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Reportaje:ELECCIONES EN COLOMBIA

¿Dónde está el hombre?

Las amenazas de muerte contra Álvaro Uribe le obligarán a vivir en soledad si alcanza la jefatura del Estado

Juan Jesús Aznárez

'¿Dónde está el hombre?', inquiere un policía a otro por su transmisor. El hombre es Álvaro Uribe Vélez, el candidato que hoy ganará las presidenciales colombianas, y deberá acostumbrarse a vivir en soledad, casi en casamata, si alcanza la jefatura de Gobierno sumando más del 50% de los votos en la primera vuelta. Esa vida de perros por la salvación de la patria será una prolongación de la padecida en campaña. 'Ya sabe usted que nos quieren matar al hombre', dice el policía a este corresponsal, convocado para entrevistarlo en un hotel de Bogotá. Lo intentaron las guerrillas y probablemente maquinan los inductores de magnicidios todavía impunes. Acometer reformas estructurales en Colombia es oficio peligroso.

Cada tres horas, salta de un hotel a otro, inspeccionados antes por sus escoltas
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El pasado mes de abril, en Medellín, su ciudad natal, una bomba destrozó el morro de su camioneta blindada; murieron cuatro, pero el candidato liberal independiente salió ileso y pasó a la clandestinidad, al mitin en vídeo o por teleconferencia. Apenas pisa la calle desde entonces, ni los locales cerrados, y sus movimientos son secretos. 'Han querido matarlo en más de diez ocasiones', calcula uno de sus colaboradores. Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) asesinaron a su padre durante el intento de secuestro de 1983 y sospechan que el anunciado endurecimiento contra el terrorismo no sea señuelo de candidato.

No sólo la subversión marxista lo quisiera cadáver. La profunda transformación del Estado anunciada en su programa tampoco parece una finta, a juzgar por quienes aseguran conocer su terquedad en la defensa de los principios. 'Los políticos y los que van a perder privilegios también lo desearían muerto. No le van a dejar hacer la reforma', anticipa un periodista local. Luis Carlos Galán, otro candidato liberal también comprometido con el cambio y contra la corrupción y el narcotráfico, cayó en 1989 asesinado por la caverna. El abogado Álvaro Uribe fue alcalde de Medellín, gobernador de Antioquia y senador, y no quiere ser mártir.

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Lo impiden los 120 guardaespaldas y agentes del servicio secreto (DAS), distribuidos en varios anillos, al cuidado de este paisa de 49 años, casado con la profesora de Filosofía Lina Moreno, padres de Tomás, de 22 años, y de Jerónimo, de 19. Su frugalidad les ayudará a sobrellevar una existencia que deberá ser acorazada si Colombia continúa vertiendo sangre a raudales, su devenir más probable. Uribe no bebe, no aguanta el agobio de Bogotá y exhibe un carácter irascible y terrible cuando cree que no le cumplen. No sabe bailar en un país danzón y alegre entre duelo y duelo, pero se arranca en la pista si el ambiente le impele a ello.

A diario, cada tres horas, salta de un hotel a otro, previamente inspeccionados por sus escoltas; la prensa le persigue como un sabueso y sus enemigos citan supuestas relaciones pasadas con el narcotráfico. No hay pruebas al respecto. El candidato obliga a su gente a jornadas agotadoras, la somete a la condición de supliciados y admite pocos peros. 'Un día llegamos a la oficina, agotados, a las doce de la noche, todos agotados. Él se retiró a una habitación durante cinco minutos, hizo unos ejercicios de yoga y regresó, relajado, a explicarnos su plan económico', cuenta un asistente a la reunión. 'No duerme. De verdad, no duerme. Se acuesta a la una de la madrugada y se levanta a las cuatro. Debe de ser el yoga'. Siendo gobernador, tres oficiales pidieron en relevo porque convocaba consejos de seguridad todos los días a las seis de la mañana.

El ropero del nuevo fenómeno de la política colombiana es clásico, y el vaquero, una prenda extraña, a pesar de ser un nostálgico del campo, de sus fincas ganaderas en Antioquia y Córdoba. 'Allí duermo en hamaca'. Sin una guardia pretoriana junto a la tumbona, difícilmente podrá soñar al raso con una nación solidaria, con una clase media fuerte y un país rebelde con la violencia. Sus ángeles de la guarda le aconsejan que no abandone Bogotá, porque se la juega. El pasado martes fue desactivada una bomba en sus oficinas de Manizales, el jueves lanzaron otra contra las de Medellín, y regularmente recibe fúnebres avisos.

La soledad en ese empeño no es novedad, porque prácticamente ha hecho campaña y estrategia en solitario, y los cien puntos del Manifiesto democrático, que recita de memoria, son de puño y letra. Los comités sobre cuestiones de gobierno le rinden cuentas, y no delega en la supervisión de sus trabajos. 'Trabajo, trabajo, trabajo', salmodia.

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