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Columna
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Las metáforas del fútbol

Habida cuenta de su precario estado clasificatorio, el presidente del Athletic ha pedido dos meses de comunión colectiva entre el club y la afición, dos meses de entrega incondicional a los colores. Sólo esperamos que la Diputación foral no se dé por aludida, ya que, después de transferir al club 1.000 millones de pesetas, la tentación más inmediata podría ser entregarle 1.000 millones más.

En Euskadi, como se sabe, si no estamos en campaña electoral es porque estamos en precampaña. Ahora se nos vienen encima las elecciones locales y el interesante movimiento de Josu Bergara (proporcionar 1.000 millones de los contribuyentes vizcaínos a un club de fútbol) no parece muestra de una gran clarividencia: sería toda una ironía que la temporada en que el Athletic protagoniza un sonoro asalto a las arcas públicas sea precisamente aquella en que el equipo descienda de categoría.

Pero cierto es que, ante las situaciones difíciles, todos deben arrimar el hombro y uno, como bilbaíno, desea fervientemente la victoria rojiblanca. Por otra parte, en este país secesionista, la conciencia territorial hace de cada palmo de terreno un auténtico cantón. El fútbol es, de hecho, el símbolo más visible de nuestra visión confederal, y no el organigrama político. Me temo que el carácter fragmentario del pueblo vasco lo definen mejor las iras futbolísticas que el poder de las diputaciones forales, esas instituciones de las que tanto sabemos los que estudiamos Derecho, pero de las que tan poco sabe el pueblo llano, incluido el pueblo llano vasco.

La tríada futbolística (Athletic, Real y Alavés) cuenta con su versión paneuskaldún (Athletic, Real, Alavés y Osasuna), pero nadie que defienda los colores de uno de ellos movería un dedo por los demás. Presiento que la ferocidad futbolística del paisito es buena prueba de la histórica incapacidad del pueblo vasco por formar una unidad política. De hecho, cualquier constitucionalista podría recordar (de hecho lo hace) cómo los guipuzcoanos encuadrados en ejércitos castellanos se dedicaron en el siglo XVI a zurrar a los navarros, del mismo modo que los ejércitos franquistas que zurraron a los vascos estaban formados por enjambres de navarros. No parece que tal constatación histórica pueda llenar de orgullo a nadie, al margen de la cruel ironía de que unos vascos se hayan echado sobre otros, aunque curiosamente siempre en defensa de los intereses de la misma y ajena centralidad.

El fútbol vasco es una demostración de nuestro afán cantonalista, y presumo que las actuales apreturas del Athletic generan indecibles ilusiones en los territorios aledaños. Pasaron aquellos tiempos en que era habitual en Álava encontrar seguidores del Athletic, como lo era en buena parte de Guipúzcoa occidental. Ahora, creo, la división político-administrativa del paisito coincide punto por punto con la afección a uno u otro equipo: un efecto más de la Ley de Territorios Históricos, de cuyo perverso influjo dudo que nos recuperemos en los próximos dos o tres siglos.

El presidente del Athletic pide una comunión colectiva entre el equipo y la afición. Se trata de una cruzada. Hagamos abstracción de los sueldos de los jugadores (incluso abstracción de lo que tales sueldos bajarían de encontrarse en el mercado libre) y convirtamos en un búnker el vetusto San Mamés. Sólo espero que la Diputación foral no juzgue conveniente exigir a los contribuyentes mayores sacrificios. Como se sabe, más del 75% del presupuesto del equipo se va en sueldos, y de los sueldos de los jugadores de fútbol, como también se sabe, sólo se benefician los concesionarios de automóviles.

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El fútbol guarda muchas metáforas políticas y no sólo las ensayadas hasta ahora. En cualquier caso, espero que en la próxima campaña los candidatos a diputado general nos adelanten cuánto dinero van a proporcionar al Athletic: habida cuenta de las audacias de Bergara, algunos electores preferiríamos saberlo por adelantado.

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