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Columna
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Fischer, el nuevo hombre fuerte, y las coordenadas españolas

Hay novedades en Europa y se producen donde más se notan, que es, pese a quien pese, en Alemania. Gerhard Schröder ganó unas elecciones perdidas, gracias a un hombre - que no a un partido-, que va a jugar un papel clave en esa dificultosísima construcción de la estructura europea. Es Joschka Fischer, ministro de Asuntos Exteriores en Berlín.

Schröder es un buen prestidigitador. Es más político que estadista. Más superviviente que creador. Su capacidad de sobrevivir a los naufragios lo ha demostrado en dos meses en los que ha remontado una ventaja de los cristianodemócratas de Edmund Stoiber que parecía insuperable. Schröder ha sabido demostrar la distancia de Stoiber al electorado en el este y el norte de Alemania. Y ha sabido decir con capacidad de convicción que él es el personaje más cercano, que más siente los problemas reales de Alemania y de los alemanes que los tienen por doquier desacostumbrado en pasadas décadas.

Pero Fischer, aquel jovencito que juró el cargo como ministro del Estado de Hesse con zapatillas de deporte como primer representante del ecopacifismo en el poder, es el gran vencedor del momento. Y puede ser el creador. Tiene ideas propias, muy realistas y al tiempo muy poco egoístas y con grandes posibilidades de conjunción con los intereses españoles en esta larga forja de las estructuras europeas.

Este hombre curtido en batallas callejeras en Francfort en las fiebres del 68, más difamado que criticado por sus adversarios, es ya hoy uno de los más brillantes y sensatos políticos del Viejo Continente. Con más vocación europea de la que muchos intuían y más solidez intelectual y política de la que casi nadie sospechaba, Fischer no sólo ha domesticado a un partido asambleario y anárquico hasta convertirlo en un factor fundamental del poder en la mayor potencia europea. Se ha convertido, libre de lastres sindicalistas y posos estatistas, en el mayor y mejor factor de liberalización y modernización de Alemania.

Convendría que Madrid se fijara en este hombre y le diera no ya la importancia que tiene por su cargo, sino la que sugiere su voluntad por hacer en Europa algo que va mucho más allá de los mezquinos o chatos ejes de hegemonía en la nueva Unión Europea ampliada. Fischer es hoy mucho más libre y, probablemente, más ecuánime que cualquier otro ministro de Asuntos Exteriores de los socios de España en la UE. Es ahora el momento de que España retome con energía y sabiduría sus lazos con Alemania que han sufrido de tanta negligencia. Porque París no escucha si no habla Berlín. Si hablamos juntos puede escuchar incluso Londres. Quizá, incluso, todos.

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