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Lecturas europeas

Parece que un nuevo fantasma, el fantasma del populismo de derechas -o si se quiere, ¿por qué no? el de una nueva forma de fascismo- recorre Europa. Las elecciones de Francia y Holanda lo han puesto de manifiesto, pero los signos de lo que se nos venía encima hace algún tiempo que venían manifestándose. Sin ir más lejos las elecciones de Austria y más recientemente de Italia parecía que comenzaban a anunciar un cambio de tendencia en el mapa político europeo, y ese cambio de tendencia no sólo estaba orientado hacia la derecha sino hacia un tipo de movimientos, cuyo paradigma es fácil encontrar en Forza Italia, que se caracterizan por estar encabezados por líderes de moral flexible que reniegan de la política. Y creo que es una situación que merece unas cuantas reflexiones.

La primera es que la escala de valores de los ciudadanos europeos ha dado un cambio espectacular y se ha orientado fundamentalmente a mostrar una preocupación creciente por la seguridad pública. Es cierto que los atentados del 11-S, ha favorecido esa tendencia, pero no es menos cierto que algunos políticos irresponsables -entre nosotros Aznar y Rajoy- han pretendido ligar inmigración e inseguridad pública, transmitiendo a la opinión pública unos mensajes destinados a ahondar en un conflicto que luego será muy difícil de resolver. Y mientras tanto, son los políticos populistas quienes pescan tranquilamente con mensajes xenófobos.

No cabe negar que la inmigración ilegal ha abierto entre nosotros problemas que no tienen fácil solución. Las respuestas dadas por los ciudadanos ante el fenómeno ponen de manifiesto una paradoja: los españoles se muestran al tiempo partidarios de endurecer las medidas contra la inmigración ilegal y de incrementar las ayudas a los inmigrantes que se encuentren desasistidos, y la dicotomía, difícil de comprender a simple vista, es fiel reflejo del desconcierto que provoca el fenómeno en una sociedad que muestra simultáneamente su adhesión a valores de solidaridad y el temor a integrar entre nosotros a miembros de otras culturas. Las respuestas éticas dadas desde la izquierda (tales como combatir las causas de la inmigración, la aceptación del multiculturalismo y del mestizaje de nuestras sociedades) son respuestas que necesitan tiempo para triunfar. Y mientras tanto, ¿qué se hace de inmediato? Cualquier respuesta debe tener en cuenta dos elementos indispensables: por un lado que el rechazo hacia los inmigrantes es mayor entre los sectores populares que tradicionalmente votaban a la izquierda (y que son los que conviven en los mismos barrios que los inmigrantes) y en segundo lugar cualquier mensaje que se traduzca en una imagen de mano dura -con independencia de los problemas éticos que plantea- termina beneficiando a la derecha, a quien los ciudadanos perciben como más idónea -y con razón- para llevar a cabo políticas de dureza y represión.

La segunda reflexión se refiere a algo que entre nosotros ya era bien sabido. A la derecha se le consienten y perdonan los actos de corrupción. Lo ocurrido en Francia, con un Chirac aferrado a la presidencia para no responder de su -por decirlo de manera suave- gestión irregular de los fondos municipales de París, es muy significativo. Para movilizar a votar a Chirac frente a Le Pen en determinados sectores se inventó un eslogan: 'Votad al granuja y no al fascista'. Por cierto, la dimensión moral de la derecha ha quedado bien clara cuando ante las legislativas en lugar de orientar, hacia un fortalecimiento de determinados valores, las movilizaciones republicanas -de todo signo- producidas ante la segunda vuelta de las presidenciales, ha hecho todo lo posible para obtener rentas electorales de ese movimiento.

Pero si eso ocurre en Francia, no podemos olvidar lo ocurrido en Italia con Berlusconi, con una lista de interminables procesos en su haber por presuntos delitos económicos, o en Irlanda donde un Gobierno sobre el que llueven acusaciones de corrupción ha visto incrementar su mayoría. Y renuncio a poner, al menos por el momento, nuevos ejemplos de lo que ocurre en España.

En tercer lugar, la situación ha sembrado el desconocimiento de la izquierda europea, y particularmente en el campo de la socialdemocracia. Recientemente en las páginas nacionales de este diario plumas muy destacadas ( Touraine, Tortella, Navarro...) han analizado el papel actual de los partidos socialistas, que asisten perplejos a una derrota electoral tras otra, a pesar de acudir a los comicios respaldados por brillantes resultados económicos. Obviamente los resultados de los análisis no coinciden y mientras algunos ponen de manifiesto lo inadecuado de ofrecer a la sociedad del siglo XXI respuestas elaboradas para el siglo XIX, otros inciden en señalar que las desigualdades han aumentado, incluso en el seno de las sociedades avanzadas, por lo que los valores de solidaridad y cohesión social no pueden considerarse desfasados. Y creo que ambos tienen razón, el problema es la traducción que tengan esos planteamientos.

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No es aceptable que admitamos sin más matices, que la integración europea y la globalización no admiten más que una política económica en la que las diferencias entre derecha e izquierda se difuminan hasta casi desaparecer. Pero tampoco se puede admitir sin más que, considerando que una política de liberalización es conservadora, se vuelva a políticas contrarias, que no es que sean mejores o peores, simplemente es que no son posibles. La reacción del partido socialista francés ante el desastre electoral ha sido muy significativa de una forma de cometer errores, ya que proponer ahora una vuelta a los monopolios y al intervencionismo constituye una muestra de falta de visión histórica que puede hacer época. ¡Cómo si que Electricité de France sea un monopolio fuera de izquierdas!

Pero en sentido contrario, no debemos navegar aceptando a ojos cerrados que las diferencias entre derecha e izquierda se han difuminado. Para darnos cuenta de que esa afirmación es falsa basta con echar una ojeada a cuanto ocurre en España, y ver cómo actúa un Gobierno de derechas que trata de convertir los derechos y conquistas del Estado de bienestar en políticas de beneficencia.

Analicemos lo que esta haciendo el PP con la sanidad pública o con la percepción del desempleo con el famoso decretazo y rápidamente percibiremos que no es lo mismo la política del PP que la que llevó a cabo el PSOE. Por cierto, que me alegro que ya se hayan dado cuenta de ello algunos sindicalistas.

Pero es posible, y aún necesaria una política de liberalización que sea de izquierdas. Una política que garantice los derechos del Estado de bienestar (sanidad, educación, desempleo, pensiones) como tales derechos y con un alto nivel de calidad y no como medidas de beneficencia para los pobres. Y que al tiempo garantice la intervención del Estado para ayudar principios tales como la defensa del medio ambiente, la defensa de los consumidores o de la libre competencia, sin necesidad de acudir en defensa de los monopolios. Para esto último ya está la derecha, aunque sea de los monopolios privados, y si son de sus amigos, tanto mejor.

Luis Berenguer es eurodiputado socialista.

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