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Guerra electoral en Colombia

A más de un año de los comicios presidenciales, el país se enzarza en una nueva campaña electoral

Un año para mirar atrás, otro para aprender, y el tercero, para tomarse un recreo. Así hay quien, sin un derroche de caridad cristiana, caracteriza el mandato del presidente colombiano, el conservador Andrés Pastrana, que enfila ya la recta final del cuatrienio.

Colombia, quizá el país más politizado del planeta, a la vez que el que menor aprecio muestra por su clase política, toma ya impulso, a falta de un año para las legislativas, en una campaña electoral cuya gran piñata son las presidenciales previstas en mayo-junio de 2002. En el país andino nunca sobra tiempo para hacer política.

El proceso de paz sigue imperturbablemente de vacío una carrera comenzada el 7 de enero de 1999 en San Vicente del Caguán, capital de las FARC, la guerrilla marxista que dirige un bajorrelieve de Altamira llamado Manuel Marulanda.

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De los variados aspirantes, públicamente convictos o privadamente confesos a la presidencia, sólo tres tienen hoy posibilidades reales de llegar a palacio Nariño, en una Bogotá que el anterior alcalde Peñalosa ha manicurado de avenidas impolutas como para una fiesta para lo que faltan son precisamente celebrantes.

Estos son Horacio Serpa, el trabajado líder del partido liberal derrotado por Pastrana en el 98, ya más cerca de los 60 que de los 50; la autoescindida del sistema y antigua conservadora, Noemí Sanín, de la que sólo cabe creer que haya rebasado los 50 porque lo asegura una fe de bautismo que le atribuye una edad irreconciliable con su cordial belleza; y Álvaro Uribe Vélez, otro escisionario pero de los liberales, que se instala con ganas de durar entre los 40 y los 50.

Los tres, como es de esperar ante una crisis que se ha hecho forma de vida, posan como inevitables salvadores de la patria; el primero, con energía convincente y reflexiva; la segunda, con un optimismo luminoso que sólo puede ofuscar la realidad; y el tercero, con una determinación que todos, aliados y detractores, coinciden en que le mueve pesadamente a la derecha.

El ex presidente liberal Ernesto Samper definía la elección en los salones de una conocida periodista liberal -porque aquí no hay muchos periodistas sin denominación de origen- afirmando que 'Colombia no ha de elegir a un presidente, sino a un líder'. Pese al involuntario y medio equívoco giro de la frase, ese líder no es Álvaro Uribe, quien pone letra de caudillaje a su campaña, sino su delfín de siempre, Horacio Serpa.

La periodista Cecilia Orozco, que pasó varias horas con el disidente liberal -'la entrevista más larga de mi vida'- cree que está conteniendo a los caballos para que se le compagine pero no se le asocie con Carlos Castaño -más cerca de los 40 que ninguno-, el líder de la contraguerrilla que, con varios miles de hombres, fue un día el brazo armado del latifundismo, y hoy va de monstruo de Frankenstein por cuenta propia.

Uribe Vélez decía de paso porMadrid en noviembre pasado que 'pondría a un millón de hombres en pie de guerra'; de desayuno, sin embargo, en un hotel de la zona de Bogotá que mejor atildó el laborioso alcalde, asegura que 'esos hombres no tienen por qué estar armados; lo importante es la información'; es decir, que sean las antenas del poder en esta guerra que va durando ya arriba de 30 años.

¿Qué ha conseguido Andrés Pastrana, que vive hoy como con el proceso de paz grapado en la mirada, al cabo de tanto desaire de una guerrilla que dice querer la paz, pero que lo que parece es estar, básicamente, sorda?

