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CIRCUITO CIENTÍFICO
Columna
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Conversación en la frontera

ALo siento amigo, usar embriones con fines terapéuticos es abusar de una vida humana para curar a otra.

B. Un embrión recién clonado es vida, pero no es vida humana.

A. Lo es potencialmente...

B. ¿Qué significa potencial para usted?

A. Pues que existe un ambiente en cuyo seno el proceso continúa espontáneamente su evolución. En este caso existe. Es el útero. En él, un embrión clonado se desarrollaría hasta una vida humana, ¿no?...

B. Quizá, pero entonces un espermatozoide también es potencialmente un ser humano, porque para él también existe un ambiente así. Es el óvulo. En él, un espermatozoide daría lugar a un embrión, y éste, a una vida humana, ¿no? ¡Y nadie se siente culpable de genocidio por una pérdida nocturna de esperma!

A. ¡Por favor! La analogía no sirve. El espermatozoide no tiene aún un genoma humano completo. Sin la información que falta no se puede hablar de individuo, ni de organismo, ni de alma...

B. Todas las células de un mismo organismo tienen el mismo genoma. Una partícula de caspa, por ejemplo, contiene miles de copias completas. ¿Diría usted que nos sacudimos el alma cuando nos cepillamos la solapa?

A. Claro que no. Argumentar en casos extremos es fácil, lástima que los problemas éticos estén siempre justo en la frontera.

B. En la frontera, quizá sí, pero justo en la frontera, quizá no. ¡Justamente! Un embrión de una sola célula no es, se mire como se mire, un ser humano. Digamos que un feto de cien días sí lo es. La frontera, aunque difusa, debe existir en algún punto entre ambos instantes. ¿Qué le parece si acordamos 14 días? Un embrión de esta edad aún tiene todas sus células sin diferenciar, pero de él ya se pueden obtener células madre para la clínica. Es materia humana, pero no es un ser humano.

La ciencia es una cuestión de frontera, de la frontera que separa lo verdadero de lo falso. La ética es una cuestión de frontera, pero de la que separa lo bueno de lo malo. Y la ética científica es una cuestión de frontera, de una compleja combinación de verdadero, falso, bueno y malo. Hay conceptos simples con fronteras nítidas (como las categorías en el boxeo olímpico: un peso gallo puede pasar a peso mosca con sólo perder un gramo de peso) y conceptos menos simples con fronteras más difusas (¿en qué pelo exactamente se queda calvo un individuo al que le arrancamos la melena cabello a cabello?). Para organizar nuestra convivencia cotidiana necesitamos conceptos nítidos. La mala noticia es que todo lo que afecta a cuestiones morales es complejo y difuso. ¿Nos desmoralizamos?

Quizá no, porque el gran reto de una ética científica no consiste en determinar con precisión dónde están sus fronteras, sino en no pisarlas. Quizá sea la base de la ética científica moderna: las nunca bien conocidas fronteras difusas (reales) se sustituyen por unas siempre pactables fronteras nítidas (ideales). El compromiso es doblemente delicado porque, por un lado, ambas fronteras, las reales y las ideales, deben estar a la vez lo bastante cerca y lo bastante lejos entre sí. Lejos para reducir el riesgo de que alguien, por error o resbalón, viole la difusa frontera real. Y cerca para apurar el conocimiento fronterizo y su posible beneficio. También es delicado porque las fronteras de lo verdadero y lo falso se mueven mucho más rápidamente que las de lo bueno y lo malo. ¿Cómo afrontar tanta delicadeza? Habitando la frontera (la frontera no es tierra de nadie ni de nada, es tierra de todo). Y por conversación, por delicada conversación masiva entre las investigaciones y las creencias que se pasean por ella.

Jorge Wagensberg es director del Museo de la Ciencia de la Fundación La Caixa (Barcelona)

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