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ESCALADA EN EL CONFLICTO HISPANO-MARROQUÍ
Columna
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Causa y efecto

Andrés Ortega

El Mediterráneo, vía sociedades más que por el agua, es un superconductor en materia de conflictos y sensibilidades. Por eso, cuando éstos se dan simultáneamente en ambos extremos de esta cuenca, la situación se vuelve más que doblemente preocupante. Naturalmente, el conflicto entre palestinos e israelíes es mucho más dañino y mortífero para sus protagonistas y con mayor capacidad de contaminación que la disputa por el islote Perejil. En aquel extremo, por otra parte, los islamistas, moderados, parecen recuperar terreno en una Turquía confusa. Cuando el 11-S y sus derivadas han supuesto la escenificación de la tensión entre el islamismo radical y Occidente, lo último que querían en este momento EE UU y Europa es un problema en el Mediterráneo occidental que, además, pueda dar impulso a los islamistas en Marruecos. Por ello desde Washington y otros lugares se han hecho esfuerzos para desactivar este problema que nunca debía haberse generado.

Incluso con una salida razonable y pactada, lo ocurrido el 11 y el 17 de julio, sea causa o efecto, le ha dado alas a los militares y los servicios secretos, que Hassan II había mantenido a raya, pero que con Mohamed VI han recuperado poder. El servicio más poderoso, la DST, ha pasado con el joven rey a depender directamente de palacio, lo que lleva a la inversa: a que influya en palacio. En el horizonte de las elecciones parlamentarias previstas para septiembre, lo ocurrido también acelera la pérdida de peso, notada por los militares, de Yusufi y de los partidos laicos en beneficio de las organizaciones, oficiales o no, islamistas que intentan suplir con sus acciones de beneficiencia lo que el Estado no consigue aportar, pese a que a este monarca se le recibiera como el rey de los pobres.

Hasta ahora Marruecos se había presentado con el país árabe más moderado, dique de contención del islamismo, y con Hassan II había tenido un papel importante en la trastienda del proceso de paz en Oriente Próximo. Tras el 11-S, Mohamed VI se situó plenamente de parte de EE UU, con un coste en su popularidad. Bush llegó a anunciar en abril un acuerdo bilateral de libre comercio entre EE UU y Marruecos más simbólico que real, y que indica algunas prioridades de esa Administración hacia países medianos pero importantes del mundo islámico. Y Marruecos anunció recientemente la detención de una célula de Al Qaeda que, según la versión marroquí, se disponía a lanzar ataques suicidas contra buques de la OTAN en el Estrecho, tras preparar sus planes en Ceuta y Melilla.

La política sensata española hubiera sido volcarse en ayuda del rey, y de la transición política y económica, a pesar de los contenciosos. Sin minusvalorar la parte de responsabilidad de Marruecos en el deterioro de estas relaciones, desde España se han dejado que éstas se pudran, incluso quedándose España prácticamente sola, con Rusia, en el Grupo de Amigos del Secretario General para el Sáhara Occidental. Los demás, EE UU, Reino Unido y Francia ya han virado en su apoyo al nuevo Plan Marco que más que independencia apunta a una autonomía. Las recientes maniobras militares en Alhucemas fueron vividas como una provocación por Marruecos, y -se haya cursado o no oficialmente invitación- la ausencia de la familia real española en la celebración de la boda de Mohamed VI ha resquebrajado un importante vínculo institucional.

Esto no es 'apaciguamiento' (palabra que usa ahora Francia, en una posición equidistante entre España y Marruecos). Lo de Perejil, sobre cuya titularidad española hay más que dudas, no era Hitler en Múnich, ni siquiera las Malvinas, pero sí una situación peligrosa, en un momento delicado en el mundo y en particular en el Mediterráneo. Los intereses primordiales de España no están en Perejil, sino en lo que ocurre dentro de Marruecos y deben guiarse por el inteligente aviso que brindó Montesquieu siglos atrás: 'El Estado que cree aumentar su potencia por medio de la ruina del vecino, normalmente se debilita con él'. Con lo ocurrido, España no sólo ha podido perder capacidad de interlocución en el mundo árabe -salvo con la Argelia del poco fiable Buteflika, privilegiado por Aznar-, en unos momentos en que estos vínculos son importantes al redoblar los esfuerzos de europeos y árabes para buscar una salida a Oriente Próximo, sino contribuir a desestabilizar Marruecos y conformar un país vecino más contrario a los intereses españoles. Es urgente rectificar esta comedia de errores antes de que degenere en una drama. Es rebobinar, y volver a avanzar.

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