El equipo económico de Bush, bajo sospecha
AL PASADO 6 DE DICIEMBRE se le ha denominado en los ambientes políticos de EE UU "la matanza del viernes". Este día, el presidente Bush destituyó a las principales caras de su equipo económico: Paul O'Neill, secretario del Tesoro, y Lawrence Lindsay, jefe del Consejo Nacional de Economía de la Casa Blanca. Pocas semanas antes, en el mismo momento en que se celebraban las elecciones a la Cámara de Representantes y al Senado, había dimitido, con sordina, Harvey Pitt, el presidente de la Securities and Exchange Comission (SEC), el organismo regulador de los mercados bursátiles. Pitt no pudo soportar las sospechas de connivencia con las compañías auditoras, abrasadas por los conflictos de intereses desde el escándalo Enron.
El nuevo secretario del Tesoro y el recién nombrado presidente de la SEC han de pasar el examen de los inversores y convencerlos de que serán los Robespierre de los fraudes y abusos de la América corporativa
La semana pasada, Bush sustituyó a O'Neill y Pitt por John Snow, un empresario del sector ferroviario poco cercano a Wall Street, y por William Donaldson, presidente de un pequeño banco de negocios y antiguo presidente de la Bolsa de Nueva York. El nuevo equipo económico tiene tres objetivos: sacar a la coyuntura americana del marasmo y los datos contradictorios, impulsándola a través de un paquete de recortes fiscales que aumenten la liquidez de los consumidores; convencer a los ciudadanos de que la economía importa a Bush al menos tanto como la guerra contra el terrorismo, de modo que, finalizada la hipotética guerra contra Irak y en el horizonte de noviembre de 2004 (fecha de las elecciones presidenciales), no le ocurra como a su padre: que habiendo ganado un conflicto sea derrotado por una recesión. Por último, convencer a los inversores de que la Administración republicana no es sospechosa de connivencia con los fraudes de la América corporativa, que han dejado reducida a mínimos la credibilidad de muchas empresas importantes.
Para lograr estos propósitos -como para los relacionados directa o indirectamente con la guerra contra el terrorismo-, Bush se está rodeando de personajes ya conocidos de anteriores administraciones republicanas. Es el caso de la presidencia de Gerald Ford, en la década de los setenta: Snow y Donaldson (así como Kissinger, Paul Wolfowitz, Donald Rumsfeld, Dick Cheney o Alan Greenspan) ocuparon puestos con Ford. Snow fue subsecretario adjunto de Transporte y gerente de la Dirección General de Seguridad en Carreteras; Donaldson, subsecretario de Estado con Kissinger y consejero del vicepresidente Nelson Rockefeller.
Bush no ha comenzado con buen pie con su nuevo equipo económico. En primer lugar, se ha retrasado el nombramiento del sustituto de Lindsay. La persona requerida, Stephen Friedman, vinculada al banco de inversiones Goldman Sachs, ha quedado varada al menos durante algunas fechas; se dice que los sectores más reaganianos de la Administración no le ven con simpatía por sus veleidades con el déficit público. El nuevo secretario del Tesoro, que ha de ser refrendado por el Senado, ha sido acusado de incurrir en algunas de las prácticas que han llevado al descrédito de los ejecutivos de la América corporativa. Snow se autoconcedió préstamos de la compañía ferroviaria que presidía para comprar acciones de la misma, vendió acciones bajo la sospecha de tener información confidencial y adquirió fincas que pertenecían a la empresa que dirigía. Estas prácticas no eran ilegales en el momento en el que las llevó a término, pero tras el escándalo Enron es difícil admitir sospechas en los principales cargos de la Administración.
Por último, Donaldson ha sido demandado por un grupo de accionistas de una importante aseguradora que presidió, que afirman que fueron engañados por el nuevo presidente de la SEC al convencerlos de que disponía de recursos suficientes para cubrir las reclamaciones sanitarias.
Son las consecuencias directas de los fraudes y abusos que han llevado al capitalismo americano a padecer una enfermedad moral, de la que es muy difícil salir.
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