La diversa realidad latinoamericana
La realidad latinoamericana es muy complicada y es verdad, como dijo ayer Francisco Luzón, que no hay nada intelectualmente más peligroso que explicar un fenómeno complicado de forma sencilla. Mucho de todo esto trataron de hacer en dos días escasos representantes de grupos españoles con intereses en la zona, del Gobierno y de instituciones internacionales en un seminario en la UIMP de Santander. De este tipo de eventos suelen salir diagnósticos muy precisos y muy elevados propósitos. El día a día, en la distancia, ofrece otro cariz. Negar a estas alturas, por ejemplo, que el impacto ha sido enorme es como querer cambiar el color a la noche. No hay más que ver las cuentas de resultados y las cotizaciones, aunque sea verdad que influyen otros factores. Pero no se trata de eso. Lo fundamental ahora es mirar el futuro.
Las empresas españolas hicieron una apuesta abierta en los noventa, se hicieron preponderantes, sacaron pingües beneficios y controlan una parte importante del tejido económico. Ahora, y tal vez por ello, esas empresas han reafirmado la firmeza de sus compromisos, aunque en casos como el argentino tengan que modificar algunas prioridades. Y es que los empresarios españoles, y parece que el Gobierno también, parecen convencidos de que la crisis no es igual para todos (México y Chile no tienen hoy nada que ver con Argentina, Uruguay o Brasil).
Además, Latinoamérica es muy diferente a la pasada década. Hoy se puede hablar, como subrayó Enrique Iglesias, presidente del Banco Interamericano de Desarrollo, de mayor estabilidad democrática, a la que ha contribuido mucho España (las empresas españolas han invertido en democracia, dijo José Luis Leal); de la existencia de unas reglas de juego más consolidadas; de fundamentos mucho más sólidos (inflación más controlada y déficit público y corriente ajustados), y, sobre todo, mayor capacidad para gestionar las economías. Pero, junto a ello, hay que destacar el pacato papel del FMI a la hora de conceder ayudas a Argentina o Brasil frente a la diligencia mostrada con Turquía, geopolíticamente mucho más estratégico. Y, al tiempo, preguntarse si la globalización va a mejorar la arquitectura financiera internacional.
El reiterado compromiso de las empresas en la zona y ese aparente mejor estado de las economías dan lugar a un mayor optimismo y a pensar que se ha tocado suelo. Al Gobierno español hay que exigirle el mismo apoyo y parece, a juzgar por las palabras del secretario de Estado de Cooperacción Internacional, Miguel Ángel Cortés, dispuesto a darlo sin fisuras. Lo mismo habría que pedirle a los gobiernos de la zona, impidiendo por ejemplo medidas que desalienten la inversión.
Unos y otros deben saber que España es el segundo inversor de la zona, muy cerca de Estados Unidos, y aquellos países que necesitan de esa inversión para acelerar sus crecimientos que con su producción interna no pueden sostener. No hay más que mirar que la inversión en bienes de equipo es el 6% del PIB, frente al 11% de España.
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