Vencedores y prebendas
Regla número 1: siempre tener una noticia de portada. El propósito aparente del plan presentado por el Gobierno de Bush de abrir 850.000 empleos federales a la competencia privada es promover la eficacia. El vigor competitivo, dicen, pondrá fin a la pereza burocrática; los costes descenderán y todos -excepto un puñado de sindicalistas en exceso pagados- estaremos mejor.
¿Y quién sabe? Puede ser que la reforma ahorre algún dólar. Pero dudo de que haya un político o un periodista que crea que la privatización de parte de la administración federal -medida que según el Gobierno se puede tomar sin cambiar la legislación- está de verdad motivada por el deseo de reducir gastos.
Al fin y al cabo, los gobiernos -estatal, federal y local- tienen mucha experiencia en privatizaciones, y los resultados no respaldan las extravagantes afirmaciones sobre la mejora de la eficacia. A veces hay significativas reducciones de gastos, pero muy a menudo los prometidos ahorros son un espejismo. En especial, es común que los contratistas privados presenten unas ofertas muy bajas para conseguir la concesión y después suban los precios una vez despedido el personal funcionario. Las proyecciones de obtener un ahorro general del 20% o el 30% en costes son absurdas, y uno sospecha que los políticos que hacen dichas proyecciones lo saben.
Tras la privatización de empleo federal no está la búsqueda de una mayor eficiencia, sino la instauración de prebendas para preservar el poder
¿De qué se trata, entonces? En primer lugar, de proporcionar una tapadera política. Vistos esos déficit presupuestarios tan desmesurados, el Gobierno -decidido a ampliar, no a reconsiderar el programa de reducción de impuestos que inicialmente justificó con proyecciones de enormes superávit- debe ahora hacer gala de un recorte de gasto. Pero ¿qué puede recortar? Gran parte del gasto se dedica a servicios esenciales como defensa y sistema judicial o a derechos de la clase media como seguridad social y atención médica que el Gobierno no se atreve a atacar abiertamente.
Privatizar empleo federal es una respuesta perfecta, aunque falsa. El salario de esos trabajadores amenazados supone sólo un 2% del presupuesto federal, por lo que el aumento de la eficacia que pueda producir la privatización, si se diese, apenas hará mella en el gasto. Sin embargo, durante unos años, el debate sobre la privatización dará la impresión de que el Gobierno está haciendo algo respecto al déficit.
Pero distraer a la opinión pública de la realidad de los déficit es, podemos estar seguros, sólo una compensación fortuita. Como también lo es el hecho de que la privatización sea una forma de romper uno de los últimos baluartes de poder sindical. Karl Rove persigue una presa mayor. Hace unos meses, comparó a su jefe con Andrew Jackson. Como algunos señalamos en su día, uno de los principales legados de Jackson fue el "sistema de prebendas", según el cual los puestos federales se reservaban a los seguidores políticos. El servicio funcionarial federal, que protege con cuidado a sus trabajadores de la presión política, se creó para eliminar el sistema de prebendas; pero ahora el Gobierno ha hallado la forma de saltarse esas limitaciones.
No necesitamos conjeturar sobre qué va a pasar después, porque Jeb Bush ya ha iluminado el camino. El gobernador de Florida ha sido un ardiente privatizador, y como ha indicado The Miami Herald tras un cuidadoso estudio de los archivos estatales, "su atrevido experimento ha sido un éxito, al menos para él y el Partido Republicano, según demuestran los archivos. La política ha generado una red de contratistas que le han dado a él, a otros políticos republicanos y a su partido en Florida, millones de dólares en donativos para campañas".
Lo interesante de esa red de contratistas no es sólo el que las grandes contribuciones vayan ligadas a grandes contratas; es el fin de la práctica tradicional en la que las empresas aseguran sus apuestas financiando a ambos partidos. Los grandes ganadores de la Florida de Bush son las empresas que dan poco o nada a los demócratas. Curioso, ¿no?
¿Estoy diciendo, entonces, que vamos a volver a los días del Jefe Tweed y Mark Hanna? Dios, no; eran unos tacaños. El control de la administración actual por parte de un solo partido brinda oportunidades para premiar a los amigos y castigar a los enemigos que los políticos de la antigua máquina ni siquiera soñaron.
¿Hasta dónde se puede explotar el sistema de prebendas? ¿Hasta qué punto se utilizará para garantizar una ventaja política permanente al partido gobernante? Permanezcan a la escucha: estoy seguro de que pronto lo descubriremos.
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