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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Bolsas movedizas

El prolongado periodo a la baja de las bolsas europeas, y de la española en particular, sufre de vez en cuando convulsiones que, sin alcanzar el nivel de un crash, provocan grave inquietud en los inversores. El lunes, el Ibex de la Bolsa de Madrid caía casi el 4%, lo que, sumado a la larga pendiente iniciada en marzo de 2000, retrotrae el índice al nivel de 1997. En lo que va de año, las empresas españolas han perdido en el mercado un valor equivalente a 59.327 millones de euros (casi 10 billones de pesetas). Las principales bolsas europeas han perdido entre el 15% y el 20% de su valor en lo que va de año y, a pesar de la leve recuperación de ayer, los mercados parecen condenados a un largo periodo de depresión, aunque las condiciones económicas mundiales, en clara recuperación en algunas zonas, no justifican, sino más bien lo contrario, la pérdida continua de valor para los inversores.

Hay razones objetivas que ayudan a explicar esta aguda tendencia depresiva. Los inversores han acumulado una desconfianza profunda hacia las empresas que tienen gran peso en el mercado, bien sea porque han tomado decisiones que se han revelado como sumamente equivocadas (como las pujas disparatadas que hicieron las empresas de telecomunicaciones para adjudicarse las licencias de UMTS subastadas por los Gobiernos), bien porque están atrapadas en el laberinto suramericano -la crisis argentina se está extendiendo peligrosamente a Brasil-, bien porque la violenta convulsión del caso Enron no ha terminado todavía y los inversores creen que aún puede haber nuevos escándalos. Súmese a este trasfondo de inquietud el repetido empeoramiento de las expectativas de resultados de las grandes compañías y se tendrá un cuadro casi completo del oscuro trasfondo microeconómico en el que se están desarrollando las inversiones.

Hay más razones, esta vez de tipo geopolítico. El clima de preguerra entre Pakistán y la India, la gangrena de Oriente Próximo, el anticipado ataque a Irak o los temores a nuevos ataques terroristas. El caso es que los inversores están huyendo desde la inversión en acciones hacia activos quizá menos rentables, pero también menos arriesgados, como la deuda pública -preferiblemente europea- o el oro. Es la busca de valores refugio, como siempre que se extiende la inquietud.

El euro también está implicado en este nuevo paradigma de incertidumbre. Las inversiones europeas, que durante años han contribuido a disparar los mercados estadounidenses, están regresando a casa en vista de las pésimas expectativas de resultados que anuncian un día sí y otro también las compañías estadounidenses. El resultado de esa presión, junto con la compra preferente de activos de deuda en euros, ha llevado a la divisa europea a cotas que no se habían alcanzado prácticamente desde su creación. El lunes llegó a superar los 98 centavos y ayer, martes, mantuvo un cambio medio de 0,9766.

Hay que contar con la tentación irrefrenable al pesimismo, tanto en el caso de la depresión bursátil como en el de la revalorización del euro. En lo que se refiere a la Bolsa, la inflexión hacia un mercado alcista sólo se logrará cuando los inversores perciban que los factores de incertidumbre mencionados se van disolviendo poco a poco. En cuanto al euro, la inquietud está menos justificada. Por ejemplo, ya empiezan a oírse voces que resaltan el encarecimiento de las exportaciones europeas y de sus nefastas consecuencias para el comercio exterior europeo. Pero un euro elevado evitará seguramente la elevación de los tipos de interés en la UEM, y eso que tendrán ganado los inversores y los consumidores.

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