trabajo, su familia... Y eso para cualquier sistema dictatorial -incluidos los llamados comunistas- te convierte en un peligro con el que hay que acabar", afirma. Y para el franquismo resultó difícil controlar a gente a la que la II República había dado dignidad, libertad. "Lo que me llevó a la militancia política fue esa libertad que respiré, alimentada por mi padre -culto, republicano y socialista-, y por lo que me inspiró una revolución, la rusa, que aún no estaba prostituida".
Son unas memorias que pasan de puntillas, eso sí, sobre los conflictos y ajustes de cuentas en el seno de los partidos comunistas de los años cuarenta y cincuenta, años negros y, en ocasiones, de plomo, a los que no escaparon ni el Partido Comunista de España (PCE) ni el Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC). "Nunca quise saber nada de eso, quizás por ello siempre tuve más simpatías que poder, es decir, que cargos de responsabilidad en el partido". "Nosotros veíamos a la URSS como una alternativa, como una esperanza, y fue frustrante", afirma.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.