El ex ministro de Exteriores liberal Rodrigo Pardo -cena en el restaurante de moda bogotano muy dado al rítmico estruendo caribeño- cree que 'ninguno de los dos bandos se ha convencido todavía de que no pueda ganar la guerra; el proceso no se halla por ello aún en su fase terminal, y eso explica que ninguna de las partes haya descubierto sus verdaderas posiciones'. El conocido periodista D'Artagnan, del que la pluma es un implacable estilete samperista, añade que la guerrilla no tiene prisa: 'O el Gobierno hace una oferta que le convenga' -casi una rendición en toda regla- 'o sigue esperando la destrucción del Estado oligárquico colombiano'. No en balde, un oficial de las FARC decía a este corresponsal en San Vicente que a 10 años vista que lo buscaran allí donde el poder.

Pero hay un vasto consenso en que algo se ha progresado de tanto procesar el proceso. María Emma Mejía, también ex ministra liberal y ex embajadora en Madrid, opina que 'la internacionalización del conflicto es un avance serio'. Las comisiones planetarias visitan, en efecto, incesantes los lugares de autos, y una 'veeduría internacional' -en el mejor castizo-medieval colombiano- ya escruta sobre el terreno lo que puede con el imprescindible concurso del embajador español, Yago Pico de Coaña.

El presidente pugna, aunque desde hace más meses que semanas, por acordar con el ELN, segundo -y muy distante en fuerza- grupo insurrecto, el establecimiento de un punto de encuentro, al sur de Bolívar, donde la guerrilla pueda hibernarse aguardando la paz. El territorio es algo menor que la provincia de Madrid a la vez que una versión amable del despeje -vez y media la extensión de Cataluña- que se entregó a las FARC en usufructo pleno, aquel esperanzado verano del 98 en que el líder conservador ganó la presidencia se dice que por un apretón de manos del correoso Marulanda.

Y lo único que falta para despejar es que, como exigen los elenos, se despliegue esa veeduría, casi una fuerza de paz internacional para monitorear -no es oro todo lo que reluce en la parla colombiana- el territorio junto a una policía cívica del Estado, para impedir a las llamadas autodefensas de Castaño que masacren al ya muy pasteurizado ELN.

Antonio Navarro Wolf, que hasta podría caer en la hipnosis de creerse presidenciable, pero que hoy dice aspirar tan sólo a una senaduría, asegura con la especial truculencia que le es propia que 'hay que mantener el proceso de paz a toda costa, porque las FARC están divididas entre lo nacional, sin duda salvajemente guerrillero pero deseoso de lograr la paz, y lo narco, de forma que si acaba el proceso, habrá fractura', y puede ganar la línea del negocio blanco, 'lo que significaría otros 20 años por lo menos de contienda'.

Las extenuadas conversaciones, contrariamente a la sabiduría más extendida, dice Navarro que 'han civilizado a los guerrilleros, los han politizado, mostrándolos en su creciente aislamiento internacional', hoy que ya no hay más comunismo que el ectoplásmico de China y el famélico de Cuba. Por eso, el ex miembro del extinto M-19 -la santidad hecha guerrilla- votará en las presidenciales 'contra y no a favor', y particularmente 'contra Uribe Vélez', a quien acusa de encabezar un proyecto autoritario en connivencia con Castaño, del que sería, además, el aprendiz de brujo; pero en segundo lugar lo haría también contra Serpa, al que considera el último epígono de un sistema corrupto pero no acabado, el del serpopastranismo. Sólo Noemí parecía salvarse de la quema, aunque tampoco sin liarse a parabienes.

El descrédito del proceso es, en todo caso, generalizado; un miembro de la comisión de paz, nombrada por el Gobierno pero de variado color, ha dicho privadamente que no había una estrategia definida, 'que se improvisaba a cada paso', como corrobora la propia candidata Sanín.

Fuentes militares admiten que hay ruido de sables y división en el Ejército, si bien que, a falta de contexto internacional en este mundo pos-soviético, el fragor es claramente insuficiente. La línea del locuaz tropero -general de combate- Mora Rangel, se opone al punto de encuentro y clama contra un eventual canje de prisioneros con las FARC, mientras que el jefe de las Fuerzas Armadas, Fernando Tapias -igual de tropero pero constitucional hasta en el sueño- no se desviará un ápice de lo que dispongan los civiles.

