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Tribuna
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Las Torres Gemelas del capitalismo

Joaquín Estefanía

Krugman ha escrito que el escándalo de la empresa Enron (contabilidad creativa para engañar a los ciudadanos en general, a los inversores y a sus trabajadores y jubilados) marcará un punto de inflexión mayor para la percepción que los EE UU tienen de sí mismos que los atentados del 11 de septiembre de 2001. Seguramente es una hipérbole, pero sirve para analizar el papel que la economía ha jugado en este principio de siglo en el centro del sistema y, por extensión, en el resto del planeta. A partir de esa fecha un sentimiento de pesimismo y de perplejidad se extiende por el mundo, y todavía no se ha despejado.

¿A partir de esa fecha? Los atentados del 11 de septiembre dan visibilidad a una crisis que ya estaba instalada desde al menos año y medio antes. En el mes de abril de 2000 se inicia un penoso camino a la baja en los valores tecnológicos de los mercados de valores (lo que se ha venido en llamar nueva economía), que primero se contagia al resto de los valores y a continuación penetra en la economía real generando pérdidas en las empresas, con lo que ello supone para el círculo económico tradicional: acumulación de existencias, desinversión, menos salidas al exterior (reducción de la potencia de la globalización), mayor paro y extensión de la pobreza y la desigualdad.

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En el inicio del nuevo milenio se da un enfriamiento global de la economía. Desde la segunda crisis del petróleo, en la segunda mitad de la década de los setenta, no habían coincidido congeladas o en recesión las economías de EE UU, Europa y Japón. Con la mayor interrelación actual, este parón prende con más facilidad en el conjunto del planeta, a excepción de China (una economía en apertura, pero poco globalizada aún). Es muy didáctico acudir a las hemerotecas y revisar lo que decían los principales analistas en los años 2000 y 2001. Los coyunturalistas más afamados predecían todo lo contrario de lo que está sucediendo: empezaba una nueva era de crecimiento duradero, impulsada por la nueva economía (en la que se habrían acabado los ciclos económicos), basada en la ausencia de inflación y de desequilibrios económicos fundamentales, y en la revolución de la tecnología digital y de la sociedad del conocimiento que llevaba parejo un crecimiento permanente de la productividad. Algunos institutos de prospectiva insinuaban la posibilidad de un ciclo largo de crecimiento que duraría al menos hasta el año 2020. Dos décadas seguidas de prosperidad que transformarían la faz de la Tierra... salvo que ocurriese algo imprevisto. Todavía año y medio después, en el verano de 2001, el ánimo de los analistas indicaba que lo peor había pasado, aunque sus respuestas eran más dubitativas. La misma semana que The Economist anunciaba en su portada la llegada de la recesión mundial, el presidente de Cisco Systems, una de las empresas más paradigmáticas de la nueva economía, declaraba que se veía la luz al final del túnel. Una metáfora muy usada en economía.

Cuando se produce la masacre del 11-S, el mundo ya estaba en recesión aunque no todos lo supiesen aún. Los atentados aceleran la mala marcha de la economía. Y entonces se produce la primera transformación. Los mismos que hasta entonces se presentaban como liberales a ultranza responden como keynesianos tradicionales y ponen a trabajar el dinero público. La política anticíclica presupuestaria tan olvidada, tan vituperada, se activa sin que nadie se ponga colorado. El reaganiano George Bush sufre una transmutación y ya no quiere ser como su antecesor, sino más bien una mezcla de los dos Roosevelt que ha tenido la Casa Blanca: el republicano Teddy, que peleó contra los monopolios y la corrupción de las empresas, y el demócrata Franklin Delano, que ganó la batalla contra la Gran Depresión con métodos socialdemócratas. Primero se aprobaron ayudas por valor de 40.000 millones de dólares para la reconstrucción de los lugares afectados por los atentados y para la lucha contra el terrorismo (compárense estas cifras con las que estos días se han barajado para el desarrollo sostenible y la ayuda al desarrollo en la cumbre de Johanesburgo). Luego llegaron las ayudas directas a las compañías aéreas por valor de 15.000 millones. Un poco más adelante, el presidente prometió a los militares 'todos los recursos, todas las armas, todos los medios necesarios para hacer segura la victoria'. En una primera tanda, el 1% del PIB norteamericano, mientras el presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, cebaba la bomba de la demanda bajando los tipos de interés una y otra vez.

La segunda fase de la política económica de Bush estuvo basada en el proteccionismo más tradicional. Poco después de que la Administración republicana abanderara retóricamente la libertad de comercio en la asamblea de Doha de la Organización Mundial de Comercio (OMC), en el interior de sus fronteras los norteamericanos reiniciaban una guerra comercial, en el bienentendido de que una buena política económica es aquella que es buena para sus empresas. Se implantaban aranceles al acero importado o a la madera; el Congreso consentía una mayor protección a la moribunda industria textil. Se aprobaba una ley agraria que dejaba pequeña a la proteccionista Política Agrícola Común (PAC) de la Unión Europea y revocaba las reformas aperturistas impuestas en la década de los noventa por el equipo Clinton repartiendo cheques de ayuda a las empresas agrícolas.

