Unos hacia la derecha, otro hacia la izquierda
La segunda vuelta de las presidenciales francesas ha dejado a la izquierda, y en particular a los socialistas, en la trastienda, tanto que se ha tenido que volcar en votar a Chirac para reducir el efecto Le Pen. A partir de mañana, con Jospin retirado de la política, tendrá que dedicarse a elegir y promocionar un nuevo líder y un programa. Con Schröder cuestionado en Alemania, y sin grandes ideas, el faro para la modernización de la izquierda es, o vuelve a ser, el Nuevo Laborismo de Tony Blair (básicamente un democristiano a quien The Economist ha descrito como el 'primer ministro posideológico') y de Gordon Brown, su socialdemócrata canciller del Exchequer.
Se decía, sin profundizar, que Blair era el continuador de Thatcher, sin bolso. Sólo en parte lo ha sido: en esa parte que ha consistido en liberar las energías de la iniciativa privada, y en abandonar toda idea de nacionalización de medios de producción. Pero, paradójicamente, es cuando el continente está girando a la derecha cuando Blair se vuelve hacia la izquierda. El pasado 17 de abril presentó un presupuesto más al estilo del viejo laborismo, aumentando el gasto público, en particular el dedicado al National Health Service (NHS), sanidad estatal en estado lamentable. El Gobierno aumentará en cinco años en un 43% el gasto del NHS, para pasar de un 6,75% del PIB actualmente a un 9,4% en 2006-07, una inyección que saldrá, esencialmente, de un aumento de un punto en la contribución a la seguridad social, repartido casi por igual entre empresas y empleados. No toca el IRPF ni los impuestos sobre el alcohol, aunque sí sobre el tabaco. Y si esta política es posible es porque cuenta con un crecimiento sólido de la economía de más de dos puntos este año y del 3,5% en 2003.
Es el tercer presupuesto con un marcado carácter redistributivo, en un país en el que la desigualdad, más que reducirse, ha dejado de agrandarse. Blair ha roto un tabú: por primera vez en muchos años, un Gobierno en el Reino Unido sube los impuestos. Y pone la calidad de los servicios públicos en el centro de su mensaje. No difiere tanto del discurso de Chirac -hace tiempo descrito por Blair como prácticamente integrante de la Tercera Vía- pero sí de otras izquierdas. Parece que cuando unos van, otros vuelven.
El Nuevo Laborismo bebió mucho en el pensamiento de los nuevos demócratas en EE UU, y de hecho Blair contribuyó a construir una red progresista que se ha venido abajo con la derrota de la socialdemocracia en varios países en la UE, la llegada de Bush a la Casa Blanca y las consecuencias del 11-S, que han llevado a un fino pensador como Michael Walzer, en Dissent, a preguntarse: '¿Puede haber una izquierda decente?'. Su respuesta es que 'la izquierda necesita volver a empezar', al menos para EE UU. Y, sin duda, en Francia.
El discurso de Blair chirría en dos puntos básicos, ambos referidos a la política exterior: su europeísmo tibio, que aún no se sabe si llevará a un referéndum sobre la entrada en el euro, y, en nombre de la relación especial entre Londres y Washington que tiene profundas raíces históricas, su pleno e incondicional apoyo a la política internacional de Bush, incluido -razón por la que ha recibido más críticas en su propio partido- un eventual ataque contra Irak, que si Washington deja saber que lo planea para 2003, bien puede llegar antes, y en contra de la opinión de otros en la UE. Al final, como es lógico en un mundo globalizado, la política exterior, y en particular esa categoría especial que es la política europea, va ganando terreno internamente. Habrá que ver qué hace el presidente de esa Francia que sigue teniendo derecho de veto en el Consejo de Seguridad: Jacques Chirac reelegido gracias a Le Pen, contra Le Pen, aunque sin mandato y sin que nunca un presidente de la V República haya tenido menos votos en la primera vuelta y más en la segunda. Lo decisivo serán las legislativas en junio que, desde el otro lado del canal de la Mancha, Blair observará con suma atención, para ver cómo y dónde se sitúa, ante el aislado continente.
aortega@elpais.es
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