La ayuda internacional se agota
En Etiopía primero mueren las vacas, luego las cabras y después los hombres. Ya han muerto todas las vacas
Los niños en esta parte de Etiopía sueñan con vacas gordas que dan mucha leche. Es la región habitada por la etnia afar -a unos 250 kilómetros al norte de la capital, Addis Abeba- y una de las dos zonas del país en las que desde octubre pasado el Comité Internacional de la Cruz Roja reparte comida a 100.000 afectados por la sequía. Los afar se encuentran entre los 6,2 millones de etíopes que sobreviven gracias a la ayuda humanitaria y temen no tener qué llevarse a la boca si sigue sin llover en el semidesierto que habitan estos pastores nómadas y la ayuda deja de llegar.
"Tenemos miedo de no tener qué dar de comer a nuestros hijos. Sin la ayuda internacional moriremos. No hay otra opción", sentencia Tola, 39 años y siete hijos, que ha visto cómo la sequía ha consumido al ganado de su clan, su único modo de vida. "Cavamos un hoyo y las enterramos. Eran mil vacas, tres mil en todo el woreda [conjunto de poblaciones]". En Etiopía se repite cada tres años esta secuencia: primero mueren las vacas, luego las cabras y por fin la gente. En agosto murieron en masa las reses en esta región. Ahora sólo quedan los camellos y unas pocas cabras escuálidas.
Hombres con camisetas de Bin Laden descargan comida donada por EE UU
La Cruz Roja reparte ocho kilos de comida por persona que deben durar un mes
Tola es alto, muy negro, porta lanza, viste taparrabos, tiene los dientes limados y luce un tocado que indica que es un hombre casado. Se lamenta y vaticina el desastre. "Ésta es la peor sequía de toda mi vida. Los ancianos de la tribu hablan de otra peor, pero yo no la he vivido. Si en diciembre no llueve se morirá todo, hasta los camellos", sentencia. Tola vive en Doho, una de las aldeas que desde hace cuatro meses apenas ve el agua. Son unas decenas de chozas construidas con ramas y asentadas sobre el arenal. Sólo las raíces de algunas acacias consiguen penetrar el mar de arena blanca y fina que vuela con el aire y se pega en la piel, en los labios y en el pelo; la misma arena que se amontona en los caminos y que ha dejado prácticamente aislados a los poblados.
Hoy toca reparto de comida. Cuatro camiones han tardado horas en recorrer unos pocos kilómetros a causa de la arena. Las ruedas patinan y los vehículos no avanzan. Vienen cargados con sacos de trigo, soja y aceite, procedentes de las despensas del Gobierno y de algunos países ricos. En total, ocho kilos de comida para cada persona que debe durarles un mes.
Los nativos dan palmas y gritos para recibir los alimentos, que descargan los camioneros y algunos lugareños. Los sacos llevan impresa la bandera del país donante. Hoy toca comida francesa. Hace poco tocó trigo de EE UU. Ese día, varios cargadores vestían camisetas con el rostro de Osama Bin Laden impreso, de moda en los mercadillos de la zona, predominantemente musulmana. También tienen mucho éxito las de la bandera de barras y estrellas.
Abhina también vive en Doho y en los 30 años que ha cumplido le ha dado tiempo a tener 10 hijos. Cree que los que vienen con la comida son enviados de Dios y agradece una y otra vez el trabajo que realizan los emisarios. "Pero estaría bien si pudieran traer macarrones y azúcar. También nos gusta la leche en polvo, la que fabrican en Holanda", apunta. Como los demás, teme por sus hijos. El más pequeño tiene dos meses. Abhina muestra su pecho seco y después de mucho apretar arranca dos gotas de leche. "Ahora tengo un poco", dice sonriendo. Su cara está surcada por escarificaciones que distinguen a su clan y, como los otros, escupe entre frase y frase para refrescarse la boca.
Los maridos han salido con los camellos en busca de pasto. Recorren kilómetros y a veces traspasan la invisible frontera que los separa de los oromo, una de las etnias con las que los afar mantienen enfrentamientos desde siempre y una de las más combativas del país. Entrar en territorio ajeno a por recursos es motivo de disputa. Es la guerra del agua. "Ahora, con la sequía, se han agravado las luchas entre clanes por la escasez. Se roban camellos entre ellos y pelean por los pastos", explica Eloi Fillion, jefe de la delegación de Cruz Roja en Awash, la ciudad más cercana. En Doho muchos han muerto a manos de los oromo. "Nos han robado tres veces camellos, así que peleamos con ellos y los matamos, pero ellos también nos matan", asegura un afar joven. Otros llevan fusil Kaláshnikov que hombres, mujeres y niños manejan con naturalidad.
Después de Doho los camiones se dirigen a Wassaro. El reparto debe prepararse con sumo cuidado, pues pasar con los camiones cargados por una aldea que no ha recibido comida podría ser fatal. Algo así le ocurrió hace dos días a Carlos Afonso, un español que trabaja para la Cruz Roja. Su convoy fue saqueado cuando atravesaba la vecina región somalí habitada por los isas, también enemigos tradicionales de los afar. "Dispararon al aire y me amenazaron con el machete. Les dije que cogieran todo lo que quisieran", cuenta. Al parecer, los saqueadores no estaban de acuerdo con el reparto establecido por el Comité de Distribución. Éste lo forman miembros del clan elegidos por su propio pueblo y decide qué familias son las más necesitadas y por tanto las que van a recibir más ayuda. "Ellos son los que mejor saben dónde hace más falta y suele funcionar bastante bien. Son sociedades muy organizadas y muy solidarias entre ellas", explica Fillion. Hace dos días hubo otro saqueo. En aquella ocasión el camión se quedó bloqueado por la arena y los que andaban por allí aprovecharon el parón para hacerse con el botín. "Alá nos ha traído esta comida, es la voluntad de Dios que la cojamos", afirmaba un isa, cuya tribu es musulmana, como los afar.
Mientras, en Wassaro continúa la distribución y se repiten los mismos argumentos. "Es la peor sequía que hemos visto nunca, las vacas han muerto de sed. Pero moriremos por voluntad de Dios, no por falta de comida", asegura Huesien Abahallo, miembro del Comité de Distribución de su aldea. "Mire a los niños: si hubieran tenido comida no estarían así". Señala a un bebé huesudo, panzón y con la baba caída. Presenta síntomas de malnutrición y además tiene gripe, como muchos de los que se arremolinan alrededor de Abahallo y que no dejan de toser.
El convoy emprende rumbo a Boloita, siguiente punto de distribución. Los camiones vuelven a clavarse en la arena. Los trabajadores humanitarios bromean: "La próxima vez lo haremos como los americanos en Afganistán, desde el aire", dice uno. El lanzamiento de comida desde aviones ha sido criticado por las organizaciones no gubernamentales, que lo consideran un reparto aleatorio y descontrolado que no tiene en cuenta las necesidades de cada población.
Los niños se acercan al camión y se sientan a charlar. "A mí lo que me gustan son las vacas gordas, las que dan mucha leche", dice uno. Al poco cuenta que a su familia se le han muerto todas. Juegan con la arena y encuentran un casquillo de bala, pero enseguida encuentran una distracción mejor. Son los camellos que vuelven de pastar en la montaña. Se pelean por ver quién tiene el camello más grande.
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