Una gira necesaria
La aplazada gira del ministro del Tesoro estadounidense por el agujero negro latinoamericano ha comenzado con buenos auspicios para unos países -Brasil, Uruguay y Argentina- apremiados por sus necesidades. Enmendando desafortunadas afirmaciones anteriores contrarias al 'rescate' de economías poco ortodoxas, Paul O'Neill declaró ayer el apoyo explícito de EE UU a Brasil en su negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y avaló la política económica del presidente Fernando Henrique Cardoso. Uruguay, otro de los enfermos graves, ha podido abrir sus bancos, tras casi una semana de inactividad, contando con 1.500 millones de dólares adelantados por Washington para garantizar los depósitos de los ahorradores. Miles de argentinos viajaron al país vecino para hacer cola ante las oficinas bancarias con la esperanza de recuperar sus ahorros.
Es un hecho que EE UU ha olvidado rápidamente las promesas de atención preferente a Latinoamérica que George W. Bush formulara en su toma de posesión. Enfrascados en su cruzada antiterrorista, el presidente y sus asesores han contemplado a distancia los desbarajustes económicos y el contagio de la gangrena argentina a sus vecinos. El desprestigio creciente en la región del libremercadismo a ultranza propuesto como panacea hace una década tampoco ha ayudado. El descontento popular ha acabado forzando la cuarentena de programas privatizadores en lugares tan empobrecidos como Perú, Bolivia o Paraguay.
Brasil, Argentina y Uruguay atraviesan circunstancias diferentes, pero les une en su gravedad el cordón umbilical de su dependencia aguda de las instituciones crediticias internacionales que Washington controla. Si en el caso uruguayo la crisis ha sido directamente desatada por su estrecha vinculación a Argentina -en los últimos siete meses el sistema financiero uruguayo ha sufrido la sangría de casi la mitad de sus depósitos-, el peligro de Brasil, primera potencia económica del subcontinente, radica en el monto astronómico de su deuda externa, que muchos temen que desemboque en el aplazamiento de sus pagos. O'Neill y Cardoso hablaron ayer para intentar desbrozar una rápida ayuda del FMI que afiance la divisa brasileña, el real, en el interregno hasta las cruciales elecciones generales de octubre. El desenlace de los comicios, donde la ventaja inicial es para la oposición de izquierdas, será presumiblemente el verdadero mojón de la crisis brasileña.
El espaldarazo a Brasilia tras el desaire previo y el insólito crédito puente concedido por EE UU a Uruguay para capear su desplome bancario mientras se materializa la ayuda del FMI sugieren que algo comienza a cambiar en la distante percepción imperial del sufrimiento ajeno acumulada por Bush en su año y medio de mandato. El viaje de O'Neill resulta muy importante en este momento, y no sólo porque ha comenzado con muestras claras de comprensión; por encima de todo, representa una oportunidad para recomponer en parte las maltrechas relaciones de Washington con una inmensa y postergada región.
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