Una historia maravillosa
Todo empezó por un plato de caracoles. En realidad empezó antes, por una barrica llena de caracoles que se expandieron por el sótano y hubo que restituirlos a su lugar tras un trabajo ímprobo. Al día siguiente, 15 de junio de 1767, el barón Arminio Piovasco de Rondó, sentado a la cabecera de la mesa a la hora del almuerzo, conminó a su hijo, el joven Cósimo Piovasco de Rondó. El narrador lo cuenta así: "Estábamos en el comedor de nuestra villa de Ombrosa, las ventanas enmarcaban las tupidas ramas del gran acebo del parque. Era mediodía, y nuestra familia, siguiendo una antigua tradición, se sentaba a la mesa a esa hora, pese a que ya cundía entre los nobles la moda, llegada de la poco madrugadora Corte de Francia, de almorzar a media tarde. Soplaba un viento de mar, recuerdo, y se movían las hojas. Cósimo dijo:
-¡He dicho que no quiero y no quiero! -y rechazó el plato de caracoles. Jamás se había visto desobediencia más grave".
El joven Cósimo no sólo se negó a comer los caracoles, sino que tomó el portante, salió al jardín, se subió al frondoso acebo y allí se quedó. La familia, todavía herida en su dignidad y autoridad, pensó que ya se le pasaría el enfurruñamiento y que buena le esperaba cuando bajase; a la tarde pensaron en contemporizar; al día siguiente en perdonar... pero todo fue inútil; el joven Cósimo decidió que nunca jamás sus pies volverían a tocar la tierra. Y esta novela es la historia de un muchacho que se subió a un árbol en desafío a su familia y vivió toda su larga vida en los árboles sin descender al suelo nunca jamás, hasta que ya viejo y moribundo, y estando a horcajadas en una altísima rama, acertó a pasar cerca del árbol al que se hallaba encaramado un montgolfier, un globo tripulado por dos ingleses, y de un salto se agarró a la cuerda del ancla que colgaba y desapareció en los cielos para siempre.
Estamos en el siglo XVIII, el siglo de la Ilustración. Ombrosa es una villa que pertenece a la República de Génova. Nos encontramos a doce años de la Revolución Francesa, es decir, en los albores de una fiebre revolucionaria que se extenderá por Europa hasta mediados del siglo XIX. Ombrosa es eminentemente rural y hasta ella llegan apenas los ecos de todo el gran proceso europeo. La historia del joven Cósimo parecería sólo la historia de un original si no fuera porque, episodio tras episodio, este muchacho de fuerte carácter que se queda a vivir en el acebo y que acaba extendiendo, por su natural curioso y aventurero, su dominio aéreo por todos los bosques de la comarca, empieza a vivir una serie de aventuras. La primera con los ladronzuelos de frutas de la comarca, después con la niña Violante, hija de la familia De Ondariva, vecinos de los Rondó, con los que se hallan reñidos por cuestiones de escalafón nobiliario; más adelante lucha con un gato salvaje, con el que se hace un gorro; empieza a tomar clases de su preceptor instalado al pie del árbol; entabla relaciones con los campesinos de la comarca; adquiere grandes conocimientos de agricultura que revierte en beneficio de las gentes del lugar, ya sean asentados o trashumantes; y tras la visita de los condes de Estomac, cuyo hijo casará con la siniestra hermana de Cósimo, su fama de habitante de los árboles empieza a extenderse por toda Europa.
Si bien Cósimo leía en diversas lenguas, incluido el latín, un acontecimiento lo convertirá en un hombre extremadamente culto de su tiempo. Su encuentro con el terrible bandido Gián dei Brughi le permite conocer a un tipo que, aburrido de esconderse, sólo desea tranquilidad y algo de lectura entretenida. Convertido en su mentor literario, Cósimo se relaciona con importantes libreros europeos y acaba dividiendo su día entre cazar para alimentarse y leer sin tino ni medida, de resultas de lo cual no sólo adquiere una amplia cultura de todo orden, sino que, dispuesto como es, llega a cartearse con Diderot, Voltaire y Rousseau entre otros grandes pensadores y científicos de la época.
También hay lugar para el amor. En un viaje a España -siguiendo la imagen de la ardilla que se decía que podía cruzar la Península sin descender al suelo- se dirige a un lugar, Olivabassa, donde un grupo de nobles exiliados de modo peculiar por el rey se ven obligados a vivir en las ramas de los árboles sin poder descender a tierra. Allí descubre el amor con la joven Úrsula hasta que el perdón del rey separa a los amantes. De vuelta, asistirá a la muerte de su padre, heredará la baronía, pondrá la administración de sus tierras en manos de su hermano Biagio, que es el narrador de esta historia, y recuperará a su amor de infancia, Viola, con una pasión desbordada entre ramajes y arboledas e idas y venidas de su amada.
Pero todo tiene su fin en esta vida y la pasión también. La casquivana y atractiva Viola desaparece y vuelve a la vida cosmopolita lejos del mundo de principios y de la vida cerrada de su amado. El barón rampante envejece, recibe la visita de Napoleón -que hace una escapada a Ombrosa aprovechando que se va a hacer coronar emperador en Milán- y escribe y se pajariza y se bate con un jesuita español. Se hace masón, crea confraternidades...
Ésta es una historia maravillosa para cualquier lector. La historia de un hombre que rechaza todo lo que puede obligarle a salir de su mundo y decide vivir así, como un pájaro que no puede volar, en una metáfora imposible y fascinante, en una fantasía en la que el mundo es visto desde la perspectiva de la altura y con el buen sentido de la naturaleza mezclado con las inconsecuencias de un carácter irreductible, decidido y, finalmente, ingenuo, enfrentado al convencionalismo de su clase social y a la pragmática cazurrería del pueblo llano. Por todo eso es un libro tan divertido como conmovedor, una novela feliz, una apuesta por la inteligencia hecha desde una escritura tan precisa, clara y sugerente a la vez que conmueve tanto como la propia fantasía que la genera.
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