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¿Tiene Bush planes secretos con relación a Irak?

Si uno quiere saber cuánto se han distanciado Europa y Estados Unidos, no tiene más que escuchar lo que se dice en las calles con respecto a la inminente invasión de Irak. En Estados Unidos, la mayoría de los ciudadanos cree al presidente George W. Bush cuando afirma que tenemos la obligación moral de proteger al mundo del deseo patológico de Sadam Husein de fabricar y emplear armas de destrucción masiva. En Europa, por el contrario, la mayoría cree que Estados Unidos tiene intención de invadir Irak para hacerse con sus campos petrolíferos: las reservas de Irak son las segundas más grandes del mundo, después de las de Arabia Saudí. Si Estados Unidos consiguiese hacerse con los campos petrolíferos, dicen los europeos, estaría en posición de contrarrestar la influencia saudí en la región y dictar en qué términos tendrá el resto del mundo acceso al petróleo en el futuro. Así que mientras que la mayoría de los estadounidenses piensa que estamos planeando un ataque contra Irak para salvar al mundo de un loco, la mayoría de los europeos piensa que el loco es el presidente Bush, con las malvadas intenciones de tomar posiciones en Oriente Próximo para ampliar el 'imperio estadounidense'.

Debería señalarse que los medios de comunicación, a ambos lados del océano, complacen las sensibilidades políticas de sus respectivas regiones. Los europeos afirman tener amplias razones para sospechar de las motivaciones de Estados Unidos en Oriente Próximo. Ven que el Gobierno de Bush persigue unos intereses nacionales egoístas a expensas de sus responsabilidades mundiales, y señalan la negativa de la Casa Blanca a firmar el Tratado de Kioto y reducir el calentamiento de la Tierra o a apoyar las recomendaciones de la Cumbre de Johannesburgo sobre el Desarrollo Sostenible. En ambos casos, los europeos acusan a Estados Unidos de olvidar su obligación colectiva de conservar el petróleo y favorecer lo que consideran un intento arrogante y descarado de anteponer su propia agenda comercial al resto del mundo. A los europeos, la inminente invasión de Irak les parece parte de un plan de la Casa Blanca para consolidar su posición como principal potencia comercial y militar.

Sin embargo, en Estados Unidos, la perspectiva es bastante distinta. Sin recuperarse aún del 11-S, la mayoría de los estadounidenses cree al presidente Bush cuando advierte de que Irak supone un peligro potencial para la seguridad del pueblo estadounidense. Los ciudadanos se sienten vulnerables y les preocupa la posibilidad de que en el futuro se produzcan nuevos atentados espectaculares en el país. Muchos aceptan la idea de 'acción preventiva' planteada por la Casa Blanca contra el terrorismo. Además, a muchos estadounidenses les resulta increíble que los europeos no se tomen más en serio la amenaza terrorista, y se preguntan por qué nuestros supuestos aliados son tan reacios a apoyarnos firmemente en nuestro esfuerzo por derrocar a Sadam Husein.

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Aun así, uno no puede evitar sorprenderse por el silencio prácticamente total que mantienen los políticos y los medios convencionales estadounidenses respecto al tema de la 'conexión petrolífera'. ¿Es posible que los dirigentes políticos y los periodistas, columnistas, editores y productores de medios impresos y electrónicos estadounidenses sean tan ingenuos como para creer realmente que la Casa Blanca no tiene otro plan para Oriente Próximo que la que el presidente Bush y la Casa Blanca están ensalzando? ¿Creen realmente que el petróleo no desempeña papel alguno en el pensamiento estratégico de los círculos internos de la Casa Blanca?

Los columnistas estadounidenses, en particular, han hecho lo imposible por respaldar las declaraciones de la Casa Blanca según las cuales a ésta le preocupan tanto las amenazas a la seguridad que plantea Sadam Husein, que le presta poca atención, o ninguna, a la cuestión del petróleo. Y en aquellos casos en los que los políticos y los medios hablan del petróleo, es sólo en referencia a las posibles repercusiones que una guerra en Irak tendría en la subida o el descenso de los precios del crudo en los mercados mundiales. También se ha planteado el tema de qué países y empresas podrían salir beneficiados con un cambio de régimen en Irak. Pero acerca de si la determinación del Gobierno de Bush de invadir Irak está relacionada o no, de alguna manera, con el deseo de asegurarse los campos petrolíferos, los políticos de ambos partidos y los medios nacionales mantienen un silencio absoluto.

