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Michel Houellebecq defiende ante los tribunales el derecho a la libre opinión

El novelista francés afirma 'menospreciar el islam, no a los musulmanes'

El novelista Michel Houellebecq acudió ayer ante un tribunal de París, acusado de 'incitar al odio racial', de 'injurias' y de 'complicidad en el fomento del odio religioso'. El escritor se quejó de cómo habían sido interpretadas sus declaraciones a dos revistas: 'Puestos a poner comas, lo hago mejor que nadie dentro de la literatura francesa, pero es absurdo que se me pidan opiniones sobre temas de interés general'. Y tras una pausa dedicada al presidente del tribunal, Nicolas Bonnal, Houellebecq añadió sonriendo apenas: 'Cambio a menudo de opinión'.

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Lo cierto es que la acusación pareció enredarse en sus afirmaciones. 'La palabra tiene un precio. Con la palabra se puede matar. La libertad de expresión se acaba allí donde hace daño', dijo Dalil Boubaker, uno de los denunciantes, rector de la mezquita de París. 'La comunidad musulmana se ha sentido insultada', añadió a modo de conclusión. Houellebecq simuló disculparse primero -'Nunca he dicho que los musulmanes me pareciesen idiotas'-, para remachar el clavo después -'sino que siguen una religión que se me antoja estúpida'. De nuevo los acusadores se levantaron indignados y de nuevo la voz monocorde del autor de Las partículas elementales salió del paso hiriendo donde más duele: 'Es de buena educación decir que los textos fundamentales predican la paz. En realidad, los textos monoteístas no predican la paz, ni el amor, ni la tolerancia: son textos de odio'. Esta vez no se permitió ni la pequeña coquetería teológica de otras entrevistas, cuando confesaba 'una cierta simpatía por el cristianismo por su politeísmo inconfeso', pero sí una confidencia literaria: 'La Biblia tiene varios autores, algunos geniales, otros auténticamente nulos. El Corán tiene sólo uno y es mediocre'.

El editor Pierre Assouline, director de la revista Lire, en la que aparecieron la mayor parte de las palabras incriminadas y que se desmarcó de las declaraciones de Houellebecq precediéndolas de un texto en el que las descalificaba, fue atacado por el novelista por haber modificado 'como un crápula' lo que él dijo. Assouline constató que 'Houellebecq ha tomado veinte veces la palabra desde que apareció el número de Lire y nunca ha dicho que hubiésemos transcrito mal sus palabras', que, según Assouline, transpiran 'odio y venganza'. La descripción no le pareció exacta al escritor, que, si bien admitió que 'el tono general de la entrevista es el de una actitud de menosprecio', no aceptó que se hablase de 'odio' o 'venganza' porque eso equivalía a atribuirle 'los sentimientos, explicables, de uno de mis personajes de ficción'. No añadió el tópico 'Madame Bovary c'est moi'.

Despropósitos

Para Josyane Savigneau, responsable de las páginas literarias de Le Monde y testigo del acusado, 'se confunde a Houellebecq con un intelectual cuando es un artista'. Ella, y los escritores Philippe Sollers, Dominique Noguez, Fernando Arrabal y Michel Bradeau, se negaron a tomar en consideración la importancia de las palabras de Houellebecq -Savigneau no tuvo ningún reparo en calificarlas de 'despropósitos'- porque, en su opinión, lo que se intenta con el proceso es reintroducir en la legislación francesa 'el delito de opinión'. La periodista se preguntó también por qué se prestaba atención a unas declaraciones hechas 'en estado de ebriedad, tal y como confiesa la revista Lire', y que nunca hubieran debido ver el papel impreso. 'Pero es que cuando se habla mal de una religión no se critica necesariamente a todas las personas que creen en ella. No veo por qué al criticar una religión pongo en duda el valor de los creyentes en tanto que seres humanos', precisó Houellebecq.

El juicio, que despertó una expectación enorme, fue seguido con atención por una sala abarrotada. La ausencia de aire acondicionado hizo que hubiera que abrir las ventanas y eso hizo aún más lento el debate, pues hubo que interrumpirlo cada vez que, en el exterior, resonaban las sirenas de los coches celulares, recordándole a Houellebecq que su insolencia puede costarle hasta un año de cárcel y una multa que dejaría en la mitad lo ganado el año pasado gracias a los premios literarios.

Visto para sentencia

Los abogados de Houellebecq pusieron de relieve varias cuestiones de procedimiento, como el que las asociaciones u organismos islámicos que decían defender la 'libertad religiosa' y atacar 'el odio racial' tenían estatutos que las desautorizaban para pleitear en nombre de tales principios. Sólo la Liga de los Derechos Humanos les pareció autorizada para hacerlo.

El baile de togas se prolongó hasta muy avanzada la tarde, quedando el proceso visto para sentencia. Lo cierto es que, al margen de una insólita intervención de ultraderechistas expulsados de la sala, la vista se desarrolló con tranquilidad y el tono sólo se agrió cuando el rector Boubeker reclamó 'justicia en nombre de mi religión insultada'.

La obra de Houellebecq, de calidad oscilante -excelente Ampliación del campo de batalla, ambiciosa Las partículas alementales, previsible Plataforma-, no tiene por núcleo el debate religioso, sino la miseria sexual y afectiva del mundo occidental y pone de relieve que 'la sexualidad es un sistema de jerarquía social'. Su crítica se dirige sobre todo contra el liberalismo económico y sexual, hermanándolos en una síntesis atrevida.

Philippe Sollers, a la izquierda, junto a Fernando Arrabal y Josyane Savigneau, minutos antes del juicio.
Philippe Sollers, a la izquierda, junto a Fernando Arrabal y Josyane Savigneau, minutos antes del juicio.DANIEL MORDZINSKI

Malas y no deseadas compañías

A Houellebecq le agrada la provocación, le irrita tanto el progresismo obligatorio de la izquierda como el conservadurismo de rigor de la derecha. El peligro, cuando se reparten palos a diestro y siniestro, es que te haces falsos amigos. Ayer, en medio del proceso, una decena de militantes del grupuscular y ultraderechista Mouvement National Républicain se levantó mostrando unas camisetas en las que rezaba la consigna 'Libertad de opinión, libertad de expresión', mientras dos militantes distribuían unos pasquines en los que se denunciaba 'la censura de los imames' y a 'unos jefes religiosos de una religión extranjera a la tradición francesa y a la civilización europea', que promueven 'un proceso escandaloso' contra el 'escritor de talento Michel Houellebecq'. El novelista no miró ni una vez a sus extraños partidarios a pesar de los elogios que éstos hicieron de su persona y de una proclama que le equipara a Salman Rushdie: '¡No a la fatwa judicial!'. En sus libros, Houellebecq se muestra contrario al multiculturalismo y defiende una idea tradicional de la cultura. Sus ataques contra ciertos artistas -los accionistas vieneses son su blanco preferido- y el hablar del desastre cotidiano de la vida en las barriadas llenas de inmigrantes han hecho que la extrema derecha intente recuperarlo como ideólogo. Ayer, ni tan sólo obtuvieron de él un gesto de menosprecio.

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