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El mercado del Born: ¿vivo o muerto?

¿Cómo puede identificarse la memoria colectiva de una ciudad? Obviamente, es una pregunta que no pueden responder ni un ciudadano particular ni un grupo de presión específico sin sopesar las opciones disponibles.

Ello implica analizar en primer lugar qué significa el patrimonio y cómo podemos responder a nuestra época tanto con relación a su uso como para ofrecer una expresión de nuestra propia cultura y tecnología. Si examinamos nuestro pasado, observaremos que la ciudad se ha ido construyendo por capas superpuestas y sucesivas de valores económicos, tecnológicos y culturales: iberos, griegos, romanos, visigodos, románicos, góticos, renacentistas, neoclásicos y otros revivals hasta nuestros días. Todos manifestaron su creencia en su propia cultura. ¿Cómo intervendrán, pues, nuestra economía, tecnología y cultura en el armazón vacío del mercado del Born y en las ruinas de la guerra que han aparecido en el subsuelo?

¿Por qué no trasladar el mercado? Sería tecnológicamente posible y no muy caro

Lo que ocurrió en 1714 en este fragmento de la ciudad no es tan distinto de la destrucción de pueblos y ciudades palestinos por parte de Israel. Tenemos la confianza de que, como en Europa tras la II Guerra Mundial, las ciudades se reconstruirán y se recuperará la memoria colectiva de identidad no a imitación de las viejas construcciones, sino aceptando las realidades del presente. Hans Stimmann, arquitecto berlinés, explica que en la reconstrucción para unir Berlín oriental y Berlín occidental, que pretende restaurar la identidad de la memoria colectiva, la conservación del trazado viario es fundamental. En esas calles, las huellas del tiempo nos vinculan a las mentes y experiencias del pasado. Dan sentido a un significado más amplio de la vida en la que nosotros, como individuos, simplemente entramos y abandonamos a mitad del camino. El curso de la historia no tiene ni principio ni final, por lo que va contra la naturaleza humana fosilizar nuestro patrimonio en un instante de tiempo determinado.

Aparte de la arqueología -las calles, el rec comtal, los edificios destruidos y el mercado del siglo XIX-, la ciudad tiene que satisfacer una necesidad del siglo XXI en la biblioteca pública. Durante mucho tiempo, el barrio se ha visto privado de su motor económico histórico, el mercado al por mayor, situado en la puerta de la ciudad, y necesita recuperar su actividad metropolitana, por lo que es comprensible que la perspectiva de unas ruinas fosilizadas de un fragmento urbano del siglo XVIII no suscite gran entusiasmo. No hay duda de que en los próximos dos años será una atracción popular, con pasarelas elevadas sobre la destrucción para presenciar una experiencia visual y emocional de gran belleza. Las ruinas y la memoria de la autodestrucción forzada debajo de la luz filtrada de la estructura abierta del mercado ofrecen un escenario mágico.

Quizá, tras una pausa de dos años, lo natural sería reconstruir este fragmento de la ciudad por encima de la base original de las casas, tabernas y palacios a lo largo del trazado de la calle original.

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Podría incluso imaginarse una ciudad de acero y vidrio de varios pisos de altura sobre la base original de piedra, ocupada de nuevo por comercios y viviendas (quizá para jóvenes y estudiantes). La ciudad podría declarar orgullosamente su victoria sobre la derrota, recuperando con un mismo gesto la memoria del pasado y el optimismo del futuro.

¿Y el mercado? Si las autoridades municipales trasladaron edificios históricos como la casa Clariana Padellàs en la plaza del Rei, ¿por qué no trasladar el mercado? Al ser una estructura ligera de acero sería tecnológicamente posible y no demasiado caro. Si se instalara en el parque de la Ciutadella se mantendría en el barrio. (Con la eliminación del zoo y la consiguiente recuperación de zonas verdes podría alojarse allí legalmente).

Y si esto pudiera ser asumido por la ciudad, el proyecto de la biblioteca podría ir con él. Un emplazamiento posible sería la parte final del eje del paseo de Sant Joan y el paseo Lluís Companys, delante de la plaza donde está el monumento al general Prim (artífice de la destrucción de la Ciutadella), pero sólo es una sugerencia.

También podría argumentarse, con razón, que el mercado en su emplazamiento actual es una imagen fuerte en la memoria colectiva; en este caso tendremos que cargar con una ciudad como fósil, pero aun así la biblioteca podría construirse en la parte final del eje Sant Joan-Lluís Companys, en el parque.

Tanto en un caso como en otro, es fundamental conservar los restos arqueológicos de esta parte de la ciudad. El debate que ahora tendría que llevarse a cabo es si deben estar vivos o muertos.

David Mackay es arquitecto.

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