Este silencio nacional es todavía más ensordecedor cuando contemplamos cuáles son los actores principales de este drama que se está desarrollando. Tanto el presidente Bush como el vicepresidente Cheney están relacionados con el petróleo. Ambos proceden de la industria petrolífera. Sus carreras han estado definidas por los intereses del petróleo. Sus fortunas políticas han sido fomentadas por los grupos de presión petrolíferos. El presidente Bush comenzó su carrera empresarial en los años ochenta, creando una empresa de prospección petrolífera en Tejas denominada Arbusto. La empresa se fusionó posteriormente con otra empresa de prospección petrolífera en 1984. Bush se convirtió en presidente de Spectrum 7, la nueva compañía. Dos años más tarde, vendió su empresa a la Harken Energy Company, para la que trabajó como asesor. En aquel momento, Harken tenía intereses en Oriente Próximo. El vicepresidente Cheney fue presidente y jefe ejecutivo de la Halliburton Company inmediatamente antes de establecer su residencia en la Casa Blanca. Halliburton es uno de los mayores proveedores de productos y servicios a la industria petrolífera y energética, y desarrolla su actividad en más de 100 países. No es de extrañar que en las elecciones presidenciales de 2000, el entonces candidato George W. Bush fuese el principal receptor de aportaciones económicas de la industria energética, recaudando una cifra superior a 1,8 millones de dólares, más de lo que cualquier otro candidato a un cargo federal ha recibido en la pasada década.

Si hay alguna razón para sospechar de las verdaderas intenciones de la Casa Blanca con respecto a Irak, ciertamente el hecho de que, inmediatamente después de asumir su cargo, el vicepresidente Cheney mantuviese reuniones a puerta cerrada con los directivos de la industria energética para establecer las futuras iniciativas energéticas de Estados Unidos -y después se negase a publicar las actas de esas discusiones, y el nombre y afiliaciones empresariales de los participantes, a pesar de los continuados esfuerzos de los miembros del Congreso por hacer públicas las actas- debería al menos suscitar algunas dudas

en los medios. Esto no da a entender que estas discusiones privadas estuviesen específicamente relacionadas con los intereses de seguridad estadounidenses en Irak y en Oriente Próximo. Más bien, lo que dice es que los intereses de las empresas petrolíferas nunca están lejos de los pensamientos del presidente Bush ni del vicepresidente Cheney.

Dados los largos y estrechos vínculos del presidente Bush y del vicepresidente Cheney con el sector petrolífero -más que cualquier otra Administración en la historia estadounidense-, es bastante increíble que nadie en el Congreso ni en los medios de comunicación estadounidenses se haya molestado en plantear esta pregunta: ¿desempeña algún papel estratégico en el pensamiento de la Casa Blanca el deseo de garantizarse los segundos campos petrolíferos más grandes del mundo?

Por supuesto, es comprensible que ni los políticos ni los medios estadounidenses quieran parecer poco patrióticos por poner en duda las intenciones de EE UU en Irak. Aun así, hay suficientes indicios circunstanciales sobre la existencia de una 'segunda motivación' relacionada con la guerra contra Irak como para, al menos, tomarse en serio lo que la opinión pública y los medios europeos y de la mayor parte del mundo creen que es la verdadera intención de EE UU en Oriente Próximo.

Ciertamente, si esta 'segunda motivación' formase al menos parte del pensamiento de la Casa Blanca, la naturaleza del debate público cambiaría drásticamente. Para la mayoría de los estadounidenses, que ya dudan sobre el alcance de la actual amenaza iraquí, y de la necesidad de enviar urgentemente tropas estadounidenses y poner a los jóvenes soldados en peligro, la perspectiva de que pudiésemos estar haciendo esto, en parte, para garantizar los intereses petrolíferos de gigantescas empresas de ese sector no sería bien recibida.

De una cosa estoy seguro: el pueblo estadounidense nunca respaldaría la invasión de Irak, ni de otro país del golfo Pérsico, para apoderarse de los campos petrolíferos. Después de todo, luchamos en el golfo Pérsico para impedir que Irak capturase los campos petrolíferos de Kuwait.

Pudiera ser que Europa y el resto del mundo estuviesen en realidad completamente equivocados con respecto a las verdaderas intenciones de Estados Unidos en Irak. Pero el hecho de que en Estados Unidos prácticamente no haya debate público sobre la que el resto del mundo sospecha que es la verdadera razón para deponer a Sadam Husein me hace creer que detrás de la obsesión de la Casa Blanca por Irak hay algo más de lo que nos cuentan.

Jeremy Rifkin es autor de La economía del hidrógeno: la creación de la red energética mundial y la redistribución del poder en la Tierra (Paidós) y presidente de la Fundación sobre Tendencias Económicas de Washington.

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