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El Kremlin desconfía de la nueva relación estratégica con EE UU

Moscú mantiene sus reservas al escudo antimisiles pese al acuerdo de desarme

Pilar Bonet

Mejor cualquier tratado que ninguno. Así lo dicen, en esencia, los expertos en desarme rusos al ser interrogados sobre el escueto texto dedicado a la reducción de los arsenales nucleares estratégicos, que su presidente, Vladímir Putin, y el norteamericano George Bush firmarán en Moscú el 24 de mayo. Por este documento, que se registrará en la ONU como tratado internacional, ambos países desmontarán en 10 años casi dos tercios de sus cabezas nucleares.

Con ello bajarán del nivel fijado en el START I (6.000 por parte) a entre 2.200 y 1.700 ojivas. El documento, por su sola existencia y por las vías políticas y militares de diálogo que impulsa, es un hecho positivo. Sin embargo, por las incertidumbres que mantiene y por las incógnitas que crea, evidencia que queda mucho por hacer en el clima de confianza entre la superpotencia y su antiguo rival venido a menos.

Los rusos no dan al documento el valor simbólico de 'fin de la guerra fría' que pretende Bush. En el deshielo, que Mijaíl Gorbachov comenzó, hay otras inminentes pruebas de fuego, como la ampliación de la OTAN (a la que Rusia se opone, pese al nuevo mecanismo de cooperación con la Alianza) y también los planes estadounidenses para crear un escudo contra misiles balísticos. Desde un punto de vista ruso, todos estos temas están unidos por una idea común: no quedarse desmarcado de la toma de decisiones.

El escudo norteamericano tendrá luz verde a partir del 13 de junio cuando Estados Unidos se libere de las obligaciones impuestas por el tratado antimisiles balísticos (ABM) de 1972. El 13 de diciembre pasado, cuando Bush denunció el ABM, Putin no reiteró sus anteriores amenazas de abandonar todos los tratados de desarme. El Kremlin concentra hoy sus energías en colaborar con la Casa Blanca y quiere que la declaración política conjunta, el segundo gran documento que los presidentes firmaran en Moscú, mencione de forma detallada que ambos países se unirán en un programa bilateral de cooperación sobre defensa antimisiles. Estados Unidos ha querido que esa mención fuera lo más vaga posible, pero está dispuesto a rescatar algunos proyectos polvorientos, como el centro de aviso (early warning) de lanzamientos de misiles, que Bill Clinton y Borís Yeltsin proyectaban crear en Moscú antes de que la crisis de Kosovo congelara la idea.

La falta de explicaciones de los norteamericanos sobre sus proyectos en el espacio pone nerviosos a los rusos. 'El problema no es el distanciamiento tecnológico de EE UU, sino el comienzo de un proceso incontrolado. Quisiéramos que Washington diga si quiere un sistema ABM global o un sistema limitado contra misiles solitarios', dice el general Vasili Lata, del Centro de Investigaciones Políticas de Moscú (PIR).

Compartir tecnología

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El experto Alexandr Pikáiev, del centro Carnegie de Moscú, pone en duda la disposición de Washington a compartir tecnología con Rusia. 'Los estadounidenses tienen interés en la tecnología rusa y están dispuestos a comprar, pero la colaboración tecnológica ruso-norteamericana en el campo espacial ha sido una vía de un solo sentido'.

Con nuevo tratado o sin él, tanto Rusia como Estados Unidos hubieran continuado por su cuenta la reducción de arsenales estratégicos regulada hasta ahora bilateralmente. La Administración de Bush, en plena búsqueda de una arquitectura de defensa para los nuevos desafíos, quería librarse de los compromisos legales con Moscú. Por razones económicas, Rusia quería reducir su potencial de disuasión nuclear hasta 1.500 cabezas, la cantidad mínima que considera necesaria para mantener la amenaza de destrucción mutua asegurada con EE UU en la primera década de este siglo.

Al aceptar un vínculo jurídico, Bush hace una concesión personal a Putin, por el apoyo que le prestó después del 11 de septiembre. Putin ha tenido que aceptar que las cabezas nucleares desmontadas se almacenen, y no se destruyan como él quería. De considerar que existen nuevas amenazas para su seguridad, EE UU puede volver a colocar las cargas en sus lanzaderas.

'El acuerdo de Moscú no exige la destrucción de una sola carga. Si los norteamericanos, por cualquier causa, deciden no destruir nada, dentro de 10 años tendrán las mismas armas estratégicas que hoy. Es decir, 2.200 desplegadas y el resto -hasta las 6.000 permitidas por el START 1- almacenadas', dice Pikáiev. La falta de claridad sobre las cabezas que se desmontan y las que, además, se destruyen es, a juicio de los rusos, un factor de incertidumbre y un mal ejemplo para países como China. Con todo, el tratado de Moscú seguramente no es la última palabra en cuestión de desarme. La negociación de medidas de verificación y transparencia para el acuerdo comenzarán este mismo año. Sobre el tapete estarán la intrusión que cada parte está dispuesta a permitir, la cultura del secreto y los costes económicos. Y también, boca abajo, la carta que los rusos quieren a toda costa desvelar: las características del escudo norteamericano.

'Satanás' se queda en Rusia

Tras el abandono del ABM por EE UU, Moscú mantiene sus obligaciones en relación al START I. Otra cosa, sin embargo, es el START II, el polémico documento de 1993 que, tras ser modificado en 1997, no fue ratificado por el Senado estadounidense. Al no sentirse ya vinculado por aquel tratado, Moscú recupera un margen de negociación que había perdido y puede mantener los misiles capaces de llevar cabezas múltiples, que el START II le prohibía. Entre ellos, los 154 SS-18, conocidos con el nombre de Satanás. El vicejefe del Estado Mayor ruso, general Yuri Baluevski, dijo ayer que Rusia no prevé reducir los SS-18, 'uno de los más poderosos misiles balísticos intercontinentales existentes', más allá de los que recortó en cumplimiento del START I. Los SS-18 ahorran dinero, al concentrar cabezas nucleares en menos lanzaderas. Moscú recupera los Satanás como elemento para las negociaciones que seguirán al tratado que se firmará el día 24. Y en ellas, el escudo antimisiles de EE UU tiene una importancia crucial.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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