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EL CONFLICTO DE ORIENTE PRÓXIMO

La generación de la Intifada está lista para tomar el relevo de Arafat

La ofensiva de Bush contra el líder palestino coincide con la aparición de nuevos dirigentes forjados en el movimiento de protesta

Se acerca el momento del relevo en la Autoridad Nacional Palestina. La ofensiva lanzada por el presidente de EE UU, George W. Bush, esta semana contra el liderazgo de Yasir Arafat coincide con la embestida de la joven guardia, formada en las trincheras de la Intifada, que espera impaciente la convocatoria de las elecciones para tomar el poder. La revolución generacional está en marcha, aseguran los expertos, mientras el presidente palestino se niega a dejar su puesto y se dispone, a sus 73 años, a dar su última batalla por la supervivencia política con la ayuda agonizante de sus viejos colaboradores, los tunecinos, que vinieron con él del dorado exilio de Túnez.

Nunca el índice de popularidad de Arafat había caído tan bajo. Desde que se inició la Intifada, en septiembre de 2000, la calle palestina no ha dejado de criticar al anciano líder de la OLP, al que acusa de adoptar una posición ambigua, negándose a liderar la revuelta y a establecer una estrategia clara. Así se desprende de una reciente encuesta efectuada por el profesor de ciencias políticas Jalil Shikaki, formado en universidades estadounidenses y que dirige desde Ramala el Palestinian Center for Policy and Survey Reserch, un centro de investigación sociológica.

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Claves:: Cronología del conflicto
Participación:: Entrevistas, encuestas, cartas...
Tema:: Oriente Próximo
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Sólo un 35% de los palestinos está con Arafat. Este dato confirma una tendencia a la baja en la popularidad del presidente, que se inició cuando estalló la Intifada de las Mezquitas y gozaba aún del apoyo de un 46% de la población. Muy lejos quedan los días de gloria y euforia nacionalista, en 1996, cuando se firmaron los Acuerdos de Oslo, el proceso de autonomía en los territorios empezó ponerse en marcha y el líder de la OLP tenía detrás el entusiasmo del 76% de la población, según datos del estudio de Shikaki.

La caída de popularidad de Arafat se ha acelerado en los últimos meses como consecuencia de la forma en que la ANP ha resuelto algunos de los conflictos con el Ejército de Israel. El 58% de la población no aceptó el desenlace del asedio de la basílica de la Natividad en Belén, que ha supuesto la expulsión de 13 activistas a países europeos. Un 49% critica también con igual acritud el pacto israelo-palestino por el que se levantó el asedio de la Mukata de Ramala, donde se encontraba encerrado el presidente, a cambio del encarcelamiento en Jericó de los dirigentes del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), la segunda fuerza de la OLP, y de los asesinos del ministro de Turismo israelí, Rehavam Zeevi, en octubre.

Pero esto no es todo; según el profesor Shikaki, hay además en la calle 'una gran decepción por la corrupción que se percibe en las instituciones de la ANP y la situación de la democracia' en los territorios. El 83% de la población opina que sus instituciones están corruptas y sólo un 21% cree que en los territorios autónomos se puede hablar de democracia. Las conclusiones son claras: el 91% de la población pide un cambio radical en la Administración, el 83% reclama elecciones y el 95% el cese de los ministros acusados de corrupción.

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'Arafat tiene que optar por un sistema democrático, claro y transparente, que alcance todos los ámbitos del poder, incluida la dirección de la Intifada', propone el doctor Haider Abdul Shafi, responsable de la Media Luna Roja de Gaza y ex miembro del equipo palestino en la Conferencia de Madrid, que a sus 87 años sigue liderando todas las iniciativas democráticas de los territorios.

La caída de Arafat está estrechamente vinculada con el desprestigio de la vieja guardia, a la cabeza de la cual se encuentra el presidente del Consejo Legislativo, Abu Alá, y el segundo de la OLP, Abu Mazen, los delfines del presidente, que serían los encargados de sucederle interinamente. Las mansiones que ambos líderes se han hecho construir en Cisjordania y Gaza son, en opinión de la calle palestina, los síntomas visibles de su corrupción.

