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España y la transición marroquí

'La solución está en la crisis', decía Henry Kissinger. Esperemos que esta frase célebre sea cierta en el caso de la crisis Marruecos-España. ¿Veremos por fin surgir de los lamentables acontecimientos de estos últimos días una reflexión sin complejos y adulta sobre las relaciones entre los dos países? Sería necesario. Si bien es importante resolver rápidamente el conflicto en torno al islote Leila, también lo es analizar sus causas y su desarrollo. De este análisis surgirán las claves para poder pensar en un futuro tranquilo.

En la actitud marroquí hay una serie de zonas oscuras que deberán ser aclaradas. Por parte española, esta crisis ha demostrado que, desgraciadamente, en algunas capas de la sociedad perviven ciertas reacciones medievales. El papel de las élites, en sus componentes político, económico y, sobre todo, cultural es el de elevar a la sociedad. ¿Están a esa altura? En este caso de lo que se tratará es de combatir ese odio al moro. Muchos fenómenos contribuyen a esa actitud. La inmigración marroquí hacia España acentúa y acentuará la intensidad de las fricciones. Es, pues, importante limitar sus efectos. Y limitar la presión migratoria significa ante todo fomentar el desarrollo económico de Marruecos. A este respecto, los países del Sur en general, y Marruecos en particular, son víctimas de una gran hipocresía. Se ven obligados a aceptar una versión truncada del liberalismo en la que las mercancías circulan libremente del Norte hacia el Sur mientras que las personas lo hacen a discreción de los países del Norte. España no es la única culpable, pero su situación geográfica la sitúa en primera línea de este debate.

Las áreas regionales son ante todo áreas de solidaridad. Si bien es cierto que el éxito de la transición española se debió en gran parte a los componentes de su sociedad y a la lucha de sus demócratas, también lo es que es deudora de la solidaridad europea. Es pues, paradójico que el país de Europa que más dinero ha recibido de Bruselas sea insensible a las peticiones provinientes de los países del Sur del Mediterráneo. La actitud española parece claramente imprudente cuando se analiza bajo el prisma estrecho de la estabilidad y de la seguridad. Es cierto que en un país democrático un político debe servir a determinados lobbies corporativos si quiere mantenerse en el poder. Es totalmente lógico que el Gobierno español tenga en cuenta los intereses de sus pescadores y de sus agricultores. Sin embargo, hacerlo en detrimento de los intereses geoestratégicos a medio y largo plazo es una muestra de falta de liderazgo. España tiene un papel eminentemente importante que jugar a este respecto. Aunque esta actitud no es exclusiva de ella -la casi totalidad de los países del Norte es culpable-, España es un país del sur del Norte, y me atrevería a decir que no sólo por su geografía. Se trata de una joven democracia. El éxito de su transición democrática provoca admiración y, aunque no es transferible automáticamente, entraña lecciones para muchos países del Sur y para Marruecos en particular.

Decir o sugerir que el régimen marroquí es una dictadura absoluta es una exageración. Esta falsa definición sirve a los intereses políticos a corto plazo, pues permite justificar actitudes matamoros, en las que el moro es ese dictador oriental cruel. ¿Tiene idea España de las formidables fuerzas de cambio que han surgido de la sociedad civil marroquí? El florecimiento de movimientos de defensa de los derechos humanos y de las libertades individuales, la libertad de expresión, aunque combatida, real en la prensa independiente, dan fe de las etapas que ha superado la sociedad marroquí. Es cierto que el régimen va a la zaga de ese movimiento. También es cierto que tarda en deshacerse de la escoria de los años negros. Pero ello no invalida la legitimidad de las posiciones de Marruecos. La asociación marroquí de los derechos humanos AMDH, que el jueves pasado organizó la manifestación frente a la Embajada de España para protestar contra el gesto de fuerza español en el islote Leila, es la misma que pidió cuentas a las autoridades marroquíes por cómo se habían desarrollado los acontecimientos. También es la misma que publica anualmente una lista de supuestos torturadores en la que figuran los nombres de generales en activo. Además, está constituida por miembros que han estado en la cárcel por haberse atrevido a sugerir, antes de que el rey Hassan II lo decidiera en 1981, que se organizara un referéndum en el Sáhara.

Por lo que respectA al Sáhara, y sin disculpar la mala gestión del tema llevada a cabo por las autoridades marroquíes, hay que reconocer las líneas de fuerza que subyacen a las reivindicaciones marroquíes. La unanimidad de que, a todos los niveles, goza este tema en Marruecos debería incitar a la reflexión. En ninguno de los referendos de autodeterminación que han desembocado en una separación la sociedad del país 'colonizador' ha sido nunca tan unánime como lo es la sociedad marroquí a este respecto. Un estudio, incluso somero de la historia del país, mostraría hasta qué punto la identidad saharahui forma parte de la identidad marroquí. Como consecuencia de esta constatación, muchas potencias han cambiado su posición ante este tema. No se desmembra una nación impunemente. Hacerlo es correr un riesgo casi seguro de deflagración regional, por no hablar de la creación de un microestado a sueldo de una Argelia que está lejos de ser una democracia. La propuesta de James Baker, apoyada por Marruecos, es interesante en la medida en que tiene en cuenta una parte no desdeñable de las aspiraciones de los saharauis preservando, sin embargo, la soberanía marroquí.

Lo que ella significa para las instituciones marroquíes es quizás su aspecto menos analizado. La denominada tercera vía es un catalizador de la democratización de Marruecos: las instituciones del país, y la monarquía en particular, se verán obligados a que haya resultados en tiempo definido. Esta reválida que es el periodo transitorio antes de la celebración de un referéndum pondrá al régimen marroquí ante la siguiente disyuntiva: la democracia o el diluvio. Si la etapa está sembrada de trampas, también es portadora de esperanza.

El éxito de la transición en Marruecos significará la existencia, en el Magreb y en el mundo árabe, de una nación cuya estabilidad dependerá de mecanismos democráticos y contrastará con la ficticia estabilidad, o más concretamente, con ese estancamiento garantizado por la renta petrolífera unida a una represión salvaje que caracteriza a la mayoría de los países de la región. Se trata de una aventura crucial y esperanzadora. España debe estar a su altura dada, además, su característica de ser el país del Norte más cercano, el país del Norte más sinceramente implicado. Para ello deberá, a la luz de la resolución del conflicto de Gibraltar, comprender las aspiraciones de descolonización de Marruecos.

Aboubakr Jamaï es director de los semanarios marroquíes Le Journal Hebdomadaire y Assaifa Al Ousbouiya

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