Demasiado optimismo
El ministro de Economía ha presentado al Consejo de Ministros el cuadro macroeconómico para el año próximo, un ejercicio de anticipación de gran importancia. Primero, porque en él se desvela el análisis del Gobierno sobre la evolución previsible de la economía española (o lo que quiere transmitir de ese análisis), de indudable trascendencia para los agentes económicos privados; segundo, porque las decisiones más importantes de política económica, que han de concretarse en los Presupuestos Generales del Estado, se fundamentan en esas previsiones.
Si es saludable que el Gobierno anticipe su análisis presupuestario a principios de agosto, no lo es menos que disponga de agilidad y sentido del realismo suficientes para ajustarlo no tanto a sus deseos como a la evolución real de las variables económicas y financieras, dentro y fuera del país. El año pasado también se fue de vacaciones creyendo que sus previsiones resultarían válidas, pero la realidad se encargó de corregirlas: ahora el Gobierno se ve obligado a revisar a la baja su previsión de crecimiento para el conjunto de este año hasta el 2,2%, desde el 2,4%.
En la anticipación para 2003, el Gobierno dice que la economía crecerá un 3% y atribuye a la inversión un papel activo. También considera que la aportación negativa del sector exterior al crecimiento será muy reducida. Ambos supuestos no están avalados hoy por la evolución de 2001. La inversión productiva lleva muchos meses declinando, porque nuestra economía necesita fortalecer el stock de capital para conseguir mayores ganancias de productividad que nos alejen de la cola de los países avanzados y reducir las presiones inflacionistas. El sector exterior, por su parte, refleja la incapacidad competitiva de la economía. Si de lo observado hasta hoy dependiera la previsión para 2003, tendríamos que convenir con el Gobierno en la escasa capacidad de maniobra de la economía española en situaciones internacionales de tensión financiera y escaso crecimiento como la actual.
Tanto optimismo, sobre todo en inflación e intercambios exteriores, sólo puede explicarse por un deseo de transmitir una confianza forzada a los agentes económicos. La paz social vigente hasta el pasado junio es difícil que se recomponga y, con ella, su principal efecto: una moderación salarial sin precedentes. Lo razonable es que, en ausencia de políticas especificas, la inflación española tarde en equipararse a las más moderadas de nuestros vecinos. Sobre esas bases, la previsión presupuestaria nace, un año más, con un pecado de difícil absolución: la falta de realismo.
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