Polonia rinde homenaje al Papa que ha dejado una profunda huella en su historia
Juan Pablo II celebra una misa multitudinaria en el noveno viaje a su país
'¡My kochamy Papieza!', '¡My kochamy!'. Miles de polacos corearon de nuevo ayer estas palabras, '¡Papa, te queremos!', en la inmensa nave del santuario de la Divina Misericordia, en Lagiewniki, al paso de Juan Pablo II. En Cracovia, la ciudad en la que trabajó como obrero de la fábrica Solvay, y de la que fue arzobispo desde los años sesenta hasta su elección como Papa, el 16 de octubre de 1978, se percibe mejor que en ningún otro rincón de Polonia la pasión desbordante que despierta Karol Wojtyla entre sus compatriotas.
No es casual que el Papa haya favorecido a su país con el máximo de desplazamientos de su pontificado. Todos los viajes de Juan Pablo II a su patria, que visita ahora por novena vez, han tenido un impacto decisivo en la evolución política del país y dejaron una huella profunda.
El Pontífice cruzó ayer la nave del santuario de Lagiewniki (cerca de Cracovia) sobre una peana móvil, entre los aplausos de la gente. En primera fila, Lech Walesa, el sindicalista que llegó a la presidencia polaca en 1990, siguió devoto la misa. En su homilía, el Papa batallador no dijo esta vez ni una palabra de las dificultades de la Polonia libre. Quizás porque, en las nueve visitas a su patria, lo ha dicho todo, sobre todo en los años de su gran ofensiva contra el comunismo.
Durante el primer viaje, del 2 al 10 de junio de 1979, su vigoroso ataque al régimen comunista, ante una multitud delirante en Varsovia, fue un mazazo a la dictadura y abrió las puertas a la creación del sindicato Solidaridad, en Gdansk, en 1980. Wojtyla era un papa de 59 años, deportivo y vigoroso, de temible verbo. Con sus palabras, en aquella primera visita de un Pontífice a un país comunista, puso contra las cuerdas al régimen prosoviético.
Las huelgas y protestas organizadas por Walesa y los suyos obligaron al general Woijiech Jaruzelski, primer ministro y secretario del Partido Comunista, a decretar la ley marcial y a prohibir en 1981 el recién nacido sindicato. En una reciente entrevista a Il Corriere della Sera, Jaruzelski reconoce que el Politburó recibió con preocupación la noticia de la elección de Karol Wojtyla.
Con Wojtyla, a Solidaridad no le faltó apoyo, espiritual y material. Cuando fue necesario, el Papa en persona se presentó en Polonia para defender a su grey. Así ocurrió en 1983, cuando Juan Pablo II, con el país bajo la ley marcial, se plantó en casa del 16 al 23 de junio y recorrió seis ciudades pronunciando discursos incendiarios con un lenguaje exquisitamente pastoral. En 1987, Wojtyla se expresó de forma rotunda en apoyo del sindicato de Walesa, prohibido entonces, durante una visita a Gdansk, donde había nacido Solidaridad. 'No puede haber una lucha más eficaz que la de la solidaridad', dijo entonces, pronunciando con satisfacción una palabra que nadie se atrevía a pronunciar. Un régimen que se resquebrajaba aceptó a regañadientes su entrevista con Walesa. La oleada de huelgas y el descontento en Polonia pasó a otros países del telón de acero. Dos años después, el muro de Berlín se venía abajo.
Wojtyla regresó a la Polonia libre dos veces en 1991, sin faltar a la cita del santuario mariano de Czestochowa, como no lo ha hecho en casi ninguno de sus viajes, salvo en 1995. En 1997 permaneció 10 días en su país. En 1999, ya gravemente enfermo de Parkinson, repitió visita. En esta última ocasión, el Papa recorrió su patria de punta a punta durante 13 días. En Gdansk rindió un claro tributo a Solidaridad por haber 'abierto las puertas a la libertad en los países esclavizados por el sistema totalitario'. 'Ha derribado el muro de Berlín', continuó Wojtyla, 'y ha contribuido a la unidad de la Europa dividida desde los tiempos de la II Guerra Mundial'.
Cuando Wojtyla se despidió de la multitud en el aeropuerto de Cracovia, en junio de 1999, muchos lloraban al pensar que era la despedida definitiva del Papa a su patria. Por eso en esta ocasión, con Wojtyla de nuevo entre su gente, nadie se atreve a pronosticar sobre el futuro.
Nuevo santuario en Cracovia
Sor Faustina Kowalska (1903-1938), santa Faustina desde el 20 abril de 2000 por la decidida voluntad del Papa, que la canonizó ese día tras un rápido proceso, ha sido la responsable indirecta de que Polonia cuente desde ayer con un nuevo santuario, ésta vez dedicado a una cualidad teológica divina, la misericordia.
Al celebrar ayer el rito de la dedicación de este nuevo templo, que ha costado entre 16 y 20 millones de euros, el Papa subrayó lo 'necesitado que está el mundo de hoy' de esa misericordia. 'En todos los continentes, de lo más profundo del sufrimiento humano parece elevarse una invocación a la misericordia', dijo el Pontífice. 'Donde dominan el odio y la sed de venganza, donde la guerra lleva el dolor y la muerte a los inocentes, se necesita la gracia de la misericordia para aplacar las mentes y los corazones, y traer la paz'. Se necesita, dijo Wojtyla, 'donde no se respeta la vida ni la dignidad del hombre', y para que 'todas las injusticias del mundo encuentren su final en el esplendor de la verdad'.
Kowalska, que vivió sus últimos años en un convento junto al que se alza el santuario, encontró en Wojtyla el principal sostenedor de unas 'visiones místicas' que los guardianes de la ortodoxia en el Vaticano no recibieron con especial favor. La fe del Papa ha hecho milagros, y este modesto lugar de la periferia de Cracovia recibe anualmente un millón de fieles que vienen a rezar ante la tumba de la santa.
Decenas de miles de polacos siguieron la ceremonia de ayer fuera del templo, reluciente y frío como un aeropuerto, algunos hincados de rodillas sobre las baldosas de la calle, otros medio tumbados a la sombra de los árboles frutales del parque que rodea al santuario.
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