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HOMENAJE A UN HISPANISTA
Columna
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Don Gerardo, ¿quiere usted volver?

Gerald Brenan había vivido casi toda su vida al sur de Granada y, de repente, cuando tenía 90 años, le llevaron a morir al norte de Londres. Fue un episodio cruel que marcó el final de sus días y que, sin embargo, le dejó un sabor agridulce: inesperadamente, y cuando más lo necesitaba, descubrió todo el afecto y la admiración que le profesaban en España. Sus amigos y la Junta de Andalucía montaron entonces una operación para rescatarle y devolverle a su casa en Alhaurín el Grande, en Málaga, y el escritor se sintió asombrado y conmovido. No comprendía por qué tanta gente se movilizaba para recordarle y ofrecerle ayuda. Odiaba aquella residencia londinense a la que le habían llevado. Se aburría mortalmente con su jardín, hermoso y húmedo, y su pulcra y pequeña habitación desprovista de libros. Se irritaba continuamente rodeado de aquellos otros ancianos que no compartían sus recuerdos ni sabían quién era. Aquello significaba todo de lo que había huido hacía nada menos que 65 años, pero, con un pudor muy británico, daba por supuesto que su obligación como viejo era aguantarse, no molestar y morirse. Sólo salió de su depresión cuando los españoles llamaron a su puerta: 'Don Gerardo, ¿quiere usted volver? No tiene más que decirlo'. Confesó entonces a Henrietta Garnett, sobrina nieta de Virginia Woolf: 'Los españoles han aparecido de repente para recordarme que en España me quieren. Son como extraños ángeles. Regreso con ellos'.

'Los españoles han aparecido de repente para recordarme que en España me quieren'

Don Gerardo, como le llamaban los andaluces, no fue nunca andaluz, ni en su manera de ser o expresarse ni en su forma de comportarse. Era inglés hasta la médula de los huesos, pero pertenecía a ese género extraordinario de ingleses que son los excéntricos, los que eligen vivir fuera de las estrictas normas británicas, en otro país, en otro paisaje y con otro pueblo. Y él eligió Andalucía y su gente para vivir y para morir. No tuvo la menor duda. Por eso se sintió tan emocionado cuando los andaluces le reclamaron de vuelta a casa: creyó que su libre elección había sido correspondida. Sentado en el aeropuerto de Londres, a la espera del avión que le devolvería a España, en junio de 1984, Gerald Brenan luchaba por sobreponerse a la irritación que le provocaba su elevada edad. '¿Sabe usted?', explicó a la que entonces era la corresponsal de EL PAIS, 'en Andalucía estaré bien. Siempre lo he estado. Anoche me levanté, miré por la ventana y comprendí que todavía estaba en Londres. Luego recordé que volvía a casa, a Alhaurin, y me tranquilicé. Me alegra volver'. Gerald Brenan llegó a las Alpujarras cuando tenía 25 años, y acababa de salir de las trincheras de la I Guerra Mundial. En los archivos de la Galería Nacional de Retratos, de Londres, hay un pequeño retrato suyo de aquella época, firmado por la que luego fue un gran amor, Dora Carrington. Era un joven capitán del Ejército británico, relacionado con el grupo de Bloomsbury, que huía, según sus propias palabras, de la hipocresía de la sociedad victoriana y de la sofocante vida inglesa. Al principio sólo buscaba un lugar barato y hermoso en el que autoeducarse. Suponía que podría hacerlo leyendo los 2.000 volúmenes con los que había ido formando una peculiar biblioteca. Encontró el lugar, Yegen, y se autoeducó. Y empezó a sentir pasión por aquel paisaje y por aquellas personas, hasta el extremo de hacerlos suyos para siempre. Brenan afirmaba que se quedó de manera definitiva en Andalucía porque sus habitantes tenían un carácter vivo y un sentido de la belleza que se podía apreciar continuamente en la calle. El resultado de esa relación fue un libro extraordinario, Al sur de Granada, mezcla de literatura de viaje, experiencia personal y descripción casi etnográfica de lo que entonces era una remota y pobre zona de España. Y el resultado de su relación con España fue otro libro, El laberinto español, escrito inmediatamente después de la guerra civil de 1936, que se convirtió en un clásico sobre los antecedentes de la contienda y uno de los libros de referencia para varias generaciones de españoles, muchos de los cuales tuvieron que acceder a su lectura de forma clandestina.

La verdadera obsesión de Brenan no fue, sin embargo, un lugar, sino una persona, el místico san Juan de la Cruz, cuyo Cántico general era capaz de recitar aún con 90 años, y sobre el que publicó un gran estudio. 'Dígame. ¿Por qué me ayudan a volver?', preguntó, preocupado, en aquella sala del aeropuerto de Londres. 'Porque le quieren y le respetan, don Gerardo. Le consideran a usted andaluz'. '¿Lo cree? Me dan demasiada importancia'.

Murió dos años después y está enterrado en el cementerio de Los Ingleses, en Málaga.

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