La gira del secretario de Estado descubre las fisuras en la política exterior de EE UU
Bush teme que la diplomacia de Powell perjudique a los republicanos en las elecciones
La gira de Colin Powell por Oriente Próximo ha concluido en fracaso. Y ha revelado, además, la existencia de fisuras entre la Casa Blanca y el Departamento de Estado. George W. Bush aseguró ayer que Powell había conseguido 'avanzar hacia la paz' entre israelíes y palestinos, en un esfuerzo por salvar una apariencia de cohesión. Pero días atrás había tratado de distanciarse de las gestiones de su secretario de Estado. Bush desea evitar que los contactos con Yasir Arafat, rechazados por la mayoría de los votantes judíos, perjudiquen a los republicanos en las elecciones de noviembre.
Las últimas jornadas han sido negras para la diplomacia más poderosa del mundo. La política internacional no interesa apenas a los electores estadounidenses, salvo cuando se refiere al volcánico problema de Oriente Próximo; el hecho de que Bush haya tenido que renunciar, a cambio de nada o casi nada, a su plan de no complicarse la vida con el conflicto israelo-palestino, y a su promesa de no negociar nunca con terroristas (para muchos republicanos y demócratas, Arafat es sólo un terrorista), ha trasladado la crisis al plano doméstico.
La multitudinaria manifestación de apoyo a Israel celebrada el pasado lunes en Washington, con presencia de miembros del Gobierno, y la anunciada manifestación propalestina del próximo sábado, son señales claras de la pasión con que se ha vivido en Estados Unidos el periplo de Powell, el más largo desde que James Baker, secretario de Estado con George Bush padre, pasó 23 días en la región antes de la guerra del Golfo.
'El secretario Powell dispone de la máxima flexibilidad y autonomía en su misión', dijo el viernes el portavoz de la Casa Blanca, Ari Fleischer, 'y la decisión de entrevistarse con Arafat ha sido suya'. El intento de atribuir al secretario de Estado toda la responsabilidad por un encuentro conflictivo y por un fracaso que ya se adivinaba molestó profundamente a la delegación estadounidense desplazada a Oriente Próximo. Colin Powell fue el único que mantuvo la calma, y esperó al lunes por la mañana para devolver la jugada a la Casa Blanca. Powell reunió a los periodistas que le acompañaban para explicarles, con detalles, la conversación que había mantenido la noche anterior con Bush para preparar el encuentro con Arafat, y subrayó que tras la cita volvería a llamar al presidente. Cualquier nuevo encuentro con el líder palestino, dijo, contaría con la aprobación presidencial. Un alto cargo de la Administración republicana, no identificado, reconoció al diario The New York Times que en la Casa Blanca había preocupación por las consecuencias electorales de la gira.
Maquillar el problema
Bush, sin embargo, quiso maquillar el problema con una declaración pública de su apoyo a los esfuerzos de Powell, subrayando, eso sí, el nombre de Powell. Explicó la falta de resultados inmediatos por el hecho de que el secretario de Estado se había enfrentado a 'odios seculares' y 'disputas que se remontan a décadas atrás', antes de repetir sus habituales exigencias: que Arafat condenara claramente el terrorismo, que Israel se retirara de las ciudades ocupadas y que los Estados árabes asumieran 'sus responsabilidades' y reconocieran que 'un asesino nunca es un mártir'.
El objetivo inmediato de Bush es desvincularse de un fracaso que casi todos los especialistas en política exterior le atribuyen a él, personalmente: fue el presidente quien dejó que la tensión se disparara en Oriente Próximo, por miedo a la ambigüedad del problema y a sus consecuencias electorales, por un lado, y por diferenciarse de su antecesor Bill Clinton, que empeñó gran parte de sus energías en lograr un acuerdo de paz. Cuando Bush decidió enviar a Colin Powell, ya era demasiado tarde.
Otra crisis que ha dejado cicatrices en el Departamento de Estado es la venezolana. La tardanza estadounidense en condenar el golpe de Estado contra Hugo Chávez suscitó severas críticas de la oposición parlamentaria. 'Callar mientras se derriba ilegalmente a un Gobierno legítimo es inadmisible, y tendrá serias consecuencias para la democracia en el hemisferio', dijo el senador demócrata Christopher Dodd. 'Sé que Powell está concentrado en Oriente Próximo, pero debería disponer de algún adulto capaz de supervisar la actuación del departamento en su ausencia', ironizó.
'Estoy muy preocupado; EE UU debe apoyar los principios democráticos, incluso cuando favorecen a un presidente que no nos gusta', declaró por su parte Tom Daschle, líder de los demócratas en el Senado.
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