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Reportaje:EL HUNDIMIENTO DEL 'PRESTIGE'

La ruta de los ministros

El descontrol en la limpieza en algunas playas es sustituido por una gran actividad cuando llegan los ministros Matas o Rajoy

Luis Gómez

A mediodía, uno de los bares aledaño a la playa de Barañán, perteneciente al municipio de Arteixo, es puro tumulto. Una extraña mezcla de infantes de marina y periodistas extranjeros hacen acopio de bocadillos o de platos típicos según sea el caso. Los dependientes trabajan a pleno rendimiento. De pronto, se hace un silencio respetuoso: la televisión ofrece el telediario y aparecen las imágenes del desastre en las playas. Y en medio del desastre, el rostro en pantalla del ministro de Medio Ambiente, Jaume Matas, quien bien alto y claro anuncia que "se están poniendo todos los medios materiales y humanos" para aliviar la situación. Un infante de marina sonríe sarcásticamente mientras termina un café: "Aunque seamos un millón de qué sirve si no hay máquinas ni camiones para sacar la porquería de la playa".

"El que coordina las labores en esta playa es un señor mayor, y está muy nervioso el pobre"
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Minutos antes, ese mismo lugar, Barañán, había recibido la visita del ministro Matas. Así que estaba todo muy fresco en el recuerdo de los allí presentes. Caión, no más de diez kilómetros hacia el sur, mereció semejante honor el lunes al recibir a Mariano Rajoy. A miembro del Gobierno por playa. Los más escépticos no dudaron en afirmar que Matas tampoco había ido muy lejos en su peregrinar: poco menos que Barañán es la playa afectada más próxima al aeropuerto de A Coruña.

El escenario vistió bien para las imágenes. Unos cuarenta infantes de marina, esta vez bien pertrechados de ropa adecuada, junto a gente de extinción de incendios y forestales. Varias cajas repletas de chubasqueros sobrantes evidenciaba que, para esta ocasión, hubo material sobrado para vestir al personal como hace al caso, no como había sucedido el día anterior. Tanto es así que forestales y marines parecían ser del mismo regimiento camuflados dentro de impermeables verdes. Así parecía en la lejanía. En la corta distancia, se apreciaba entre el despliegue a un grupo de señoras entradas en años y en kilos. Claro está: no podían ser marines.

Las características del despliegue militar, por otra parte, no parecían ser excepcionales, a tono con el tamaño del desastre. Si el lunes los marines llegaron a la playa con traje de campaña, además de pala y cubo, el martes dispusieron de pala, cubo y chubasquero. En las proximidades, ausencia total de vehículos militares. Es más, el desplazamiento al lugar de los hechos se efectuó en un autobús civil.

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Al séquito ministerial le acompañaba la correspondiente ración de unidades móviles propias del despliegue informativo, además de cámaras, micrófonos, grabadoras y cuadernos con las hojas al viento: se espera tormenta para la tarde. La tropa, militar y civil, bajo el mismo uniforme, se afanaba en la tarea. Se fue el ministro y se hizo el parón.

El parón llegó no porque se acercara la hora de comer, sino porque no aparecía vehículo alguno para transportar los cubos llenos de arena ennegrecida, que así de primitivo era el despliegue en resumidas cuentas. Por no quedarse del todo parados, algunos hicieron pequeñas montañitas, siquiera para adelantar trabajo o entretener la espera. Pero ni por esas servía de mucho: total, se hizo el parón. El ministro ya estaba de vuelta y en la playa la tropa conversaba esperando. Tanto que alcanzó la hora de comer. Por la tarde, el trabajo disminuiría por una simple razón: la marea estaba subiendo. Habrá que esperar si para hoy el mar sigue escupiendo porquería.

Mientras el personal se dirigía a la cafetería más cercana para comer, un miembro de la Consejería de Medio Ambiente le comentaba lo siguiente a un compañero: "Quien está coordinando las labores en esta playa es un señor mayor, y está muy nervioso el pobre. Tendremos que echarle una mano entre todos".

El descontrol es de tal tamaño que un miembro de Protección Civil comentaba una anécdota ocurrida el día anterior. A una de las playas llegó un camión cisterna. El camionero disponía voluntariamente su herramienta de trabajo al servicio de las labores de recogida. Con ayuda de una bomba fue extrayendo fuel, pero cuando llegó la hora de decidir dónde debía depositar el contenido, nadie era capaz de darle respuesta. Así que, ya nervioso, dijo que no tendría más remedio que volverlo a echar al mar porque corría riesgo de que se le solidificara dentro de la cisterna y le causara el correspondiente estropicio. Ahí quedó el comentario: sin final feliz.

En Caión, la huella del paso del vicepresidente primero, Mariano Rajoy, se dejó sentir 24 horas después. Del lunes con Rajoy al martes sin Rajoy hubo una diferencia de actividad apreciable. Si acaso, los lugareños se entretenían con la presencia de un par de unidades móviles de dos televisiones extranjeras, con sus parabólicas y su habitual despliegue de medios. Los miembros de una de ellas, americanos ellos, celebraban con gran jolgorio la compra masiva para todo el equipo de unas llamativas botas de agua.

Los vecinos del lugar observaban todo con cierto escepticismo. Alguno de ellos recomendaba una solución para dinamizar las labores de limpieza en días venideros: que vengan más ministros. Y que visiten más playas.

El ministro de Medio Ambiente, Jaume Matas, en la playa de Barañán, en el municipio de Arteixo.
El ministro de Medio Ambiente, Jaume Matas, en la playa de Barañán, en el municipio de Arteixo.EFE

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