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GUIÑOS
Columna
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Complejo camino en Gure Artea

Los trabajos correspondientes a la nueva edición del certamen Gure Artea se exponen en la Sala Rekalde de Bilbao. Si consideramos esta muestra, tal como señalan sus organizadores, como un chequeo de las nuevas generaciones de artistas plásticos en el País Vasco, nos encontramos con un comportamiento similar al de otros muchos lugares del mundo. Esta coincidencia debe tener alguna relación con la fácil intercomunicación entre los distintos puntos del globo al amparo de las nuevas redes telemáticas.

Dentro de la variedad de ejercicios al que recurren los realizadores destaca el uso de la fotografía. La pintura, la escultura y, no digamos, el casi olvidado dibujo, ceden incluso ante la compleja expresión electrovideográfica. Por lo que respecta a la integración de varias disciplinas en una misma obra parece también haber reculado, al menos si comparamos esta bienal 2002 con la de años anteriores. El recurso a las herramientas más modernas para la expresión creadora, al menos para la ocasión, ocupa una gran superficie del espectro artístico.

En lo que respecta a las imágenes fotográficas se adentran en los más variados territorios. Pepo Salazar con una panorámica del atentado de una bomba sobre una discoteca, transforma el concepto de una fotografía noticiosa en una corrosiva ironía sobre el objetivo elegido por los terroristas. El equipo formado por Jelen Alcantara y Jesús Arpal fotografían la taquilla de un vestuario como escenario de situaciones complejas. Plantean una reflexión sobre los límites de los géneros o incluso de la interpretación subjetividad del antes y después. Las tres imágenes de la sala de un cine, iluminadas solamente por la luz del proyector que transporta la película a la pantalla, van acompañadas de un texto donde Iñigo Royo cuestiona sus recuerdos y propone un sugerente debate entre ficción y realidad. Mikel Eskauriaza anima con el trote de una yegua y su potrillo el vacío de un poblado del oeste americano que ha servido como escenario a la película 800 balas. Es una manera de insistir en los "nuevos usos, cambios culturales, territoriales y conceptuales" del paisaje. Aitor Ortiz emplea el blanco y negro en su destructura, para simular desde la planta de un edificio en construcción, plagado de columnas, un laberinto cargado de una atmósfera de intriga y misterio.

Un conjunto que indica el complejo camino elegido por una nueva generación de artistas vascos. Se muestran discordantes con el pasado, más que respuestas proponen interrogantes. Prescinden de la ortodoxia compositiva y buscan nuevas armonías visuales que no siempre encuentran buena acogida en el espectador.

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