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¡Vete o calla!

El ambiente de amenazas se hace asfixiante en Euskadi. Las víctimas denuncian que el silencio de los nacionalistas es el aliado más eficaz del acoso terrorista

Uno a uno, los estudiantes fueron entregando sus trabajos a Gotzone Mora, profesora de Sociología en la Universidad del País Vasco. Apenas quedaban seis o siete cuando uno de ellos se acercó y le dijo: 'Aquí tiene mi examen, pero además me gustaría explicarle que usted, por ser dirigente socialista, es una enemiga del pueblo vasco, un obstáculo para la independencia de nuestra nación, así que debe ser exterminada'. Gotzone Mora terminó de recoger los exámenes y salió al pasillo de la facultad, donde, como cada día, la esperaban sus guardaespaldas. Todavía pasó un rato hasta que recuperó el sosiego. Aquel chaval, descendiente de emigrantes, había hecho un buen examen. Gotzone Mora, de 53 años, casada y madre tres hijos, lo corrigió como uno más. Le puso un sobresaliente.

Gotzone Mora: 'Tengo la sensación de que, para muchos, el problema soy yo y no ETA'
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A Maite Pagazaurtundua le gustaba especialmente aquella frutería de su barrio. Vendían unas manzanas estupendas, como en ningún otro mercado de San Sebastián. Aun así, un día dejó de ir porque empezó a sentirse incómoda, extrañamente observada por el nuevo dependiente. Unas semanas más tarde, Maite Pagazaurtundua, concejal socialista en Urnieta (Guipúzcoa) y filóloga de profesión, recibió una llamada de la Guardia Civil: 'Hemos detenido a unos terroristas de ETA. Tenían mucha información sobre usted. El que se encargaba de vigilarla trabaja de frutero en su barrio'.

No hace mucho que José Luis Vela, uno de los tres concejales socialistas de Andoain (Guipúzcoa), recibió en su casa un sobre que contenía una carta y una llave: 'Toma la llave de tu portal, pero no te tranquilices demasiado, pues tenemos 47 copias más y 47 personas dispuestas a darlo todo por eliminarte'. No era la primera llave que recibía. Unas noches antes, Vela se había despertado sobresaltado. El coche de su mujer estaba ardiendo en plena calle y muy cerca de las llamas, pegado con cinta adhesiva a la pared de enfrente, había otro sobre, otra llave y otro mensaje: 'Vamos a darlo todo por matarte'. Tanto la primera como la segunda llave encajaban perfectamente en la cerradura de su portal.

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Gotzone, Maite y José Luis saben, como tantos otros, que su vida tiene un precio, que algunos de sus vecinos descorcharían una botella si finalmente un asesino consiguiera darles caza o ellos mismos, aturdidos por el miedo y las amenazas, decidieran poner tierra de por medio y facilitar así la limpieza ideológica que triunfa en Euskadi cada vez que alguien se calla o se va. Y, a pesar de todo, no es la cercanía del asesino y de sus cómplices, el haberles visto el rostro y escuchado sus razones, lo que más les afecta en su vida cotidiana.

Gotzone Mora lo explica así: 'Hace ya dos años que me llamó la policía por primera vez. Fue con motivo del suceso de Bolueta, el barrio de Bilbao donde en agosto del año 2000 murieron cuatro terroristas cuando estallaron los explosivos que transportaban en un coche. Disponían de información muy precisa sobre mí, sabían hasta la forma en que me pongo o quito las gafas de cerca dentro de mi despacho de la facultad. Me pusieron escolta. A partir de entonces, las llamadas de la policía se fueron sucediendo. Hasta cinco comandos tenían información -y cada vez más detallada- sobre mis movimientos. Decidí guardar silencio, pensé que, tras las últimas elecciones, los políticos del PNV aprovecharían ese silencio de los amenazados para reflexionar y buscar soluciones. Pero no fue así, se pusieron del lado de los que apoyan a ETA y entonces decidí hablar. Cuando la gente se enteró de cuál era mi situación, todo cambió. Mis vecinos me pidieron que no metiera el coche en el garaje, no fuera a ser que me pusieran una bomba y les pillara a ellos. La Universidad me invitó a que dejara de dar clases y me fuera. El rector me ha llegado a decir: Te puedes ir a la ciudad que elijas y, si prefieres quedarte en casa, yo te llevo el sueldo. Le respondí que no, que no quiero pasar a formar parte de la larga lista de exiliados. ¿Cuántos profesores se han ido ya? ¿Veinte, treinta quizá? Y lo peor de todo es que no sólo te afecta en tu vida profesional: tengo amigos que ya prefieren no salir conmigo a almorzar, y eso es muy duro. La gente tiene miedo cuando me ve entrar en la facultad con los escoltas, por si ETA decide matarme. No sabe usted cómo siento la soledad. Yo, que soy famosa en la facultad porque hablo hasta con las paredes, me siento abandonada. A veces me gritan: ¡Española de mierda, vete a España! El otro día se me plantó delante una alumna y me dijo: Se pasa miedo, ¿eh? Los escoltas me pidieron con la mirada que no le respondiese y seguí adelante, porque ésa es otra. Si les contestas, hasta tus compañeros te afean la actitud y te acusan de estar provocándoles. Esta situación es monstruosa. Me siento un bicho raro. Tengo la sensación de que, para muchos, el problema soy yo y no ETA'.

