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Columna
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La prudencia del tirano

Antonio Elorza

Stalin tuvo unos antecedentes familiares y de formación atípicos en el marco del bolchevismo. Era de origen extremadamente pobre, georgiano y nada menos que educado en el seminario de Tbilisi. Allí se forjaron algunos de los rasgos dominantes de su personalidad. Muy pronto perdió la fe, pero su mentalidad siguió siendo de por vida religiosa. La importancia del nacionalismo georgiano entre los seminaristas tampoco dejó de afectar al futuro líder soviético, quien experimentó un proceso de transferencia similar a tantas otras personalidades que pasaron de la pequeña a la gran nación, del corso Napoleón al vasco Unamuno, manteniendo el mismo grado de intensidad e intransigencia en su sentimiento de adhesión. Otra rigidez, la dogmática, y la intención pedagógica teñida de maniqueísmo por el ejercicio habitual de las polémicas, vendrán también del tiempo de seminario. Y, por último, desempeñará un gran papel la coyuntura de persecución en que se desenvolvió su vida de estudiante. Entonces aprendió el joven Josif a fingir, a desconfiar de todo y a conocer la importancia de la disciplina y del ejercicio de una vigilancia implacable.

Así como la formación entre los jesuitas es capital para entender la peculiar forma de acción comunista en Fidel Castro, las duras vivencias del seminario constituyen el cimiento de la carrera hacia el poder del joven bolchevique. Éste, inicialmente, adopta el seudónimo de Koba, nombre de un héroe legendario de Georgia, y más tarde el de Stalin, el hombre de acero. Es buen organizador, camarada egoísta y distante durante la estancia en Siberia, polemista que, más que discutir, busca satanizar y destruir al oponente, por serlo, sin distinción de ideologías, y hábil a la hora de prestar servicios como teórico de la cuestión nacional a Lenin. En la forma y en las conclusiones ambos coinciden, de modo que Lenin tardará en darse cuenta de que 'el maravilloso georgiano' es en realidad un brutal 'nacionalista granruso', y que, desde su posición de poder como secretario general del partido, ya enfermo el líder de Octubre, no dudará en insultar a su esposa, la Krupskaya.A diferencia de un Trotski enfermo de teoría, Stalin descubrió lo que podía hacerse con el modelo organizativo del centralismo democrático para construir su propio poder personal. En los funerales de Lenin, sus famosos juramentos en nombre del partido le hicieron ya gran sacerdote de la nueva religión del leninismo. Y mientras que Lenin, Trotski o Bujarin son culturalmente occidentalistas, su lema es 'ex-Oriente lux'. Su tendencia al nacionalismo recubre el internacionalismo con la conocida fórmula de Rusia como 'patria del socialismo', de manera que cuando llegan las grandes purgas, lo primero que le importa es conservar el gran imperio ruso heredado de los zares. Conscientemente, se sentía un nuevo Iván el Terrible, personaje demasiado clemente a su juicio, entregado ante todo a aplastar a sus enemigos interiores. Para Stalin únicamente contaba el juego del poder, sin límite moral alguno y, por eso, se encuentra a gusto en la carrera de la complicidad y del engaño mutuo con Hitler, fallándole sólo la previsión de que un buen gánster como el germano no iba a atacar a su colega exponiéndose a un desastre. Y esta terrible imprevisión sirvió finalmente para acrecentar su duradera gloria.

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