El pueblo palestino no tiene piedad. Hace pocos días, mientras Abu Alá, de 65 años, jefe de la delegación palestina en Oslo, sufría un ataque al corazón, sus índices de popularidad descendian al 2%, el más bajo de su vida. Los expertos aseguran que está en 'coma político'. La salud política de su compañero de armas Abu Mazen, de 67 años, segundo de la OLP, miembro fundador de Al Fatah, es aún más crítica: su último índice de popularidad es de un 1%.

'Las personas que más gritan pidiendo reformas del Gobierno son las mas corruptas, como si quisieran que sus reclamaciones les sirvieran para absolverles de toda sospecha', bromea Samir Masharawi, dirigente de Al Fatah de Gaza, miembro de las supremas instituciones del partido, permanentemente crítico con la vieja guardia de los tunecinos.

La caída de esa vieja guardia esta facilitando el ascenso de la nueva guardia: jóvenes dirigentes locales, de apenas 40 años, la mayoría de ellos formados en la primera Intifada y cuya popularidad se ha visto afianzada en la segunda revuelta. Para alcanzar el poder sólo les falta la legitimidad de las urnas. A la cabeza destaca un nombre, Marwan Barghuti, cuya popularidad no ha dejado de crecer, hasta convertirse en un lider carismático, el más querido después de Arafat, por encima del jeque islamista Ahmed Yassin o del crítico Haidar Abdul Shafi.

Controlarlo todo

El fenómeno Barghuti, de 40 años, profesor de literatura árabe de la Universidad de Bir Zeit, miembro del Parlamento palestino, jefe de Al Fatah en Cisjordania y comandante de la milicia popular de los Tanzim, inquieta profundamente a Arafat, que desde la mesa de su despacho trata aún de controlarlo absolutamente todo. Esta inquietud es similar a la que el presidente siente con respecto a otro líder de la nueva guardia, Mohamed Dahlan, de 40 años, ex jefe de la Seguridad Preventiva de Gaza, ex miembro del equipo negociador palestino en las conversaciones de paz. Arafat acusó a Dahlan de complotar contra él con la ayuda de EE UU. Se asegura que en el transcurso de este incidente Arafat apuntó con su pistola a la cabeza del joven líder palestino.

Arafat ha conseguido por ahora neutralizar a Barghuti gracias a la ayuda inesperada de los israelíes, que hace un mes lo detuvieron y lo mantienen incomunicado. La ascensión de Dahlan, sin embargo, parece imparable, sobre todo después de que dimitiera hace tres semanas de todos sus cargos policiales y emprendiera en solitario una misteriosa singladura política, al parecer, bajo la tutela de EE UU. Aseguran que es uno de los pocos líderes palestinos que se ha entrevistado con George W. Bush, quien desde su llegada a la Casa Blanca se ha negado a recibir a Arafat.

Una manifestante muestra una fotografía de Arafat ayer en Ramala.
Una manifestante muestra una fotografía de Arafat ayer en Ramala.REUTERS

El silencio de los integristas

Los islamistas han optado por el silencio. En medio de este complicado panorama, el perfil político de los movimientos islamistas se mantiene bajo, como si trataran de pasar desapercibidos en esta coyuntura. Están tres puntos por debajo de Al Fatah. Los fundamentalistas cuentan con un apoyo significativo entre la población, repartido entre un 16% para Hamás, un 5% para los independientes y un 15% para Yihad Islámica. Las organizaciones integristas, que cuentan con fuerte implantación en Gaza, pasan por un momento crítico, sobre todo a ojos de los habitantes de Cisjordania, por sus ataques terroristas indiscriminados contra la población civil israelí. El 48% de la población no apoya los ataques contra la población civil de Israel, aunque respaldan en un 92% las agresiones a los soldados y en un 89% a los colonos. En cualquier caso, éste no es el momento propicio para los islamistas, que ya han anunciado que no participarán en las elecciones legislativas, como hicieran en 1996. Pero nadie duda de que volcarán toda su presión y militancia en las elecciones municipales, previstas para marzo del 2003. Su objetivo es claro: controlar los ayuntamientos desde la calle, donde se encuentran profundamente enraizados, permanentemente movilizados y donde sus líderes no tienen rival.

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