Esa reciente cuña en el Ejército la ha ahondado el Plan Colombia, que pondrá a partir de septiembre unas docenas de helicópteros de ataque y cerca de 1.000 millones de dólares en pertrechos y fantasías de victoria en manos militares. Henry Medina, general director de la Escuela de Guerra, es la sobriedad hecha medallas: 'El Plan Colombia es una ayuda, pero no puede ser decisivo; no hay solución armada; hay que tirar de la chequera, pero el Establecimiento' -que en España pronunciamos, muy modernos, Establishment- 'dice que eso es cosa del Gobierno y nos mira a nosotros como si tuviéramos toda la responsabilidad de obtener la victoria'.

Uribe Vélez y Noemí Sanín responden, por su parte, al interrogatorio con la convicción de aventajados opositores que dominan el programa. El primero se presenta contra su partido 'porque he de romper', con lo que no se refiere al sistema,en elque no le ha ido tan mal, sino a la situación, de forma que en torno a su persona se forme un movimiento cívico de emergencia; 'estoy fuera del cartabón mecánico del partido'. Pero es poco lo que puede proponerle a la guerrilla. Para mantener el despeje, exige un cese de hostilidades total, completado por esa hechizante veeduría para vigilar al guerrillero.

Uribe Vélez apenas se resuelve a garantizar la vida al insurrecto, reinsertado en cómodos plazos de desmovilización. Y sus planes económicos, en un país en ruina galopante de inflación y desempleo, se apoyan en una tenaz rebusca -¿ingeniosa, ingenua?- de fondos para ahorrar 'del despilfarro de la burguesía burocrática'; en dar publicidad a las opacas contratas del Estado; y, ya no con un guiño, sino con toda una representación dedicada al sexo opuesto, en 'poner a la mujer al frente de los programas de lucha contra la corrupción, porque está demostrado que la mujer es más honrada que el hombre'. ¿Y si las damas colombianas probaran que también en eso son las iguales del hombre?

Sanín, que de ser elegida sería un caso peculiar a la vez de presidenta y primera dama, piensa en grande cuando dice que 'el pueblo colombiano no sabe pensar en grande'. A la guerrilla, afirma en un restaurante español de copiosos tenedores, hay que 'ofrecerle un plan atractivo de reinserción, que garantice la vida de sus hombres, porque Marulanda es un pater familias'. En unas cuentas que caen entre las del Gran Capitán y las de la lechera, la candidata apunta más a fer país, para 'negarle el oxígeno a la guerrilla', que a prometer una paz para la que aún pueden faltar varios mandatos, mientras Uribe Vélez sólo promete, inconfundible, rendición o bala al guerrillero.

Frente a ellos, Serpa, que debería pasar a la segunda vuelta seguramente contra uno de los dos anteriores, hace la campaña del estadista: todo el mundo es bueno, pero él, mejor. Su problema es, sin embargo, que se forme la coalición del toconser, genial anagrama del todos-contra-Serpa, que ya funcionó en 1998. Y con ese español popular a la vez que culterano tan propio de la meseta colombiana, tras de sus canos mostachos circunflejos, responde al diario El Tiempo, que contra él 'va a haber bastantes contumelias', lo que en España apenas sabríamos llamar injurias.

La mayoría del país, en esta capital tenue, cuya cara relavada desmienten miles de dignos pedigüeños desplazados a todas las esquinas, considera hoy al candidato liberal gran favorito; aunque ello siempre a salvo de que un cataclismo, que le brotara, improbable, a Marulanda de las manos, diera su oportunidad al inquietante Uribe. ¿Y Noemí? Su arma secreta la constituyen, silenciosos, todos aquellos que no pueden soportar a ninguno de los dos candidatos anteriores.

Paramilitares colombianos en la Serranía de Santa María.
Paramilitares colombianos en la Serranía de Santa María.GERARDO GÓMEZ (CROMOS)

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