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Reportaje:HAMBRE EN ARGENTINA

No hay agua ni luz en el basural de Los Vázquez

Familias pobres viven sin ningún servicio en torno a los basureros, comen los desperdicios e intentan encontrar algo para vender

Susana Fátima Pacheco tiene 10 hijos. Su marido, Juan, murió hace un año de un infarto. Tenía 46 años, le habían despedido y no le pagaron la indemnización. Susana trató de apuntarse al Plan de Jefes y Jefas de Hogar sin trabajo que puso en marcha el Gobierno nacional para recibir un subsidio de 150 pesos (unos 40 euros al mes), pero dice que se lo negaron, porque los encargados de distribuirlo en su pueblo, el paraje La Falda, "sólo le dan a la gente de ellos".

El rancho de Susana es una casita de madera que tiene las ventanas rotas y el piso de tierra con tres camas desvencijadas. Los chicos andan desnudos, con algo de ropa sucia y siempre descalzos. A una calle de distancia está la escuela y al frente la iglesia. Susana tiene que ir a buscar una caja de alimentos al dispensario para poder dar algo de comer a sus hijos. Los más pequeños padecían ya el grado uno de desnutrición cuando en otros pueblos comenzaron a morir de hambre y el drama saltó a la primera plana de los periódicos. Susana, como sus hijos, que van asombrando la mirada a medida que el hambre le retrae los ojos, mira y calla. No sabe, no alcanza a comprender qué sucedió, pero siente que alguien, en algún sitio, le tendió una mano cuando ya se hundía lentamente en la ciénaga de un olvido sin fondo.

Johanna, de seis años, desnutrición grave, ya no podrá recuperarse de los daños cerebrales

Ayer, el corresponsal del periódico La Gaceta en Concepción, al sur de la provincia, informaba: "La familia de La Falda, Arcadia, cuyos niños más pequeños padecen desnutrición, fue visitada por médicos que decidieron el traslado urgente al hospital de la madre y los hijos más pequeños, Daniel, de dos años, y José Antonio, de tres". Los dos mayores, de 15 y 16 años, tienen trabajo, por ahora, en la cosecha de patata. Los otros hijos quedaron a cargo de una tía. La mayoría de los vecinos del pueblo se marchan cuando termina la cosecha a buscar otra changa (trabajo). Pero al menos queda, todavía, un mes de vida.

Si desde el hospital de Concepción se tuviera que decidir el traslado urgente de Daniel y José Antonio al hospital de niños de la capital de Tucumán, tendría que justificarse la gravedad de su estado. El director, Lorenzo Marcos, se desespera y advierte: "Ya no hay camas disponibles". Los médicos creen que la difusión de los casos de muertes por desnutrición sirvió para que muchas madres se acerquen a consultar por el estado de sus hijos, pero ahora se sienten "desbordados".

"La demanda es infinita", dice Marcos. En los últimos tres días ya suman 52 los casos de ingreso por desnutrición grave. El parte diario de la unidad de cuidados intensivos estremece: "Rocío Delgado, un año de vida, desnutrida severa en grado tres. Cuatro de sus nueve hermanos deberían estar ingresados también, porque padecen los mismos síntomas". Cama 2: "Johanna Gallardo, de seis años, desnutrición severa, ya no podrá recuperarse de los daños cerebrales. Siete hermanos, padres desocupados, barrio Santo Cristo II, en Banda del Río Salí". Héctor Argota, un año, atresia de vía biliar congénita. Necesita un trasplante de hígado, pero ¿cómo operar a un desnutrido con enterocolitis hemorrágica?

El doctor Hiall, subdirector médico, insiste en que el problema mayor no es el de los niños desnutridos: "Esto no es de ahora. Son muchos años recibiendo desnutridos de tercera generación, abuelos, padres y nietos desnutridos. El hospital y los centros de Atención Primaria podrían prevenir y atender todos los casos, pero aquí se nos ha caído encima la clase media. Ése es el verdadero problema. Al entrar en crisis las obras sociales de los sindicatos y no poder pagarse una medicina privada, la gente se volcó al hospital público. Así no hay presupuesto ni recursos que alcancen".

Los Vázquez, el basural a orillas de la ciudad, toma su nombre de alguna familia de la zona que servía como referencia geográfica en otro tiempo. Los autobuses indican que van hasta "Los Gutiérrez", "Los Gómez" o "Los Pereyra". Pero ninguno va hasta donde viven los Vázquez, tampoco los taxistas. Y menos al caer la noche. "Ni se le ocurra, le van a robar hasta las medias". El asentamiento se fue poblando pero no conforma ni siquiera un barrio, ni tiene calles interiores como las de una villa miseria (poblado de chabolas). Desde cualquier sitio cercano se ve deambular a padres seguidos de sus hijos que rebuscan la basura para rescatar papel, cartón o algún resto de comida. La mayoría de los desnutridos llegan al hospital desde Los Vázquez y de las villas miseria del gran Tucumán.

El basural de Los Vázquez es eso: montañas de basura que cada día descargan los camiones de la compañía propietaria de un terreno cercano a la ruta. "Nadie te da nada si no sos de ellos", dice Ramón, un cartonero. "Ellos" son los vecinos, militantes o fuerza de choque de algún político que puede conseguir "algo": una bolsa de alimentos, un subsidio, "algo". Una señora obesa, desdentada, que lleva el pelo desteñido con agua oxigenada, dice que "la única que ayuda es la Herrera", legisladora peronista. "Ella saluda, trae leche, comida y nosotros la queremos".

No hay agua potable, ni cloacas, ni luz en Los Vázquez. A una lluvia intensa le sucede un sol que hierve la sangre.

Pablo Francisco Gómez duerme junto a sus hijos, Pablo Enrique y Juan Facundo, en un hospital de Tucumán.
Pablo Francisco Gómez duerme junto a sus hijos, Pablo Enrique y Juan Facundo, en un hospital de Tucumán.INFOTO

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