Los aranceles del acero fueron un intento de fijar el voto republicano de Virginia Occidental, Ohio y otros Estados con abundante producción de ese metal. La ley agraria estaba destinada a aumentar las posibilidades de los republicanos en las próximas elecciones de noviembre en lugares como Arkansas y Dakota del Sur. Si a ello se le añaden las ayudas directas a las compañías aéreas o el plan energético liderado por el vicepresidente Cheney, que parece haber sido redactado en su mayor parte por la industria eléctrica, se configura una política económica proteccionista y dirigida, sin matices, a los intereses clientelares de la Administración de Bush.

Hay analistas que han valorado el paquete de medidas para estimular la economía no tanto como una política económica defensiva ante la recesión, cuanto como una compensación a las grandes empresas. Una publicación conservadora afirmaba que se trataba de 'una colección de asistencia a las empresas, subsidios interesados y favores bien definidos'. Como consecuencia de ello, la economía norteamericana pasaba del superávit público demócrata al déficit republicano. El mundo al revés. El intelectual Marshall Wittman ha escrito que el pegamento antigubernamental y anticomunista heredado de Reagan, que mantenía unido al movimiento conservador estadounidense, se está disolviendo y la defensa del mundo empresarial ha ocupado su lugar.

En la estupenda película de John Ford La diligencia aparece un banquero corrupto que huye con el dinero de los depositantes cuando la Administración le pide los papeles para saber en qué situación está su establecimiento. En la diligencia que huye de los indios, el banquero da a los demás viajeros su discurso ideológico: 'Nos agobian con los impuestos y ¿qué conseguimos? Ni siquiera el amparo del ejército. No sé adónde va a parar este Gobierno. En vez de proteger a los hombres de negocios, mete la nariz en los negocios. Pero si hasta se habla ahora de poner inspectores en los bancos, como si los banqueros no supiéramos dirigir nuestros bancos. He recibido una carta de un ridículo funcionario diciendo que van a examinar mis libros. Yo tengo un lema, caballeros, del que deberían blasonar todos los periódicos del país: América, para los americanos; el Gobierno no debe intervenir en los negocios. Lo que necesita el país es un hombre de negocios como presidente'. Y le responde el borracho que va a su lado: 'Lo que necesita el país son más cogorzas'.

En el tiempo en que EE UU está gobernado por un empresario ha estallado la más formidable cadena de escándalos de la América corporativa, creando una crisis de confianza descomunal: casi nadie se fía de los resultados que presentan las sociedades y ello ha abundado en el desmoronamiento de los mercados bursátiles. La secuencia es preocupante: la caída brutal del precio de los activos financieros arrastra a las empresas y a las familias a una contracción de su patrimonio. En el caso de las familias se habla ya de un efecto riqueza negativo. Esta sensación de empobrecimiento puede conducirles a reducir sus gastos de consumo; las empresas, por su parte, estarán tentadas a diferir las inversiones previstas, o a desinvertir, y dirigir sus esfuerzos a reducir su gigantesco endeudamiento.

Desde el estallido de Enron a finales del año pasado apenas hay día en que no surja una empresa en la que no se hayan disfrazado las cuentas, utilizando la contabilidad creativa con el objeto de engañar a los inversores. Ocho meses después de Enron quiebra la telefónica WorldCom, sustituyendo a la primera en la lista de grandes fiascos empresariales mundiales. A ambas empresas les ha denominado las Torres Gemelas del capitalismo americano. WorldCom era otra de las causas ejemplares de la nueva economía. Entre las dos sociedades, Xerox, Johnson and Johnson, Global Crosing, IBM, ABB, Nortel, Dynegy, Adelphia, Qwets, Tyco y muchas etcéteras. Hasta tal punto que hace tiempo el Financial Times hizo un hábil juego de palabras y sustituyó la significación real del ebitda, una de las formas de presentar el resultado operativo de las empresas, por otra significación figurada, más propia de la contabilidad creativa. Del ebitda como siglas de 'earnings before interest, taxes, depreciations and amortizations' (beneficios antes de intereses, impuestos, depreciaciones y amortizaciones) al ebitda traducido como 'earnings before I Fricked the dumb auditor' (beneficios antes de engañar al tonto del auditor).

La fase de enfriamiento global se funde con una política económica interesada y clasista y con la falta de confianza de los ciudadanos sobre una clase empresarial acostumbrada a la burbuja especulativa de los años noventa y a los espejismos de la nueva economía. ¿Qué es lo que va a suceder en el futuro? Los más alarmistas empiezan a hacer una especie de analogía con la situación de Japón en la década pasada. Un escenario a la japonesa a las puertas de la deflación. Hay algunas similitudes (caída espectacular del mercado de acciones, sobreinversión empresarial, agotamiento de la política monetaria con tipos de interés muy bajos, utilización de los estímulos presupuestarios...), pero dos diferencias sustanciales: en Japón, tras la caída bursátil se produjo el pinchazo de la burbuja inmobiliaria, y en EE UU, no. Y, sobre todo, el sistema bancario americano está mucho mejor capitalizado, a pesar de la crisis de América Latina y de las noticias inquietantes de la prensa especializada sobre las dificultades de Citigroup (el primer conglomerado bancario de EE UU), mejor vigilado y con unos niveles moderados de créditos morosos.

El balance de la economía americana después del 11-S se confunde con el que hay que hacer sobre los últimos 15 años de política desregulatoria. En este momento es cuando hay que recordar que la principal razón de la Gran Depresión no fue la caída de la Bolsa, sino el hundimiento del sistema bancario estadounidense. La crisis bursátil no es todavía una crisis financiera.

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