También Maite y José Luis tienen esa sensación. 'Ésta', explica Maite Pagazaurtundua sentada en una terraza de San Sebastián, vigilada muy de cerca por sus escoltas, 'no es la ciudad de la tolerancia, sino la ciudad del olvido. Aquí han muerto asesinadas más de 100 personas. No se puede ir de un lugar a otro sin pasar por donde alguna vez alguien cayó víctima de ETA. Y, sin embargo, predomina el olvido. Todos somos culpables de mirar para otro lado; de hecho, todos lo hicimos alguna vez. Me acuerdo de que, hace bastantes años, asistí al funeral de un guardia civil asesinado. Era un chaval joven y sus familiares habían venido de lejos, seguramente desde el sur, para hacerse cargo del cadáver. Ningún vecino acompañó al féretro -no era costumbre entonces- desde el Gobierno Civil hasta la iglesia. Ya allí, el cura se empeñó en celebrar el funeral en euskera, ante la desesperación de la familia, que no entendía nada. Ese desprecio hacia las víctimas, que todavía se da, tiene que pesar de alguna manera sobre la conciencia de esta ciudad'. Maite no habla de sí misma. No se queja. Siempre sonríe. Sí le da pena que sus hijas la vean siempre escoltada; que la mayor, de cinco años, empiece a preguntar:

-Mamá, ¿y quiénes son ésos?

-Amigos del trabajo.

-¿Y por qué papá no va con amigos del trabajo?

-Porque tiene otro tipo de trabajo.

Pilar, la madre de Maite, vive pendiente de su hija. Entre el amenazado y su familia se suele establecer un sistema de silencios y disimulos mutuos para evitar -o intentarlo al menos- más sufrimientos que los indispensables. Pilar no le dice a su hija que vive pendiente del teléfono, que sufre lo indecible cuando la ve de aquí para allá como si fuera un criminal, siempre acompañada de policías; que, cuando salió elegida de diputada autonómica, se lo ocultó a sus vecinos como si en vez de un orgullo fuera una maldición... Tampoco Maite le dice a su madre según qué cosas. No le contó, por ejemplo, que un día recibió una carta. Fue su marido quien se la encontró en el felpudo de la entrada:

'¡Maite, fascista! Mediante esta carta queremos que seas consciente de la responsabilidad que tienes en el conflicto que vive Euskal Herria. Hay muchos jóvenes y adultos en este pueblo que han sufrido en sus carnes las garras de los perros que tú guías, y que todavía las sufren. Debes saber que el que genera el sufrimiento lo sufrirá, y que mientras seas causante de la vulneración de los derechos que tiene este pueblo (como concejal del PSOE) sufrirás lo que debas sufrir. Los que luchamos a favor de lo que corresponde a nuestro pueblo seguiremos por encima de todos los obstáculos que encontremos en el camino hasta lograr el objetivo, no vamos a ceder con todo lo que esto supone, esto es, utilizaremos todos los instrumentos a nuestro alcance para quitar del camino todo lo que sea un obstáculo, en este caso, tú. No durarás mucho como causante del conflicto; eso sí, sabiendo que esta afirmación es objetiva, tienes dos opciones: una, dejar la extensión del sufrimiento por tu voluntad; otra, dejarlo en nuestras manos y encontrar tu cabeza algún día con dos agujeros'.

Aún hoy, y aun sabiendo que la carta no va dirigida a uno, su lectura estremece. ¿Quién puede escribir una cosa así?

Según César San Juan, profesor de Psicología en la Universidad del País Vasco, los nacionalistas más radicales sitúan al mismo nivel el derecho de nación y los derechos fundamentales de las personas. 'Estoy convencido', dice, 'de que ellos piensan de verdad que forman parte de un pueblo invadido, y tienen la absoluta convicción de que su acción es trascendente. Igual que los kamikazes palestinos, los fanáticos de aquí piensan también que están en guerra. De hecho, su órgano de opinión no es más que un parte de guerra. Hay incluso determinados centros educativos en Euskadi que son auténticas escuelas de patriotas'.

Unos patriotas que, además, exigen el silencio de sus víctimas. La pasada semana, sin ir más lejos, se produjo un hecho muy curioso, representativo de la situación de esquizofrenia que sufre Euskadi. Al recibir la segunda llave de su portal, José Luis Vela, el concejal de Andoain, no pudo aguantar más y desveló públicamente el contenido de una carta tan cruel como mal escrita: 'Aquí estamos otra vez en tu portal de casa, pero sepa usted que la próxima vez que vengamos no será para ponerle ningún paquetito, sino que iremos directamente a volarle la cabeza como bien te lo mereces'. Unos días después, el diario Gara, afín a Batasuna, publicaba que un comunicante anónimo había llamado para asumir el envío de la carta y para quejarse del 'afán de protagonismo del concejal'.

Así, y no de otra forma, vive la oposición en el País Vasco. No se tienen noticias de otra democracia donde el Gobierno pueda pasear por la calle a cuerpo gentil y toda la oposición tenga que ir escoltada. Lo más curioso del asunto es que ninguna de las personas entrevistadas para este reportaje se quejó amargamente de ser objetivo de ETA. Tienen asumido que su apuesta por la libertad incluye vivir de sobresalto en sobresalto, con la intimidad robada, esperando al asesino. Lo que no logran superar es el silencio que les rodea. 'Te vas dando cuenta', dice José Luis Vela, 'que el miedo ha impregnado a la sociedad y sientes el vacío en la misma calle, cuando ves que hay personas que no se atreven a saludarte'.

Entre el silencio ensordecedor, Teo Santos, agente de la Erzaintza, se preguntó el lunes pasado: '¿Dónde están los pelotaris, dónde los cocineros...?'. Luego no tuvo más remedio que responderse: 'Aquí unos cuantos sufren y los demás guardan silencio'.

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