Descubrimiento en etapas, con engaños y sin maldición
El ochenta aniversario del hallazgo de la tumba, acto fundacional de la arqueología moderna y uno de los grandes acontecimientos que han alimentado la imaginación y los sueños del hombre contemporáneo, se cumple en los próximos días. Fue un hallazgo en etapas, con engaños y sin maldición.
La fecha exacta del aniversario depende de cuál consideremos que fue el momento determinante del descubrimiento. Carter empezó la que iba a ser su última campaña en el Valle de los Reyes el 1 de noviembre de 1922. El 4, y siguiendo la tradición egiptológica de los hallazgos fortuitos, un jovencito de la cuadrilla de obreros egipcios empleado como aguador aprovechó la hora de la siesta de los trabajadores para excavar él también, arañando la arena con un bastón: dio con algo duro y continuó con las manos para desenterrar un escalón tallado en la roca, el primero de la escalera que conducía a la tumba. El día 5, Carter logró desescombrar la escalera y descubrió la parte superior de una puerta tapiada y sellada. El 6 envió su célebre telegrama a su patrón, Lord Carnarvon: 'Finalmente he hecho descubrimiento maravilloso en el valle, una tumba magnífica con sellos intactos; recubierto hasta su llegada; felicidades'. El día 26, escribe Carter en su emocionante libro La tumba de Tutankamón (Destino), 'fue el mejor de todos, el más maravilloso que me ha tocado vivir y ciertamente como no puedo esperar volver a vivir otro'. Ese día, al fondo del corredor descendente que se adentra en la tumba, Carter mete una vela por el agujero practicado en una segunda puerta y se asoma a lo inimaginable: la mayor colección de tesoros faraónicos nunca vista.
La apertura oficial de la tumba tuvo lugar el día 29. Hasta el 17 de febrero del año siguiente, 1923, no se abrió la Cámara Sepulcral.
Mentiras
Todo eso, claro, según la cronología oficial, porque hay evidencias de que Carter y Carnarvon investigaron los primeros días la tumba sin seguir los procedimientos estrictos que mandaba el método arqueológico. Es decir, entraron hasta la cámara sepulcral para asegurarse de que estaba ahí, intacto, el enterramiento del rey, y luego fingieron ir abriendo y descubriendo las diferentes estancias de la tumba. La obra de referencia sobre el asunto es Tutankhamun, the untold story, de Thomas Hoving (Penguin, 1980), aunque es más discutible su afirmación de que Carter y Carnarvon sustrajeron piezas. En todo caso, Hoving se queda corto ante las extravagantes afirmaciones del libro más alucinante que se ha escrito sobre el hallazgo de la tumba, The Tutankhamun decepcion (2001), de Gerald O'Farrell, en el que se afirma que Carter descubrió el sepulcro ocho años antes, gracias a la familia de ladrones El Rassul, y se dedicó a saquearla. Leído como novela es sensacional.
La tumba no estaba protegida por ninguna antigua maldición. Y la lista de bajas entre los relacionados con el hallazgo puede explicarse, afortunadamente, en base a circunstancias naturales (la debilidad física de Carnarvon, por ejemplo).
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